¿Te gustan los videojuegos?
Yo, a día de hoy y en general, te diría que más bien no. Pero sí que hubo una época en mis años mozos el la que jugaba a algunos videojuegos.
Al Tetris, mayormente. Me encantaaaaaaaaaaaaaaaba el Tetris.
Jugaba en la Nintendo Game Boy, que en mi época era lo más de lo más en videojuegos de bolsillo. Se podía cambiar el cartucho del juego, y yo además del Tetris tenía algunos otros, incluido el Super Mario Land, al que también jugaba bastante.
Esos juegos me gustaban (y se me daban más o menos bien) porque tenían unas instrucciones muy claras: encajar piezas para ir completando líneas, o correr de izquierda a derecha dando brincos y cogiendo todas las moneditas que pudiera. Pero luego más adelante, cuando llegaron los juegos de ordenador y de consola más sofisticados, como las aventuras gráficas y demás, ya se me pasó la afición.

Porque en esos juegos ya las instrucciones no estaban tan claras: había mucha más libertad de movimiento, y con ello, mucha más necesidad de tomar decisiones rápidas, de aventurarse, de explorar… Y yo me veía como perdida, no sabía que hacer ni hacia dónde ir, y todo eso me agobiaba. Así que llegué a un punto en el que prefería no jugar.
Prefería, por ejemplo, sentarme a ver una película, que era mucho más fácil y más cómodo.
¿Y por qué os estoy contando todo esto? Porque me gustaría plantearos hoy una reflexión sobre dos formas de ver la vida: como una película o como un videojuego.
Si elegimos ver la vida como una película, en principio es todo más fácil: no tenemos que hacer nada, sólo sentarnos cómodamente en el sofá y ver la vida pasar. Pero claro, si por lo que sea no nos gusta cómo se va desarrollando el argumento, no podemos hacer nada por cambiarlo, ni tampoco por cambiar el desenlace, porque con una película no podemos interactuar. Como mucho podemos quejarnos, o apagar la tele, o levantarnos e irnos. Pero la película sigue siendo la misma.
Por el contrario, si elegimos ver la vida como un videojuego, entonces ya tenemos que mojarnos más: nos toca levantarnos del sofá para coger los mandos, y empezar a movernos, a investigar y a decidir. Y sí, puede que metamos la pata por el camino. Pero a cambio, el videojuego nos da la oportunidad de vivir nuestra propia aventura, influyendo en el transcurso de la partida y en los resultados que vayamos obteniendo. Podemos experimentar, descubrir, sorprendernos, acertar, equivocarnos, aprender, cambiar de rumbo, y volverlo a intentar todas las veces que haga falta (¡mientras nos sigan quedando vidas!). Podemos cambiar el juego, y a medida que el juego cambia, también cambiamos nosotros.
¿Qué te parecen estas dos formas de ver la vida? ¿Y cuál eliges hoy para ti? Yo me he dado cuenta de que ya llevo muchos años viendo películas, y me estoy animando a coger los mandos del videojuego, ¿te animas a jugar tú también?