Escribo estas líneas desde el aeropuerto de Barajas, esperando mi vuelo de vuelta a Dublín.
Durante unos días he tenido la oportunidad de permitirme hacer un alto en el camino, poner entre paréntesis el ritmo (a menudo acelerado) de mi vida cotidiana, y prestar atención a lo verdaderamente importante… Ha sido todo un lujo, y por ello estoy enormemente agradecida.

Entre otras muchas cosas, he disfrutado un montón compartiendo tiempo, cariño y conversaciones con varias personas que en algún momento fueron, o tal vez aún son, mis compañeros de camino.
- Mi madre y mis hermanos, que fueron los primeros compañeros que tuve en mi vida, y que me acompañan siempre aunque sea en la distancia.
- Mis cuñados, tan cariñosos como siempre, y mis sobrinos, la siguiente generación, que viene con una fuerza tremenda (sois todos un encanto chicos 😉)
- Mi primo del alma, al que hacía mil años que no veía 🙂 (no sabes la ilusión que me hizo verte, Borja)
- Amigos de la familia que son tan cercanos como la familia misma, con los que sabemos que siempre podemos contar.
- Amigos de esos con los que no importa cuánto tiempo pase sin vernos, la conexión se mantiene y se sigue fortaleciendo (vosotros sabéis quiénes sois)
- Un reencuentro que nos llevó al baúl de los recuerdos, a paso de baile… (¡mil gracias por todo Cristina!)
- Y hablando del baúl de los recuerdos, hasta hubo tiempo para unas risas viendo fotos de mi primera comunión 😀
La guinda final del pastel ha sido ya hoy, cuando he tenido la inmensa suerte de conocer en persona a varios colegas en esta nueva aventura de reinvención en la que me he embarcado. Aunque llevemos menos tiempo caminando juntos, ya estáis dejando también vuestra huella, estamos creciendo juntos, y lo que nos queda por compartir…
La verdad es que vuelvo a casa con alegría, atesorando los momentos que he pasado con todos vosotros. Muchísimas gracias, compañeros de camino.