Esta semana he pasado por algunos momentos en los que me he sentido un poco incómoda.
Nada grave, sólo un poco de incomodidad ante situaciones que se salían de mi día a día habitual. Han sido momentos un poco tensos (al menos dentro de mi cabeza), en los que no he sabido muy bien cómo actuar o qué decir para no meter la pata, y me he sentido torpe, incompetente, un poco como un pez fuera del agua.
Fuera de mi zona de confort.
Pero también, curiosamente, esta semana he oído una analogía que me ha venido genial para cambiar de perspectiva.

La incomodidad es algo que las personas por naturaleza tendemos a evitar, porque nos resulta desagradable, tanto si es una sensación de malestar físico como de cualquier otro tipo, como por ejemplo en ciertas situaciones sociales.
Pero por ejemplo, cuando hacemos deporte, lo que estamos haciendo precisamente es someter a nuestro cuerpo a cierto grado de incomodidad durante un periodo de tiempo, con el objetivo de que se fortalezca y se desarrolle. Y poco a poco, con constancia, el cuerpo se va acostumbrando a realizar ese ejercicio, pudiéndolo hacer cada vez con más facilidad y menos esfuerzo.
Está muy claro que si no nos movemos del sillón, nuestros músculos no se desarrollan. Pues de la misma manera, podríamos argumentar que nuestros “músculos” sociales, y nuestras habilidades en general, se desarrollan viviendo experiencias un poco incómodas, que son las que nos remueven, nos desafían y nos impulsan a aprender.
Porque, seamos realistas: cuando estamos completamente cómodos, es que no estamos aprendiendo nada…
Una zona de confort es un lugar precioso, pero donde nunca crece nada.
John Assaraf
Recuerdo que antes de venir a Irlanda yo no estaba nada acostumbrada al frío, y lo llevaba muy mal. Luego con los años me fui aclimatando, y a día de hoy no es que me guste pasar frío ni mucho menos, pero esa sensación que tanto me incomodaba hace años ahora ya no me afecta tanto, la encuentro mucho más llevadera. ¿Y por qué? Porque en algún momento decidí dejar de evitar sentir frío a toda costa, y me permití sentir un poco de frío y comprobar que no era el fin del mundo, que todavía podía seguir funcionando normalmente. Ahora considero que me he liberado de tener que mantenerme constantemente en la temperatura ideal.
Llevando el mismo razonamiento a las situaciones que os comentaba al principio, ahora por suerte sé que el sentirme incómoda durante unos minutos no es el fin del mundo. Todo lo contrario: es una oportunidad para estar atenta y observar (y observar-me), ejercitar “músculos” que a lo mejor no sabía ni que tenía, y confiar en que acabaré aprendiendo algo nuevo.
Y a ti, ¿qué es lo que te hace sentir incómod@? ¿Y qué te está queriendo enseñar esa incomodidad?