Sin ningún motivo

Uno de los contrastes más claros que vemos los españoles al llegar a vivir a Irlanda es la diferencia de horarios. Y no me refiero a que aquí en la isla esmeralda sea una hora más temprano que en la península ibérica (que lo es, estamos en el mismo huso horario que las islas Canarias), sino a las horas del día a las que habitualmente hacemos ciertas cosas.

Por ejemplo: en Irlanda se suele comer y cenar mucho más temprano que en España, y también las tiendas normalmente cierran más pronto. Yo lo achaco a que en España, con eso del buen tiempo, hacemos mucha más vida en la calle y nos acostamos más tarde, mientras en Irlanda se «recogen» más pronto para su casa, sobre todo en invierno, que además los días son muy cortos y enseguida se hace de noche.

Esto es algo que conviene recordar cuando se viene a visitar Irlanda: que hasta las atracciones turísticas y los museos (¡y las cafeterías!) cierran muy pronto para lo que sería el estándar español, como mucho a las cinco o las seis de la tarde.

Menos una noche al año.

Culture Night. «La noche en blanco», que justo ha sido este viernes pasado.

Es la tarde-noche en que los museos y otros lugares de interés están abiertos hasta tarde, el acceso es gratis (aunque para algunos sitios hay que reservar), y se programan actividades culturales por todo el país.

A mí es una noche que me encanta, así que allá que me fui, al centro de Dublín, a pasear por las calles y cotillear lugares interesantes. Esta vez me dio por visitar el City Hall, donde además pude escuchar a un coro súper bonito, las estancias del Dublin Castle donde antiguamente vivía el virrey (no se me había ocurrido que en Irlanda hubiera habido un virrey), y un centro de budismo zen en Temple Bar, donde participé en una meditación zazen.

Y fue allí en el centro zen donde escuché la idea que ha inspirado el título de hoy. Un sacerdote budista nos explicó los principios básicos de esta rama del budismo, cuya práctica principal es la meditación, y recalcó mucho que su premisa es la de meditar sin ningún objetivo concreto: no hay nada que conseguir, nada a lo que aspirar, no se persigue la iluminación. Se medita simplemente porque sí, sin ningún motivo. Te sientas, y ya está.

Sin ningún motivo.

Framed picture on a wall, says "Embrace your journey" in black handwritten-like letters; the background is an old world map

Evidentemente, eso no es todo; no es más que el punto de partida. En realidad siempre hay un motivo. Para todo. El motivo, la motivación, es lo que nos mueve a hacer lo que hacemos. Pero creo que entiendo lo que quieren decir: este tipo de meditación se basa en permanecer en contacto con la realidad, en no bloquear nuestros sentidos (de hecho se medita con los ojos abiertos, cosa que me cortocircuitó un poco) y enfrentarnos con la realidad cara a cara, en lugar de intentar abstraernos y evadirnos de ella. Pero en el momento en el que nos ponemos un objetivo para la meditación y creamos una expectativa del resultado que queremos obtener, ya dejamos de estar en la realidad presente.

Ese planteamiento me pareció muy curioso, y también me hizo pensar en cómo la sociedad actual nos enseña que tenemos que ser productivos todo el rato, que todo lo que hacemos tiene que tener una razón de ser, un propósito, un beneficio tangible. ¿Alguna vez te has sentido culpable por estar «perdiendo el tiempo»? A mí me ha pasado muchísimo, y me sigue pasando. A algunos nos cuesta mucho frenar el ritmo, y lo de sentarnos a no hacer nada nos cuesta todavía más.

Pero cuando por fin lo conseguimos, empezamos a darnos cuenta de cosas.

Yo tengo que reconocer que la meditación es una de mis asignaturas pendientes, desde hace bastantes años. Y quién sabe, puede que esta vez, la curiosidad y la paradoja de no tener un motivo sean lo que finalmente me motiven 😀

¿Te animas a empezar conmigo, simplemente porque sí, sin ningún motivo?

Chequeo anual

Hoy me ha tocado llevar el coche a la NCT (National Car Test), el equivalente irlandés a la ITV española (Inspección Técnica de Vehículos). Ha salido que estaba todo bien menos una cosa: los «ball joints» de alante a la derecha, que están muy gastados y hay que cambiarlos. Yo de mecánica tengo que confesar que no tengo ni idea, y menos aún en inglés, así que por mucho que el diccionario me diga que en español se dice «rótulas», a mí como si me dicen que es la junta de la trócola 😀 Menos mal que los del taller sí que saben.

En fin, que pensando en este tema, se me ha ocurrido que a mí tampoco me vendría mal una revisión anual, y no me refiero a la del médico, el dentista o el oculista (que también), sino a evaluar un poco el momento en el que estoy en mi vida, qué tal me va, con qué estoy contenta y con qué no, y qué me gustaría cambiar.

Esto se puede hacer de muchas maneras; yo hoy he utilizado una herramienta que es muy sencilla pero también muy potente: la rueda de la vida.

Es una representación gráfica de cómo valoramos la situación actual en distintos aspectos de nuestra vida. Hay muchas versiones con distintas categorías, escalas, etc. La idea es elegir las áreas que uno crea más relevantes, ponerlas alrededor de un círculo, puntuarlas, y luego rellenar la «telaraña» que nos queda para hacernos una idea de la superficie que ocupa:

Drawing of a "wheel of life" - eight segments representing different areas of life, and a graphical representation of a zero to ten score in each of them, creating a cobweb drawing

En este ejemplo yo he utilizado una escala del cero al diez, y he puesto ocho categorías en los ocho radios del círculo:

  • Casa / hogar / familia
  • Salud
  • Trabajo
  • Amigos
  • Amor / relaciones
  • Dinero
  • Aficiones / hobbies
  • Crecimiento personal

Como veis, es un ejercicio muy sencillito y muy visual, pero ya os podréis imaginar que se le puede sacar mucho jugo, si de verdad estamos dispuestos a sincerarnos y profundizar.

Después, una vez que ya tenemos esa «foto» de la situación actual, con la información que haya salido podemos trabajar de muchas formas. Lo ideal es que las distintas áreas de nuestra rueda estén más o menos equilibradas, y así poder «rodar» suavemente y sin esfuerzo. ¿De dónde «cojea» más mi rueda? ¿Hay alguna zona que necesite atención inmediata? ¿Qué puedo hacer para que esté más alineada?

Y si no hay nada que destaque especialmente pero las puntuaciones son bajas en general (o aunque sean altas, siempre hay hueco para mejorar): ¿Dónde me gustaría estar dentro de un año en cada una de estas áreas? ¿Y qué podría empezar a hacer ya para irme acercando a esa puntuación deseada? Una vez hecha la lista de posibles acciones, es mejor priorizar y centrarse sólo en dos o tres para empezar; ya habrá tiempo después de volver a por más.

¿Qué opinas de este método para hacer el chequeo anual? ¿Conocías ya la rueda de la vida, en este formato o en otro? ¿Qué áreas o categorías no he mencionado y te parecen importantes?

Azul y verde

Un año más se acaba agosto y llega septiembre, y en muchos países del hemisferio norte es la época de la «vuelta al cole», para los niños y no tan niños.

En Irlanda normalmente los primeros días de septiembre (que aquí ya se consideran oficialmente otoño) suele hacer bastante buen tiempo, y este fin de semana se ha cumplido la tradición, así que hemos aprovechado las niñas y yo para estirar un poco más la sensación de verano antes de meternos de lleno en la rutina, y salir a ver «azul y verde», como diría mi amiga Bea 🙂

Esta foto la hemos sacado hoy en los Blessington Lakes, un embalse situado en el condado de Wicklow que proporciona agua a Dublín y alrededores. Hemos empezado el día dando una vuelta por el lago en kayak, luego hemos comido por allí con unos amigos (¡con churros de postre y todo!), y nos hemos dado un paseíto por la zona, charlando tranquilamente y disfrutando del paisaje.

Aire libre, ejercicio, comida rica, naturaleza y buena compañía. ¿Qué mas se puede pedir?

Esta idea de salir al «azul y verde» me encantó cuando la oí por primera vez; yo en general soy muy casera, seguramente demasiado, y muchas veces me da pereza salir de casa, pero sé que cuando salgo a pasear me siento muchísimo mejor: recargo pilas, física, mental y emocionalmente. Y si encima hace buen día y el sitio es bonito, pues mejor que mejor… Otro amigo nuestro, Juanjo, lo llamaba «hacer la fotosíntesis», y también me parece una expresión muy acertada. Es increíble todo lo que puede ayudar un simple paseo al aire libre a nuestro estado de ánimo.

Azul y verde. Verde y azul.

Cuando estaba pensando hoy en escribir este post, me vino a la cabeza una canción de U2, Beautiful Day, que dice «see the world in green and blue» (mira al mundo, verde y azul). Esa línea en concreto está inspirada en la frase que dijo el astronauta Neil Armstrong cuando miraba a la Tierra desde la Luna. Y la canción en general nos anima a encontrar alegría y disfrute en las cosas pequeñas de la vida, incluso cuando estemos pasando por una mala racha.

Y a ti, ¿qué te ayuda a recargar pilas? ¿Te gusta salir a ver azul y verde? ¿Cuál es tu paisaje favorito?

«It´s a beautiful day… Don´t let it get away». (Hace un día precioso… No dejes que se te escape).

Tiempo para reflexionar

Feliz Pascua de Resurrección a todos los que la celebréis 🙂

El otro día un mensajito de una gran amiga (¡gracias Ara!) me recordó cómo solía pasar yo la Semana Santa en mis años mozos: de convivencia en el convernto de El Palancar.

"El Palancar" convent (Extremadura, Spain) seen from a group of rocks high on a hillside

La Pascua del Palancar era un encuentro para jóvenes organizado por los frailes franciscanos de la provincia Bética, y duraba desde el Jueves Santo hasta el Domingo de Resurrección. Tenía una temática religiosa, por supuesto, como casi todo lo espiritual en aquella época, pero no se quedaba sólo en eso: era una oportunidad maravillosa para desconectar del ruido y las prisas del día a día (y eso que aún no había teléfonos móviles), y entrar en conexión con la Vida, con la Naturaleza, con nuestros compañeros de viaje, y en definitiva con nosotros mismos.

Ahora que lo pienso, estos fueron seguramente mis primeros pasos por el camino del autodescubrimiento y el desarrollo personal.

Durante los tres días y medio que duraba la convivencia, la mayoría de las actividades las hacíamos acompañados, o bien todos juntos o en grupos pequeños. Pero había una, la del sábado por la tarde, que era diferente: la llamaban el desierto, y era un hueco de un par de horas donde que nos animaban a buscarnos un lugar tranquilo para la contemplación y la reflexión personal. Os podéis imaginar el reto que suponía eso para algunos de los adolescentes, ¡dos horas solo, sin hablar con nadie!

Yo recuerdo que siempre me subía por los canchos colina arriba, hasta un lugar parecido al que veis en la foto; desde allí se veía el convento abajo a lo lejos, rodeado del paisaje típico de Extremadura en primavera. Llevaba conmigo un cuaderno, un boli, y una hojita que nos daban con preguntas para guiar la reflexión. Pero aparte de eso, nada.

Silencio. Naturaleza. Tiempo y espacio para que fuera saliendo todo lo que llevaba dentro.

Me encantaba esa sensación.

Y allí en aquel rinconcito del mundo se me pasaban las dos horas, respirando, pensando, escribiendo… Hasta que luego empezaba a oír a lo lejos las voces de mis compañeros, tal vez los acordes de una guitarra, y me daba cuenta de que ya iba siendo hora de volver a bajar al mundo. Me sentía como San Pedro en el pasaje de la Biblia de la transfiguración de Jesús, cuando le dice: Señor, ¡qué bien se está aquí! Construyamos una tienda. Y Jesús le explica que no pueden quedarse allí de contemplación en lo alto de la montaña, que tienen que volver a bajar y continuar con su misión en la tierra.

A veces este mundo en que vivimos nos absorbe de tal manera que perdemos el contacto con lo que más nos importa. Pero si de vez en cuando nos tomamos un respiro para subir a la montaña, volveremos a escuchar a nuestra voz interior, y con su guía volveremos a recuperar el rumbo. Yo hace ya muchos años que no paso por El Palancar, y mi montaña ahora a veces tiene forma de playa, pero la idea es la misma: un poco de tiempo, soledad y silencio, y la respuesta aparece.

Y tú, ¿cuándo escuchaste por última vez a tu voz interior? ¿Y qué es lo que te diría hoy, si te pararas a escucharla?

Tradiciones

Todas las épocas del año tienen sus tradiciones, y en el hemisferio norte, ahora nos tocan las de otoño.

En Cáceres (España), donde you nací y crecí, al día 1 de noviembre se le conoce como “el día de las castañas”. Es el día de Todos los Santos, seguido del día de Todos los Difuntos, cuando muchas familias visitan los cementerios para recordar a los seres queridos que ya no están.

Cuando yo era pequeña no conocíamos nada de Halloween, ni de Diwali, ni siquiera de la tradición mexicana del Dia de los Muertos. Y mi familia no tiene la costumbre de visitar el cementerio. Pero lo que sí hacíamos todos los años por estas fechas era asar castañas, ¡qué ricas!

Raw chestnuts

A medida que pasan los años y vamos creciendo, vamos teniendo la opción de continuar con ciertas tradiciones, aparcarlas si ya no tienen mucho sentido para nosotros, o irlas transformando según lo que consideremos importante. Yo guardo muchos buenos recuerdos (y un buen taco de fotos, ¡reveladas en papel!) de cuando en época de instituto y de universidad salíamos al campo la pandilla de amigos a asar castañas. Luego años después, al llegar a Irlanda, nos quedamos alucinados con las celebraciones de Halloween, sobre todo con la versión más original celta, con sus hogueras, además de las tradiciones que habían llegado de Norteamérica como el trick or treating y las calabazas.

Pero incluso aquí en Irlanda y rodeados del espíritu de Halloween, casi todos los años nos seguimos juntando unos cuantos irreductibles españolitos a hacer una “castanyada”, como dicen los catalanes, pasándolas canutas a veces para encontrar las dichosas castañas 😀 Aunque en realidad da igual, las castañas son otra excusa más para reunirnos, al igual que principios de verano nos reunimos por San Juan para “saltar la hoguera”.

Ahora en años más recientes, gracias a vivir en un barrio multicultural y a tener compañeros de trabajo de la India, también hemos conocido la tradición de Diwali, el triunfo de la luz sobre la oscuridad, que tiene mucho sentido en esta época del año en que los días se acortan y las noches se hacen eternas. Acabamos de cambiar la hora en Europa, la semana que viene la cambiarán en América, y las tardes oscuras parece que nos invitan a todos a entrar en hibernación.

Por eso me encantan las luces de Diwali, las de Halloween e incluso las de Navidad (aunque aún sea un poco pronto), me parece que aportan una chispa de alegría en esta época del año tan gris… Al fin y al cabo, en el fondo todo vuelve a lo mismo: luces y sombras, la esperanza de ver que la oscuridad es pasajera y que más adelante vendrán tiempos mejores.

Mantenemos tradiciones porque nos dan sensación de familiaridad, de comodidad, de seguridad. Pero como pasa con todo en la vida, si nos las tomamos demasiado en serio, pueden acabar convirtiéndose más en una fuente de estrés que de disfrute, así que os dejo con un par de citas que me han gustado sobre este tema:

Sólo porque algo sea tradicional no quiere decir que haya que hacerlo, claro está.

Lemony Snicket, The Black Book

La tradición es una guía, no un carcelero.

W. Somerset Maugham

Y tú, ¿qué tradiciones, nuevas o viejas, tienes para este otoño?

Estrenando web

Señoras y caballeros, llegó el momento…

BinaryWords ya no es solamente un blog, es toda una web hecha y derecha 🙂

Purple banner with the BinaryWords logo and a number of electronic devices showing different images: colours, landscape, clock and calendar, yoga at sunset, hands making a heart shape, target circles

Aquí empieza para mí una nueva etapa: el proyecto personal con el que arranqué hace algo más de un año se convierte ahora también en aventura profesional, y doy mis primeros pasos en esta nueva andadura con muchísima ilusión (y también con un poquito de vértigo, como debe ser).

A partir de ahora, además de compartir mis reflexiones semanales, que por supuesto continuarán, os ofrezco mis servicios como life coach profesional. Y pronto irán empezando a aparecer en esta web nuevos contenidos, talleres y cursos con los que podréis profundizar en el arte de reprogramar vuestra vida.

De momento, espero que os guste y os resuene lo que veis, sentíos libres de explorar las páginas y artículos ya publicados, y de mandarme vuestro feedback para seguir mejorando y aprendiendo. Y como siempre, mil gracias por leerme, y estad atentos a las novedades…

Conversaciones incómodas

Hace poco leí en algún sitio (perdón pero ya no recuerdo dónde) que para tener relaciones sanas es necesario tener de vez en cuando conversaciones incómodas. Esto se aplica a todo tipo de relaciones.

Tiene sentido, ¿verdad? Los desacuerdos y el conflicto son inherentes al ser humano, y es nuestra forma de gestionarlos lo que marca la diferencia.

Pero, ¿qué pasa cuando te da tanto miedo el conflicto que intentas evitarlo a toda costa?

Hola, me llamo Bea, y soy una conflict avoider.

Two people having a conversation in the street, only their hands and arms are visible, their faces are not shown

Me he pasado muchos años caminando por la vida de puntillas para no molestar a nadie, para no generar conflicto. Muchos años haciendo como si ciertos problemas no existieran, con la esperanza de que se solucionaran solos.

Y te puedes imaginar lo que pasa, ¿verdad? Que NO se solucionan solos, aunque a veces parezca que sí. Para solucionar de verdad un problema hay que sacarlo a la luz, hay que hablarlo, porque si no, el malestar se queda ahí, creciendo bajo la superficie, hasta el día en que irremediablemente vuelve a salir.

¿Y qué podemos hacer entonces? Se me ocurren tres cosas:

  • Aceptar el conflicto como algo natural: cada uno tenemos nuestras necesidades, nuestras opiniones y nuestra manera de hacer las cosas, que en algunos momentos chocan con las de los demás.
  • No tomárnoslo personalmente: una cosas que ayuda mucho es centrarse en el problema en sí, no en lo que interpretamos que “nos está haciendo” la otra persona.
  • Encontrar una buena manera de comunicarnos, para poder transmitir al otro nuestras necesidades y deseos, y escuchar los suyos, de una manera respetuosa y no violenta.

Cuando mis hijas eran pequeñas, a menudo les ponía una canción de Miliki que decía: “hablando se entienden las personas, y todo funcionará mejor…” A día de hoy, todavía de vez en cuando se la canto a ellas, y a mí misma, como recordatorio de que ninguno somos adivinos, y de que las cosas hay que hablarlas.

Y tú, ¿también evitas el conflicto? ¿Qué conversación incómoda has estado intentando evitar?

Sensibilidad

¿Te consideras una persona sensible?

Yo llevo unos días haciéndome esta pregunta… Creo que nunca me lo había planteado hasta ahora.

Close up of a brightly red flower against a blurred dark green background

Dicen que todos los días se aprende algo nuevo, y yo el otro día aprendí, a través de una amiga y compañera de máster (¡gracias Idoia!), que aproximadamente un 20% de la población mundial se calcula que son personas de las denominadas altamente sensibles, o PAS.

Las personas altamente sensibles tienen el sistema nervioso más desarrollado que la media, por lo que su cerebro recibe mucha más cantidad de información sensorial. Esto no es una enfermedad ni un trastorno psicológico, es simplemente un rasgo de la personalidad. Y como cualquier otro aspecto de la personalidad, viene muy bien conocerlo para poder comprendernos mejor, en este caso dándonos cuenta de que algunas personas viven las emociones de manera diferente, y mucho más intensa, que otras.

Según la doctora Elaine Aron, que fue quien acuñó el término PAS (en inglés, highly sensitive persons, o HSP), existen cuatro características básicas que se suelen manifestar en las personas altamente sensibles:

  • Depth of processing (profundidad de pensamiento) – tienen tendencia a procesar la información que reciben de forma muy intensa y muy profunda, lo que les lleva a reflexionan mucho, y a darles muchas vueltas a las cosas.
  • Ovestimulation (sobreestimulación) – al recibir tantos estímulos sensoriales, pueden llegar a experimentar sobreestimulación o saturación sensorial, sobre todo cuando tienen que procesar mucha información en poco tiempo.
  • Emotional reactivity (reactividad emocional) – viven las emociones de manera mucho más intensa, tanto las agradables como las desagradables, y tienen también gran capacidad de empatía, pudiendo contagiarse de las emociones de los demás.
  • Sensing the subtle (sensibilidad a las sutilezas) – su elevada sensibilidad les permite detectar cambios sutiles que a otras personas se les pueden escapar, como pequeños cambios en el entorno, o en el estado emocional de los demás.

Además de estas cuatro características centrales, hay otras complementarias con las que muchas PAS se sienten identificadas, y algunas de ellas son la mar de curiosas. No las voy a listar todas aquí porque se alargaría mucho el post; si este tema te ha despertado la curiosidad (como me pasó a mí), te animo a que sigas investigando.

Pero sí que hay un aspecto que me parece importante destacar aquí, y es que muchas de estas personas a menudo tienen la sensación de no encajar, de ser “un bicho raro”, y de no encontrar a otros con las que realmente conectar… A menudo, su dosis extra de sensibilidad viene con una dosis extra de sufrimiento, debido a no comprender lo que les pasa y por qué son diferentes.

Por eso me ha parecido oportuno contribuir a propagar esta información. Por eso, y porque cada vez que leo otro artículo o veo otra charla TED sobre PAS, encuentro más cosas con las que me siento identificada 🙂

Así que, volviendo a la pregunta del principio…

¿Te consideras una persona sensible?

Viajando

Estos días estoy de vacaciones, y viajando, como seguramente muchos de vosotros. Después de dos veranos sin pasar por España, este año por fin hemos podido venir las niñas y yo, a disfrutar de la familia y del buen tiempo (¡con ola de calor incluida!)

Buscando citas sobre viajes, me he encontrado con estas tres, que me han hecho reflexionar:

Viajar – te deja sin palabras, y luego te convierte en narrador.

Ibn Battuta

Una cita muy chula que no conocía.

Pero para que esto pase de verdad, no basta con viajar (en el sentido de moverse de un lado a otro); hay que meterse de lleno en la experiencia, ir con la mente abierta, dejarse sorprender. En resumen, lo típico que se dice de ser viajero en lugar de turista – el turista vuelve a su casa igual que estaba cuando se fue, mientras que el viajero se deja transformar por el camino.

Y se me ocurre que es mucho más fácil sorprenderse cuando se viaja a algún lugar nuevo, lo cual me lleva a la segunda cita de hoy:

Una vez al año, ve a algún sitio donde no hayas estado nunca.

Anónimo

Muy buen consejo, en mi opinión. Y eso que yo reconozco que soy muy propensa a volver a ciertos sitios conocidos, y es que en cuestión de viajes soy poco aventurera,… Pero cuando consigo vencer esa pereza inicial y lanzarme a la aventura, sí que disfruto mucho, y aprendo un montón, conociendo sitios nuevos.

Pero qué pasa, ¿que sólo podemos transformarnos si viajamos a sitios desconocidos? Pues no necesariamente; creo que lo que pasa es que un sitio nuevo nos puede cambiar la perspectiva más fácilmente, nos puede ayudar a pensar y actuar de una manera nueva, mientras que cuando nos quedamos en los sitios de siempre, tendemos a pensar y a actuar… pues como siempre 🙂

Por eso me ha gustado tanto esta tercera cita, que tampoco conocía:

De vez en cuando, la gente se da cuenta de que no tiene que experimentar el mundo de la manera que le han dicho.

Alan Keightley

Lo que nos sugiere esta última frase es que en realidad no importa dónde estemos; el entorno puede ser el mismo de siempre, pero si nuestra mirada cambia, si nuestra actitud cambia, lo percibiremos todo de una forma nueva y distinta.

Y a ti, ¿te gusta viajar? ¿Eres de los aventureros, o de los que prefieren repetir destino? ¿Y te consideras viajero, o turista?

Marta y María

Como mucha otra gente de mi edad tanto en España como en Irlanda, yo nací y me crié en un entorno católico, y durante muchos años fui a misa todos los domingos y fiestas de guardar.

Recuerdo que había varios pasajes del Nuevo Testamento que me llamaban especialmente la atención, y uno de ellos era el de Marta y María:

 Aconteció que yendo de camino, entró en una aldea; y una mujer llamada Marta le recibió en su casa. Esta tenía una hermana que se llamaba María, la cual, sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra. Pero Marta se preocupaba con muchos quehaceres, y acercándose, dijo: Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude. Respondiendo Jesús, le dijo: Marta, Marta, afanada y preocupaada estás con muchas cosas. Pero sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la parte buena, que no le será arrebatada.

Creo que esta lectura me llamaba la atención porque no la acababa de entender, no me cuadraba. Porque a ver, si había cosas que hacer, pues había que hacerlas, ¿no? No se podía una quedar ahí haciendo el vago… Pero Jesús venía a decirles justamente lo contrario, lo cual me rompía completamente los esquemas.

No se me ocurría cuestionar ni que aquellas cosas “que había que hacer” realmente hubiera que hacerlas, ni que el simplemente estar, sin “hacer”, significara estar haciendo el vago.

Y es que ese contraste (o más bien conflicto) entre lo que representaban los personajes de Marta y María lo sufría yo también por dentro: estaba agobiada por todas mis tareas, que sentía como obligaciones, y cuando por lo que fuera le dedicaba tiempo a descansar o a alguna otra cosa menos “productiva”, luego me sentía mal. No estaba a gusto ni con una cosa, ni con la otra. ¿El resultado? Mucho sueño atrasado durante años, y mucha sensación de culpabilidad.

Ahora que ya han pasado el tiempo y me conozco mejor, sé que en realidad lo que pasa es que tengo dos modos distintos de funcionar:

  • El “modo eficiente”, en el que tengo un montón de energía y soy súper productiva, ya sea en el trabajo, haciendo cosas por casa, saliendo a hacer recados, etc.
  • Y el “modo tranquilo”, en el que voy a mi ritmo, y me tomo mi tiempo para recargar pilas, de la manera que sea según el momento.

La diferencia para mí la ha marcado el saber que no sólo ambos modos son válidos, sino que además son necesarios, y en realidad se complementan, todo es cuestión de mantener un equilibrio. Para poder gastar energía, primero hay que conseguirla. Y como vivimos en la cultura del “hacer”, hay que recalcar mucho la importancia del “ser”, pero si nos dedicamos solamente a ser y nunca a hacer, tampoco avanzamos… Lo ideal es que vayan los dos de la mano, y que jueguen a nuestro favor, no en nuestra contra.

Volviendo a la lectura sobre Marta y María: lo que viene a hacer Jesús es alabar a María por darle prioridad a lo más importante. Hagamos nosotros también eso: tengamos claro qué es para nosotros lo más importante en cada momento, y démosle prioridad, conscientemente, de la mejor manera posible y sin sentirnos culpables.