Yo en general no soy mucho de bañarme en la playa; me crié en el interior y tengo poca costumbre, pero una cosa que sí que me encanta es pasear por la orilla y remojarme los pies.
Ayer por la tarde tuve el placer de hacer precisamente eso, mientras veía una preciosa puesta de sol. Había hecho mucho calor durante el día, pero a esa hora la temperatura se había suavizado y se estaba genial, hasta el agua me pareció menos fría de lo habitual… La mayoría de la gente ya se había vuelto a casa, y ya sólo quedaban unos pocos. Y en aquel momento, todo era paz y tranquilidad.
Qué gozada.
Así que iba yo paseando tranquilamente, en mi propio mundo, disfrutando del paisaje, pensando en mis cosas, alegrándome de haber aparcado mi lista de tareas un ratito para vivir el momento presente (y dándole forma en mi cabeza a un post sobre prioridades, que ya escribiré otro día), cuando otra visitante de la playa sacó esta foto tan chula:

Un regalito inesperado, y un precioso recuerdo, ¡gracias Sharon!
Guapa! La foto además es una flipada… No se distingue dónde acaba el cielo y dónde empieza el agua! 😍