Plata, oro y platino

¿Alguna vez has oído hablar de la Regla de Oro, y de su inversa, la Regla de Plata? Estoy segura de que sí, aunque a lo mejor no sabías que se llamaban así.  

Trata a los demás como querrías que te trataran a ti. Te suena, ¿verdad? Pues ésta es la Regla de Oro, un principio moral que está presente en prácticamente todas las culturas, filosofías y religiones de la historia de la Humanidad.

Photo of golden cogwheels on black background

Y si formulamos la misma idea en versión negativa, se convierte en la Regla de Plata: no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti.

Tiene sentido, ¿verdad? Es una norma muy sencilla y muy fácil de entender, incluso para los niños pequeñitos, sobre todo en esta segunda versión: «A ver, hijo, ¿a ti te gusta que te peguen, o que te quiten tus juguetes? Pues no se lo hagas tú a los otros niños…» (discurso típico de padre o madre que nuna pasa de moda).

Utilizando la metáfora de un videojuego, se me ocurre que la denominada Regla de Plata sería el nivel más básico de «hacer el bien», el nivel principiante: no hacer daño al prójimo.

Luego, a medida que crecemos y maduramos, podemos ir pasando al nivel intermedio: la Regla de Oro, donde el objetivo ya no es solamente no dejar al otro peor de lo que estaba, sino que queremos dejarlo mejor, ¿Te gusta que te valoren, que te escuchen, que te ayuden? Pues compórtate tú así cuando interactúes con otra persona (independientemente del resultado).

Pero, ¿sabías que todavía hay un nivel más avanzado de este videojuego metafórico de «hacer el bien»? Lo he aprendido esta semana, y es la Regla de Platino: trata a los demás como A ELLOS les gustaría que les trataran.

A ellos. No a ti.

Esto ya sí que es nivel, ¿Verdad? Porque claro, ¿cómo voy a saber yo cómo quiere el otro que le trate? Para eso voy a tener que esforzarme por conocerle bien, saliendo de mi propio egocentrismo, dejando a un lado mis ideas preconcebidas y sintonizando de verdad con lo que él o ella considere más importante. Sólo así voy a poder conseguirlo.

¿Que te parece? ¿En qué nivel te ves tú ahora mismo? ¿Aceptas el reto de seguir la Regla de Platino?

Una llamada al amor

Esta semana he rescatado un libro que tiene más de treinta años, y que yo leí hace más de veinte; recuerdo que en su momento me impactó mucho. Se trata de Una llamada al amor, una recopilación de las últimas reflexiones de Anthony de Mello escritas en forma de meditaciones.

Book cover: "Una llamada al amor" ("The way to love"), from Anthony de Mello, in its Spanish version, showing an image of a wheat field

Acabo de empezar a releerlo, y ya me estoy dando cuenta de varias cosas. Por un lado, me reafirmo en creer que no hay nada nuevo bajo el sol: ya está todo dicho y escrito, múltiples veces y de múltiples maneras, al menos las grandes verdades que los sabios nos vienen mostrando desde hace milenios.

Lo que pasa es que estas enseñanzas nos calan o nos resbalan según estemos o no preparados para recibirlas, y una vez que las recibimos, solamente nos sirven para cambiar de verdad si estamos dispuestos a trabajar por integrarlas en nuestra vida.

Por otro lado, compruebo con sorpresa que muchas de las cosas que creía haber aprendido recientemente gracias al coaching, la PNL, el estoicismo, etc., en realidad ya llevaban bastantes años dentro de mí, tomando forma y cobrando sentido poco a poco. Por eso no puedo decir que haya una única disciplina, técnica o curso de desarrollo personal que me haya «cambiado la vida», como he oído decir a tanta gente… Lo mío ha sido una acumulación de ideas, conceptos e hipótesis que he ido recogiendo casi toda mi vida, y que a veces me han desconcertado y descolocado mucho (como las reflexiones de este libro) para luego volver a colocarme poco a poco, ayudándome a crecer en consciencia y en coherencia.

Y para muestra, un botón: os copio aquí la segunda meditación completa, tal como aparece en el libro, que me parece que viene muy a cuento con el subtítulo del blog: Reprograma tu vida. Es un poco larga, pero creo que merece la pena leerla, espero que os guste y que os descoloque un poquito.

«Si alguno viene a mí y no odia a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío» (Lc 14, 26)

Echa un vistazo al mundo y observa la infelicidad que hay en torno a ti y dentro de ti mismo. ¿Acaso sabes cuál es la causa de tal infelicidad? Probablemente digas que la causa es la soledad, o la opresión, o la guerra, o el odio, o el ateísmo… Y estarás equivocado. La infelicidad tiene una sola causa: las falsas creencias que albergas en tu mente; creencias tan difundidas, tan comúnmente profesadas, que ni siquiera se te ocurre la posibilidad de ponerlas en duda. Debido a tales creencias, ves el mundo y te ves a ti mismo de una manera deformada. Estás tan profundamente «programado» y padeces tan intensamente la presión de la sociedad que te ves literalmente obligado a percibir el mundo de esa manera deformada. Y no hay solución, porque ni siquiera sospechas que tu percepción está deformada, que piensas de manera equivocada, que tus creencias son falsas.

Mira en derredor tuyo y trata de encontrar a una sola persona que sea auténticamente feliz: sin temores de ningún tipo, libre de toda clase de inseguridades, ansiedades, tensiones, preocupaciones… Será un milagro si logras encontrar a una persona así entre cien mil. Ello debería hacerte sospechar de la «programación» y las creencias que tanto tú como esas personas tenéis en común. Pero resulta que también has sido «programado» para no abrigar sospechas ni dudas y para limitarte a confiar en lo que tu tradición, tu cultura, tu sociedad y tu religión te dicen que des por sentado. Y si no eres feliz, ya has sido adiestrado para culparte a ti de ello, no a tu «programación» ni a tus ideas y creencias culturalmente heredadas. Pero lo que empeora aún más las cosas es el hecho de que la mayoría de las personas han sufrido tal lavado de cerebro que ni siquiera se dan cuenta de lo infelices que son…: como el hombre que sueña y no tiene ni idea de que está soñando.

¿Cuáles son esas falsas creencias que te apartan de la felicidad? Veamos algunas. Por ejemplo, ésta: «No puedes ser feliz sin las cosas a las que estás apegado y que tanto estimas». Falso. No hay un solo momento en tu vida en el que no tengas cuanto necesitas para ser feliz. Piensa en ello durante un minuto… La razón por la que eres infeliz es porque no dejas de pensar en lo que no tienes, en lugar de pensar más bien en lo que tienes en este momento.

O esta otra: «La felicidad es cosa del futuro». No es cierto. Tú eres feliz aquí y ahora; pero no lo sabes, porque tus falsas creencias y tu manera deformada de percibir las cosas ten han llenado de miedos, de preocupaciones, de ataduras, de conflictos, de culpabilidades y de una serie de «juegos» que has sido «programado» para jugar. Si lograras ver a través de toda esa maraña, comprobarías que eres feliz… Y no lo sabes.

Otra falsa creencia: «la felicidad te sobrevendrá cuando logres cambiar la situación en que te encuentras y a las personas que te rodean». Tampoco es cierto. Estás derrochando estúpidamente un montón de energías tratando de cambiar el mundo. Si tu vocación en la vida es la de cambiar el mundo, ¡adelante, cámbialo!; pero no abrigues la ilusión de que así lograrás ser feliz. Lo que te hace feliz o desdichado no es el mundo ni las personas que te rodean, sino los pensamientos que albergas en tu mente. Tan absurdo es buscar la felicidad en el mundo exterior a uno mismo como buscar un nido de águilas en el fondo del mar. Por eso, si lo que buscas es la felicidad, ya puedes dejar de malgastar tus energías tratando de remediar tu calvicie, o de conseguir una figura atractiva, o de cambiar de casa, de trabajo, de comunidad, de forma de vivir o incluso de personalidad. ¿No te das cuenta de que podrías cambiar todo eso, tener la mejor de las apariencias, la más encantadora personalidad, vivir en el lugar más hermoso del mundo… y, a pesar de ello, seguir siendo infeliz? En el fondo, tú sabes que esto es cierto; sin embargo, te empeñas en derrochar esfuerzos y energías tratando de obtener lo que sabes muy bien que no puede hacerte feliz.

Y otra falsa creencia más: «Si se realizan todos tus deseos, serás feliz». También esto es absolutamente falso. De hecho, son precisamente esos deseos los que te hacen vivir tenso, frustrado, nervioso, inseguro y lleno de miedos. Haz una lista de todos tus apegos y deseos, y a cada uno de ellos dile estas palabras: «En el fondo de mi corazón, sé que, aunque te obtenga, no alcanzaré la felicidad». Reflexiona sobre la verdad que encierran estas palabras. Lo más que puede proporcionarte el cumplimiento de un deseo es un instante de placer y de emoción. Y no hay que confundir eso con la felicidad.

¿Qué es, entonces, la felicidad? Muy pocas personas lo saben, y nadie puede decírtelo, porque la felicidad no puede ser descrita. ¿Acaso puedes describir lo que es la luz a una persona que no ha conocido en toda su vida más que la oscuridad? ¿O puedes quizá describir la realidad a alguien durante un sueño? Comprende tu oscuridad, y ésta se desvanecerá; entonces sabrás lo que es la luz. Comprende tu pesadilla como tal pesadilla, y esta cesará; entonces despertarás a la realidad. Comprende tus falsas creencias, y éstas perderán fuerza; entonces conocerás el sabor de la felicidad.

Si las personas desean tanto la felicidad, ¿por qué no intentan comprender sus falsas creencias? En primer lugar, porque nunca las ven como falsas, ni siquiera como creencias. De tal manera han sido «programados» que las ven como hechos, como realidad. En segundo lugar, porque les aterra la posibilidad de perder el único mundo que conocen: el mundo de los deseos, los apegos, los miedos, las presiones sociales, las tensiones, las ambiciones, las preocupaciones, la culpabilidad…, con los instantes de placer, de consuelo y de entusiasmo que tales cosas proporcionan. Imagínate a alguien que temiera liberarse de una pesadilla, porque, a fin de cuentas, fuera ése el único mundo que conociera…: he ahí tu retrato y el de otras muchas personas.

Si quieres obtener una felicidad duradera, has de estar dispuesto a odiar a tu padre, a tu madre… y hasta tu propia vida, y a perder cuanto posees. ¿De qué manera? No desprendiéndote de ello ni renunciando a ello (porque, cuando se renuncia a algo forzadamente, queda uno vinculado a ello para siempre), sino, más bien, procurando verlo como la pesadilla que en realidad es; y entonces, lo conserves o no, habrá perdido todo dominio sobre ti y toda posibilidad de dañarte, y al fin te habrás liberado de tu sueño, de tu oscuridad, de tu miedo, de tu infelicidad…

Dedica, pues, un tiempo a tratar de ver tal y como son cada una de las cosas a las que te aferras: una pesadilla que, por una parte, te proporciona entusiasmo y placer y, por otra, preocupación, inseguridad, tensión, ansiedad, miedo, infelicidad…

El padre y la madre: una pesadilla. La mujer y los hijos, los hermanos y hermanas: una pesadilla. Todas tus pertenencias: una pesadilla. Cada una de las cosas a las que te aferras y sin las que estás convencido de que no puedes ser feliz: una pesadilla… Por eso odiarás a tu padre y a tu madre, a tu mujer y a tus hijos, a tus hermanos y hermanas… y hasta tu propia vida. Por eso deberás dejar todas tus pertenencias, es decir, dejarás de aferrarte a ellas, y de ese modo habrás destruido su capacidad de dañarte. Por eso, finalmente, experimentarás ese misterioso estado que no puede ser descrito con palabras: el estado de una felicidad y una paz permanentes. Y comprenderás cuán cierto es que quien deja de aferrarse a sus hermanos y hermanas, a su padre, a su madre, a sus hijos, a sus tierras y posesiones… recibe el ciento por uno y obtiene la vida eterna.

Anthony de Mello, Una llamada al amor, Meditación 2

Celebraciones primaverales

Feliz Pascua de Resurrección a todos los que la celebréis 🙂

El otro día estuve comparando tradiciones de Semana Santa con mi amiga Stephanie, que es de Rumanía, y nos dimos cuenta de que algunas cosas son muuuuuy diferentes, empezando porque las fechas de la Pascua católica y la ortodoxa se calculan de manera distinta, la primera siguiendo el calendario gregoriano, y la segunda, el juliano.

Pero incluso entre países mayoritariamente cristianos no ortodoxos (católicos, anglicanos y otros grupos protestantes), las tradiciones también varían bastante, y me da la impresión de que esas variaciones están más basadas en cuestiones de geografía e historia que en la variedad concreta del cristianismo que se practique.

Por ejemplo, recuerdo que, cuando me mudé a Irlanda, me llamó muchísimo la atención que aquí no hubiera procesiones, a pesar de ser un país tradicionalmente católico como España. Por curiosidad, le acabo de preguntar a Google qué otros países tienen procesiones aparte de España, y han aparecido Italia (que quizá sea de donde las importamos nosotros, al igual que los belenes de Navidad), Israel (donde seguramente tuvieron lugar las procesiones originales, en los Santos Lugares), y varios países de Latinoamérica (adonde las exportamos nosotros, los españoles).

En otros lugares del mundo, como en el resto de Europa y en los países anglosajones, los huevos de Pascua son lo más característico, y aquí en Irlanda, también. Aunque más que pintar huevos de verdad con colores llamativos, como se hace en Rumanía y en otros muchos sitios, los irlandeses se dedican a comer huevos de chocolate, después de haberse privado de dulces y de otros caprichos durante la cuaresma.

Lo cual me lleva a otra pregunta que le he tenido que hacer hoy a Google: ¿por qué huevos precisamente? Pues resulta que los huevos siempre fueron un símbolo de fertilidad y de nueva vida, desde los tiempos de los antiguos griegos y los egipcios, y de ahí pasaron a ser un símbolo de la primavera. Luego, con la llegada del cristianismo, los huevos pasaron a simbolizar la resurrección de Cristo, y como la Iglesia prohibía comer huevos durante la Semana Santa, la gente empezó a decorarlos para que así fuera una celebración todavía mayor el disfrutarlos el Domingo de Resurrección.

Otro dato que me parece interesante es el origen de las palabras que utilizamos para nombrar esta fiesta. En español la llmamos Pascua, haciendo referencia a la Pascua judía, «el paso del Señor», que conmemora la liberación del pueblo hebreo de su esclavitud en Egipto. La última cena de Jesús con sus discípulos, el Jueves Santo, era una celebración de la Pascua judía, y así la palabra se traspasó también a nuestra Pascua de Resurrección, a través del latín y el griego.

En cambio, en inglés, la palabra Easter tiene un origen completamente distinto: la cristianización de la fiesta pagana de la primavera, dedicada a la diosa Eostre. Eostre era una diosa venerada por los anglosajones, y al llegar los misioneros cristianos a las Islas Británicas a principios de la Edad Media, pensaron que sería más fácil evangelizar aquellas tierras si aprovechaban las celebraciones religiosas de sus habitantes, dándoles un nuevo sentido cristiano.

Como veis, unas fiestas van dando lugar a otras, pero en el fondo, todas ellas (incluso la Pascua judía) eran y siguen siendo celebraciones de la primavera. Y no son las únicas: hace más o menos una semana se celebraba la fiesta hindú de Holi, el festival del color, el amor y la primavera, una explosión de alegría y color.

Group of four curved bowls forming a circle, full of coloured powder: blue, pink, yellow and red, on a grey surface sprinkled with some of the coloured powder

Y así comprobamos una vez más que, en esta vida, hay temas universales que las distintas culturas y naciones expresan de diferentes maneras: si en otoño, cuando los días se acortan, las tradiciones nos hablan de espíritus, de fantasmas y del triunfo de la luz sobre la oscuridad, ahora en primavera, cuando los días por fin vuelven a alargarse, celebramos la vuelta a la vida y el triunfo del bien sobre el mal.

Y tú, ¿qué tradiciones sigues en esta época del año? ¿Cómo celebras la llegada de la primavera?

Un descansito

Una vez más, llega el domingo y me siento a escribir el artículo de la semana, repasando mentalmente los últimos siete días. La verdad es que de lunes a viernes tuve un montón de ajetreo, entre viajes, oficina, tareas varias y algún que otro virus que que se pasó por nuestra casa, así que estaba deseando que llegaran el sábado y el domingo para poder «vaguear».

Woman dressed in shorts and spaghetti strap top resting happily on a green and blue hammock, against a sunny garden backdrop

Pero claro, como suele pasar, durante el fin de semana también había cosas que hacer, empezando por llevar a mi hija mayor al aeropuerto a las seis de la mañana el sábado…

Normalmente, habría aprovechado el levantarme temprano para seguir haciendo cosas «productivas» todo el día, pero como sé que así muchas veces acabo igual de cansada (o más) los fines de semana que los días de diario, esta vez decidí intencionadamente tomarme ratos para descansar y relajarme a lo largo del día. Y me acordé una vez más de aquella pregunta que me hizo mi amiga Marilyn hará un par de años, al poco de conocernos:

Oye, y tú, ¿cuándo paras?

Recuerdo que me sorprendí muchísimo, porque no era para nada consciente de ese comportamiento mío. Pero aquella pregunta me abrió los ojos; a partir de entonces empecé a observarme y descubrí que tenía toda la razón: a menudo no paraba en todo el día. ¿Cómo no iba a acabar cansada? En mi cabeza siempre había una larga lista de cosas por hacer, incluso aunque la redujera a lo que yo consideraba lo mínimo imprescindible.

Una vez que ya somos conscientes de un determinado comportamiento, si queremos, tenemos el poder de cambiarlo, por ejemplo si es algo que a la larga nos perjudica, como trabajar demasiado y no descansar lo suficiente.

¿Y cómo lo cambiamos? Pues escarbando un poquito para ver qué creencias se esconden tras ese comportamiento, siguiendo la pista de nuestro propio lenguaje, de la forma en la que nos hablamos a nosotros mismos.

En el ejemplo concreto que os contaba, la pista está en la palabra «vaguear». Inconscientemente, mi mente piensa: si yo vagueo, es porque soy una persona vaga y perezosa. ¡Pero yo no quiero ser una vaga! Quiero ser una persona productiva, útil para la sociedad. Así que mentalmente me machaco y me digo: «haz algo útil», y eso es lo que hago, cosas «útiles» y «productivas», una detrás de otra, un día detrás de otro, hasta que ya no puedo más.

¿Y eso me ayuda? Pues no, para nada, porque aunque a corto plazo sí que vaya consiguiendo cosas, a largo plazo no es sostenible. En algún momento hay que descansar, desconectar y disfrutar de la vida un poquito, o si no, las consecuencias pueden ser muy graves. Y aquí es donde me toca cambiar el chip y darme cuenta de que el descanso no es pereza, es autocuidado, y que el autocuidado es absolutamente imprescindible para llevar una buena vida.

Es más, sólo cuando nos cuidamos (a través de la dieta, el ejercicio, el descanso, la conexión con nosotros mismos y con los demás…) tenemos la energía suficiente para seguir adelante y ayudar a otros, con lo cual mi objetivo inicial de ser una persona productiva y útil a la sociedad se acaba cumpliendo mucho mejor de manera indirecta, y además disfrutando por el camino.

Y a ti, ¿qué tal se te da el tomarte de vez en cuando un merecido descanso? Espero que en estos días de Semana Santa encuentres hueco para cuidarte y desconectar, sea de la forma que sea.

Dichos irlandeses

¡Feliz día de San Patricio!

Wooden scrabble-like letters spelling "Happy St. Patrick's day" on a green background with decorative shamrocks

Hoy os traigo una selección tomada del amplio repertorio de refranes, dichos y bendiciones de la tradición irlandesa, algunos más conocidos que otros.

Para empezar, la bendición más típica:

Que el camino se alce para salir a tu encuentro.
Que el viento sople siempre a tus espaldas.
Que el sol cálido brille sobre tu cara,
La lluvia caiga suavemente en tus campos,
Y, hasta que nos volvamos a ver,
Que Dios te guarde en la palma de su mano.

Dado que Irlanda ha sido históricamente tan religiosa, no es de extrañar que Dios sea un tema recurrente, combinado con preciosas metáforas y una buena dosis de humor:

Que el Señor te guarde en su mano y nunca cierre demasiado el puño.

Si Dios te envía por un camino pedregoso, que te dé unos zapatos resistentes.

Dios es bueno, pero nunca te pongas a bailar en una barca.

Y siguiendo con las metáforas…

Cuando las llamas ardientes de vuestro amor se hayan consumido y sólo queden ascuas, ojalá encontréis que os habéis casado con vuestro mejor amigo.

Mientras bajas deslizándote por la barandilla de la vida, que no sobresalgan astillas hacia el lado que no es.

Ojalá nunca se oxiden las bisagras de nuestra amistad.

La amistad es otro gran tema al que los irlandeses dan mucho valor:

Ojalá tu casa siempre sea demasiado pequeña como para que quepan todos tus amigos.

Ojalá siempre encuentres tres bienvenidas en la vida.
En verano, en un jardín,
En invierno, al calor de un hogar,
Y a lo largo de todos tus años, en el corazón de tus amigos.

Luego hay otros dichos que me han encantado por su profunda sabiduría vestida de sencillez:

Ojalá consigas todos tus deseos menos uno, para que siempre tengas algo por lo que esforzarte.

Un brindis por el tipo que sonríe cuando la vida fluye como una canción.
Y otro por el que es capaz de sonreír cuando todo va de mal en peor.

Por muy alto que fuera tu abuelo, tú tienes que crecer por ti mismo.

Una ramita al crecer se endurece, y cuesta más retorcerla. Al principio, siempre se es débil.

Y mi frase favorita…

Yo me quejaba de no tener zapatos,
hasta que conocí a un hombre que no tenía pies.

Dicho irlandés

Bueno, espero que os hayan gustado estas frases, y que hayáis disfrutado del día más irlandés del año. Para terminar, aquí os dejo otras dos bendiciones de propina:

Que tengas siempre trabajo que poder hacer con tus manos.
Que en tus bolsillos siempre haya una moneda o dos.
Que el sol brille con fuerza por tu ventana.
Que tras la lluvia aparezca seguro el arcoiris.
Que siempre tengas cerca la mano de un amigo.
Y que Dios te llene el corazón de ánimo y alegría.

Ojalá tengas perspectiva para saber dónde has estado,
previsión para saber adónde vas,
y perspicacia para saber cuándo estás yendo demasiado lejos.

Triple celebración

Hoy en casa hemos estado de doble celebración: mi cumpleaños y el día de la madre, que aquí en Irlanda se celebra el cuarto domingo de cuaresma. Hemos pasado un día estupendo (¡muchas gracias chicos!)

Close up of a flowers bouquet with white, pink, lilac and purple tones

¿Que cuántos cumplo? Bueeeeno, dicen que la edad no es más que un número, ¿verdad? Siguiendo la tradición de este blog, os lo pongo en binario: 101110.

Y hablando de números, BinaryWords también está hoy de celebración: ¡este es el post número 150! Si quieres, aprovecha y date una vuelta por el archivo del blog, y así ves la nueva sección de artículos destacados.

Hoy estaba yo pensando en esto de los números, y en la importancia exagerada que les damos a veces (la edad es sólo un ejemplo). Y me he acordado de un pasaje de El Principito que habla precisamente de eso:

Si os he contado esos detalles sobre el Asteroide B-612 y os he dicho su número, es por los adultos. A los adultos les encantan los números. Cuando les hablas de un amigo nuevo, nunca te preguntan nada de lo que realmente importa. Nunca te preguntan: «¿Cómo suena su voz?» «¿Qué juegos le gustan más?», «¿Colecciona mariposas?». Te preguntan: «¿Cuántos años tiene?» «¿Cuántos hermanos tiene?» «¿Cuánto pesa?» «¿Cuánto gana su padre?». Sólo entonces creen conocerle. Si les dices a los adultos: «he visto una casa preciosa de ladrillo rojo, con geranios en las ventanas y palomas en el tejado…» no serán capaces de imaginársela. Tienes que decirles: «he visto una casa de cien mil francos.» Entonces es cuando exclaman, «¡Qué casa más bonita!»

Antoine the Saint-Exupéry

Y a ti, ¿cuánto te importan los números? Yo me he dado cuenta de que cada vez me importan menos…

Ser o no ser

No, el artículo de hoy no va de William Shakespeare, aunque no descarto escribir sobre él algún día…

El artículo de hoy va de esa pregunta que todos nos hacemos alguna vez en la vida (o deberíamos), y que según cómo nos pille, puede ser muy fácil o muy difícil de contestar:

¿Quién eres?

Three white dice with black uppercase letters spelling the word WHO, on a white table

Ya os he comentado alguna vez que las personas somos como un iceberg; es la metáfora que se utiliza muy a menudo para explicar el modelo de niveles neurológicos de Robert Dilts, que os describo brevemente en este artículo.

Pues bien: en uno de los niveles neurológicos más profundos, al fondo del todo del iceberg, está el concepto de identidad.

Quiénes somos. O quiénes creemos ser, como decía el título de aquel programa de televisión (muy bueno, por cierto) donde cada día un famoso distinto seguía los pasos de sus ancestros: Who do you think you are? (¿Quién te crees que eres?)

La verdad es que es un tema complejo, este de la identidad. O más bien debería decir identidades, en plural, porque no tenemos una sola, tenemos muchas, y algunas van cambiando con el tiempo. Por ejemplo: yo soy Beatriz, soy Galindo y soy García. Soy BinaryBea, mujer, cuarentona, europea, española, extremeña, cacereña, expatriada, Spaniard en Irlanda, residente en Dublín, ingeniera informática, coach, madre, hija, hermana, tía, sobrina, amiga, compañera, vecina, empleada, alumna, propietaria, divorciada, lectora, bloguera… Y suma y sigue.

Como veis, algunas identidades pueden contener a otras, o solaparse, o incluso contradecirse, lo cual puede generar situaciones de conflicto interno, dilemas existenciales y autosabotajes. También puede pasar que, cuando alguna de estas identidades cambie o desaparezca, nos veamos perdidos y desorientados, como por ejemplo al pasar por un divorcio, o un despido: si ya no me puedo definir como espos@ de / emplead@ de / llámalo X, entonces, ¿quién soy? Es como si nuestra silla se hubiera quedado coja al perder una de las patas que la sostenía, y hace falta invertir tiempo y esfuerzo en volver a estabilizarla.

Todo esto viene a que el viernes escuché una poesía que me pareció preciosa, de Erin Hanson, que se titula Not (No):

Tú no eres tu edad, ni la talla de tu ropa,
No eres lo que pesas, ni el color de tu cabello.
Tú no eres tu nombre, ni los hoyuelos de tus mejillas.
Eres todos los libros que lees, y todas las palabras que pronuncias.
Eres tu voz ronca mañanera, y las sonrisas que intentas esconder.
Eres la dulzura de tu risa, y cada una de las lágrima que has llorado.
Eres las canciones que cantas a pleno pulmón cuando sabes que estás solo.
Eres los sitios donde has estado, y ese lugar al que llamas tu casa.
Eres las cosas en las que crees, y las personas a las que amas.
Eres las fotos de tu habitación, y el futuro con el que sueñas.
Estás hecho de tanta belleza… Pero parece que se te olvidó
Cuando decidiste que te definían todas esas cosas que no eres.

Y al día siguiente, el sábado, el Universo me puso esta canción en la radio para seguir con el tema: The Logical Song (la canción lógica), de Supertramp – aquí la tenéis con subtítulos en inglés y en español.

Y tú, ¿sabes ya quién eres, o necesitas que te lo digan?

Lo que mejor funciona

¿Te consideras una persona de costumbres, que suele hacer siempre las cosas de la misma manera?

Si la respuesta es que sí, tengo una frase para ti:

Hasta que no cambies tu forma de hacer las cosas no sabrás qué es lo que mejor funciona.

Roy T. Bennet

A mí esto es algo que me ha costado muchos años aprender: poco a poco he ido descubriendo que detrás de mi perfeccionismo y mi afán por hacerlo todo «bien» se escondía la creencia inconsciente de que sólo había UNA forma «correcta» de hacer cada cosa, y que si yo no acertaba a hacerlo exactamente de esa manera, me estaba equivocando, lo estaba haciendo «mal». Luego además, cuando probabla cualquier actividad nueva y no me salía bien a la primera, automáticamente daba por hecho que siempre se me iba a dar mal, y raramente le daba una segunda oportunidad,

Ya os podréis imaginar lo sumamente limitante que puede llegar a ser esto… Cuando en nuestra mente sólo hay una forma de acertar entre miles de maneras de fastidiarla, no es de extrañar que el miedo a equivocarnos nos ponga en tensión, o que incluso llegue a paralizarnos.

Pero, ¿y si le diéramos la vuelta? ¿Y si hubiera miles de maneras de acertar, o al menos miles de maneras de recopilar información para guiarnos hacia un mejor resultado?

Aquí me viene a la memoria la famosa cita del inventor de la bombilla:

No he fracasado, lo que he hecho es encontrar diez mil maneras de hacer que no funcione.

Thomas A. Edison
Woman holding a big drawing of a lightbulb, against the background of a white wall full of drawings and diagrams

Ése es precisamente el valor de la experimentación: el aprender de cada intento para acabar encontrando una solución mejor. O varias, que raramente los problemas tienen una única solución.

Pero claro, para poder probar otras maneras de hacer las cosas, primero se nos tienen que ocurrir, y a nuestro cerebro le suele dar pereza ir por caminos nuevos… Se le da mucho mejor volver a los caminos ya trillados, que le resultan más fáciles y gastan mucha menos energía.

Uno de los grandes beneficios del coaching y el autoconocimiento es que nos ayudan a vencer esa rigidez cognitiva, esa resistencia a salirnos del piloto automático. Así, al darnos cuenta de que nuestra manera de ver las cosas es sólo una perspectiva más entre otras muchas igualmente válidas, nos podemos permitir plantearnos otras posibilidades y puntos de vista, y a partir de ahí ampliar el rango de opciones y encontrar soluciones más adaptativas.

Y mientras vamos probando estrategias y diseñando soluciones que nos funcionen mejor, aprendemos a confiar en que los demás también encuentren las suyas propias. Porque al derribar el mito de «única solución perfecta», nos damos cuenta de que no tiene sentido ninguno imponer nuestro criterio a los demás: cada uno tenemos nuestro propio estilo, nuestra visión del mundo y nuestras circunstancias particulares, y lo que a una persona le funciona no tiene por qué funcionarle a otra.

Y entonces, ¿qué podemos hacer? Pues podemos compartir aprendizajes y experiencias con otras personas, explicarles lo que nos funciona, lo que no, y el por qué, contrastar puntos de vista y estrategias, y estar abiertos a probar nuevas maneras de conseguir lo que queremos o necesitamos.

Podemos incluso tomárnoslo como un experimento: si cambio esta variable, ¿qué pasa? ¿Qué cambia? ¿Mejora el resultado, o empeora? Eso sí, sabiendo que el resultado es tuyo, personal e intransferible, y que la fórmula ganadora será seguramente distinta para cada uno.

Así que, con el permiso del señor Bennet, voy a modificar ligeramente su frase:

Hasta que no cambies tu forma de hacer las cosas no sabrás qué es lo que mejor TE funciona.

¿Y tú? ¿Ya sabes lo que mejor te funciona? ¿En qué aspectos de tu vida te vendría bien experimentar un poco?

Palabras intraducibles: overthinking

Hoy os traigo un post rapidito, sin pensármelo mucho 😀

Esta palabra la cuento en mi lista de intraducibles, no porque tenga un significado especialmente complejo, sino por lo sencilla, clara y elegante que me parece en inglés:

Overthinking.

Multiple rows of empty orange sticky notes on a light purple background

En español sería algo así como «pensar demasiado», «pasarse de pensar», o si queremos expresarlo en una sola palabra, «sobrepensar»… Todas me suenan muchos más torpes que el original, pero al menos se entiende la idea, ¿verdad?

Me vienen a la cabeza recuerdos de hace años: largas tardes y noches de juegos de mesa, donde casi siempre había algún amigo (si no dos, o tres) que tardaba muchíiiiiiiisimo en decidir su siguiente jugada… Los demás enseguida empezábamos a cantar «OOOOOO-VER-THIN-KER» con la musiquilla de Movierecord, para meterle prisa.

Bueno, pues esta semana me salió en Instagram una frase sobre este tema que me pareció impresionante:

OVERTHINKING = UNDERACTING

Qué gran verdad. Cuando nos dedicamos a pensar de más, inevitablemente acabamos haciendo de menos… O no haciendo nada, que es peor.

Y claro, así no hay manera de avanzar. Darle vueltas a un problema no soluciona nada; sólo entrando acción conseguimos realmente cambiar cosas y avanzar. Así que entremos ya en acción de una vez por todas, y que pase lo que tenga que pasar.

¿Y tú, a qué le has estado dando vueltas últimamente? ¿Qué es eso que has estado pensando de más y haciendo de menos? ¿Y cuándo vas a espabilar y a entrar en acción?

Productividad

¿Qué significa para ti «un día productivo»?

Me he dado cuenta de que muchas veces juzgo qué tal me ha ido el día según haya sido productivo o no… O más bien, según yo haya sido productiva o no. ¿Te suena?

Silver letters forming the word "productive", on a background made with crumpled dark blue paper

La productividad es un tema que siempre me ha interesado, de hecho fue lo que me atrajo al mundo del desarrollo personal. Recuerdo la época en la que me dedicaba a buscar trucos y estrategias para poder llevar al día mi interminable lista de tareas. Y sí que encontré algunas herramientas que me resultaron útiles, pero sólo hasta cierto punto.

Porque en realidad, lo que me pasaba era mucho más complejo de lo que yo creía. Como suele ser el caso.

Por eso en coaching nos gusta «tirar del hilo» y escarbar un poco bajo la superficie, porque muchas veces el «problema» con el que nos viene el cliente no es sino el síntoma de un conflicto o desequilibrio más profundo, del que él mismo no es consciente. Por ejemplo, los problemas de gestión del tiempo suelen ser en el fondo problemas de gestión de prioridades, y la procrastinación puede deberse a prioridades o valores contradictorios.

Un recurso que utilizamos mucho en coaching es formular preguntas como la del principio de este artículo: «¿Qué siginifica X para ti?» Puede parecer una tontería, pero las palabras al fin y al cabo son símbolos que representan cosas, y cuando se trata de términos más o menos abstractos, nuestro pensamiento es mucho más complejo que las palabras con las que lo expresamos. Así, desmenuzando el significado de la palabra y explicándolo en voz alta (o escribiéndolo), nos podemos dar cuenta de cosas muy interesantes.

Por ejemplo, el concepto de productividad está asociado a la acción de «producir», y me he dado cuenta de que yo antes consideraba que una persona sólo era productiva cuando «producía» algo tangible, algo medible.. Al empezar mi carrera profesional, primero como programadora y luego como analista de sistemas, me era fácil saber si estaba siendo productiva o no, porque tenía documentos, diagramas y líneas de código que lo demostraban. Pero al ir avanzando hacia otro tipo de puestos, las reglas del juego cambiaron de repente: había más reuniones y las tareas estaban menos definidas, y yo me encontraba más bien perdida; a menudo llegaba al final del día con la sensación de no haber aportado nada.

Después, poco a poco, fui adaptándome y redefiniendo mi idea de productividad. Me llevó años quitarme de encima la idea de que el tiempo que pasaba «charlando con la gente» (= en reuniones, especialmente reuniones individuales, uno a uno) no contaba como trabajo, porque no estaba produciendo nada. Ahora sé que el hablar con mis compañeros y fomentar las relaciones laborales no sólo no es una pérdida de tiempo, sino que es parte esencial de mi trabajo, y que marca una gran diferencia a la hora de sacar los proyectos adelante. Ahora que ya conozco el poder transformador de una buena convesación, es de lo que más disfruto.

¿Y fuera del trabajo? Pues me he dado cuenta de que en mi vida personal también tiene mucho peso esa necesidad constante de producir, y que todavía me cuesta priorizar el descanso, el ocio y el autocuidado en el mismo nivel de importancia que otras cosas «que hay que hacer». En cuanto me descuido, me lleno las tardes y los fines de semana de tareas que completar, para poder decir al llegar la noche que ha sido un día productivo… Pero lo bueno es que ahora ya soy consciente de ello, y poco a poco lo voy equilibrando, teniendo además cuidado de no caer en la culpa.

Y tú, ¿qué opinas? ¿Es importante para ti la productividad? ¿Y cómo la mides?