Plata, oro y platino

¿Alguna vez has oído hablar de la Regla de Oro, y de su inversa, la Regla de Plata? Estoy segura de que sí, aunque a lo mejor no sabías que se llamaban así.  

Trata a los demás como querrías que te trataran a ti. Te suena, ¿verdad? Pues ésta es la Regla de Oro, un principio moral que está presente en prácticamente todas las culturas, filosofías y religiones de la historia de la Humanidad.

Photo of golden cogwheels on black background

Y si formulamos la misma idea en versión negativa, se convierte en la Regla de Plata: no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti.

Tiene sentido, ¿verdad? Es una norma muy sencilla y muy fácil de entender, incluso para los niños pequeñitos, sobre todo en esta segunda versión: «A ver, hijo, ¿a ti te gusta que te peguen, o que te quiten tus juguetes? Pues no se lo hagas tú a los otros niños…» (discurso típico de padre o madre que nuna pasa de moda).

Utilizando la metáfora de un videojuego, se me ocurre que la denominada Regla de Plata sería el nivel más básico de «hacer el bien», el nivel principiante: no hacer daño al prójimo.

Luego, a medida que crecemos y maduramos, podemos ir pasando al nivel intermedio: la Regla de Oro, donde el objetivo ya no es solamente no dejar al otro peor de lo que estaba, sino que queremos dejarlo mejor, ¿Te gusta que te valoren, que te escuchen, que te ayuden? Pues compórtate tú así cuando interactúes con otra persona (independientemente del resultado).

Pero, ¿sabías que todavía hay un nivel más avanzado de este videojuego metafórico de «hacer el bien»? Lo he aprendido esta semana, y es la Regla de Platino: trata a los demás como A ELLOS les gustaría que les trataran.

A ellos. No a ti.

Esto ya sí que es nivel, ¿Verdad? Porque claro, ¿cómo voy a saber yo cómo quiere el otro que le trate? Para eso voy a tener que esforzarme por conocerle bien, saliendo de mi propio egocentrismo, dejando a un lado mis ideas preconcebidas y sintonizando de verdad con lo que él o ella considere más importante. Sólo así voy a poder conseguirlo.

¿Que te parece? ¿En qué nivel te ves tú ahora mismo? ¿Aceptas el reto de seguir la Regla de Platino?

Una llamada al amor

Esta semana he rescatado un libro que tiene más de treinta años, y que yo leí hace más de veinte; recuerdo que en su momento me impactó mucho. Se trata de Una llamada al amor, una recopilación de las últimas reflexiones de Anthony de Mello escritas en forma de meditaciones.

Book cover: "Una llamada al amor" ("The way to love"), from Anthony de Mello, in its Spanish version, showing an image of a wheat field

Acabo de empezar a releerlo, y ya me estoy dando cuenta de varias cosas. Por un lado, me reafirmo en creer que no hay nada nuevo bajo el sol: ya está todo dicho y escrito, múltiples veces y de múltiples maneras, al menos las grandes verdades que los sabios nos vienen mostrando desde hace milenios.

Lo que pasa es que estas enseñanzas nos calan o nos resbalan según estemos o no preparados para recibirlas, y una vez que las recibimos, solamente nos sirven para cambiar de verdad si estamos dispuestos a trabajar por integrarlas en nuestra vida.

Por otro lado, compruebo con sorpresa que muchas de las cosas que creía haber aprendido recientemente gracias al coaching, la PNL, el estoicismo, etc., en realidad ya llevaban bastantes años dentro de mí, tomando forma y cobrando sentido poco a poco. Por eso no puedo decir que haya una única disciplina, técnica o curso de desarrollo personal que me haya «cambiado la vida», como he oído decir a tanta gente… Lo mío ha sido una acumulación de ideas, conceptos e hipótesis que he ido recogiendo casi toda mi vida, y que a veces me han desconcertado y descolocado mucho (como las reflexiones de este libro) para luego volver a colocarme poco a poco, ayudándome a crecer en consciencia y en coherencia.

Y para muestra, un botón: os copio aquí la segunda meditación completa, tal como aparece en el libro, que me parece que viene muy a cuento con el subtítulo del blog: Reprograma tu vida. Es un poco larga, pero creo que merece la pena leerla, espero que os guste y que os descoloque un poquito.

«Si alguno viene a mí y no odia a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío» (Lc 14, 26)

Echa un vistazo al mundo y observa la infelicidad que hay en torno a ti y dentro de ti mismo. ¿Acaso sabes cuál es la causa de tal infelicidad? Probablemente digas que la causa es la soledad, o la opresión, o la guerra, o el odio, o el ateísmo… Y estarás equivocado. La infelicidad tiene una sola causa: las falsas creencias que albergas en tu mente; creencias tan difundidas, tan comúnmente profesadas, que ni siquiera se te ocurre la posibilidad de ponerlas en duda. Debido a tales creencias, ves el mundo y te ves a ti mismo de una manera deformada. Estás tan profundamente «programado» y padeces tan intensamente la presión de la sociedad que te ves literalmente obligado a percibir el mundo de esa manera deformada. Y no hay solución, porque ni siquiera sospechas que tu percepción está deformada, que piensas de manera equivocada, que tus creencias son falsas.

Mira en derredor tuyo y trata de encontrar a una sola persona que sea auténticamente feliz: sin temores de ningún tipo, libre de toda clase de inseguridades, ansiedades, tensiones, preocupaciones… Será un milagro si logras encontrar a una persona así entre cien mil. Ello debería hacerte sospechar de la «programación» y las creencias que tanto tú como esas personas tenéis en común. Pero resulta que también has sido «programado» para no abrigar sospechas ni dudas y para limitarte a confiar en lo que tu tradición, tu cultura, tu sociedad y tu religión te dicen que des por sentado. Y si no eres feliz, ya has sido adiestrado para culparte a ti de ello, no a tu «programación» ni a tus ideas y creencias culturalmente heredadas. Pero lo que empeora aún más las cosas es el hecho de que la mayoría de las personas han sufrido tal lavado de cerebro que ni siquiera se dan cuenta de lo infelices que son…: como el hombre que sueña y no tiene ni idea de que está soñando.

¿Cuáles son esas falsas creencias que te apartan de la felicidad? Veamos algunas. Por ejemplo, ésta: «No puedes ser feliz sin las cosas a las que estás apegado y que tanto estimas». Falso. No hay un solo momento en tu vida en el que no tengas cuanto necesitas para ser feliz. Piensa en ello durante un minuto… La razón por la que eres infeliz es porque no dejas de pensar en lo que no tienes, en lugar de pensar más bien en lo que tienes en este momento.

O esta otra: «La felicidad es cosa del futuro». No es cierto. Tú eres feliz aquí y ahora; pero no lo sabes, porque tus falsas creencias y tu manera deformada de percibir las cosas ten han llenado de miedos, de preocupaciones, de ataduras, de conflictos, de culpabilidades y de una serie de «juegos» que has sido «programado» para jugar. Si lograras ver a través de toda esa maraña, comprobarías que eres feliz… Y no lo sabes.

Otra falsa creencia: «la felicidad te sobrevendrá cuando logres cambiar la situación en que te encuentras y a las personas que te rodean». Tampoco es cierto. Estás derrochando estúpidamente un montón de energías tratando de cambiar el mundo. Si tu vocación en la vida es la de cambiar el mundo, ¡adelante, cámbialo!; pero no abrigues la ilusión de que así lograrás ser feliz. Lo que te hace feliz o desdichado no es el mundo ni las personas que te rodean, sino los pensamientos que albergas en tu mente. Tan absurdo es buscar la felicidad en el mundo exterior a uno mismo como buscar un nido de águilas en el fondo del mar. Por eso, si lo que buscas es la felicidad, ya puedes dejar de malgastar tus energías tratando de remediar tu calvicie, o de conseguir una figura atractiva, o de cambiar de casa, de trabajo, de comunidad, de forma de vivir o incluso de personalidad. ¿No te das cuenta de que podrías cambiar todo eso, tener la mejor de las apariencias, la más encantadora personalidad, vivir en el lugar más hermoso del mundo… y, a pesar de ello, seguir siendo infeliz? En el fondo, tú sabes que esto es cierto; sin embargo, te empeñas en derrochar esfuerzos y energías tratando de obtener lo que sabes muy bien que no puede hacerte feliz.

Y otra falsa creencia más: «Si se realizan todos tus deseos, serás feliz». También esto es absolutamente falso. De hecho, son precisamente esos deseos los que te hacen vivir tenso, frustrado, nervioso, inseguro y lleno de miedos. Haz una lista de todos tus apegos y deseos, y a cada uno de ellos dile estas palabras: «En el fondo de mi corazón, sé que, aunque te obtenga, no alcanzaré la felicidad». Reflexiona sobre la verdad que encierran estas palabras. Lo más que puede proporcionarte el cumplimiento de un deseo es un instante de placer y de emoción. Y no hay que confundir eso con la felicidad.

¿Qué es, entonces, la felicidad? Muy pocas personas lo saben, y nadie puede decírtelo, porque la felicidad no puede ser descrita. ¿Acaso puedes describir lo que es la luz a una persona que no ha conocido en toda su vida más que la oscuridad? ¿O puedes quizá describir la realidad a alguien durante un sueño? Comprende tu oscuridad, y ésta se desvanecerá; entonces sabrás lo que es la luz. Comprende tu pesadilla como tal pesadilla, y esta cesará; entonces despertarás a la realidad. Comprende tus falsas creencias, y éstas perderán fuerza; entonces conocerás el sabor de la felicidad.

Si las personas desean tanto la felicidad, ¿por qué no intentan comprender sus falsas creencias? En primer lugar, porque nunca las ven como falsas, ni siquiera como creencias. De tal manera han sido «programados» que las ven como hechos, como realidad. En segundo lugar, porque les aterra la posibilidad de perder el único mundo que conocen: el mundo de los deseos, los apegos, los miedos, las presiones sociales, las tensiones, las ambiciones, las preocupaciones, la culpabilidad…, con los instantes de placer, de consuelo y de entusiasmo que tales cosas proporcionan. Imagínate a alguien que temiera liberarse de una pesadilla, porque, a fin de cuentas, fuera ése el único mundo que conociera…: he ahí tu retrato y el de otras muchas personas.

Si quieres obtener una felicidad duradera, has de estar dispuesto a odiar a tu padre, a tu madre… y hasta tu propia vida, y a perder cuanto posees. ¿De qué manera? No desprendiéndote de ello ni renunciando a ello (porque, cuando se renuncia a algo forzadamente, queda uno vinculado a ello para siempre), sino, más bien, procurando verlo como la pesadilla que en realidad es; y entonces, lo conserves o no, habrá perdido todo dominio sobre ti y toda posibilidad de dañarte, y al fin te habrás liberado de tu sueño, de tu oscuridad, de tu miedo, de tu infelicidad…

Dedica, pues, un tiempo a tratar de ver tal y como son cada una de las cosas a las que te aferras: una pesadilla que, por una parte, te proporciona entusiasmo y placer y, por otra, preocupación, inseguridad, tensión, ansiedad, miedo, infelicidad…

El padre y la madre: una pesadilla. La mujer y los hijos, los hermanos y hermanas: una pesadilla. Todas tus pertenencias: una pesadilla. Cada una de las cosas a las que te aferras y sin las que estás convencido de que no puedes ser feliz: una pesadilla… Por eso odiarás a tu padre y a tu madre, a tu mujer y a tus hijos, a tus hermanos y hermanas… y hasta tu propia vida. Por eso deberás dejar todas tus pertenencias, es decir, dejarás de aferrarte a ellas, y de ese modo habrás destruido su capacidad de dañarte. Por eso, finalmente, experimentarás ese misterioso estado que no puede ser descrito con palabras: el estado de una felicidad y una paz permanentes. Y comprenderás cuán cierto es que quien deja de aferrarse a sus hermanos y hermanas, a su padre, a su madre, a sus hijos, a sus tierras y posesiones… recibe el ciento por uno y obtiene la vida eterna.

Anthony de Mello, Una llamada al amor, Meditación 2

Celebraciones primaverales

Feliz Pascua de Resurrección a todos los que la celebréis 🙂

El otro día estuve comparando tradiciones de Semana Santa con mi amiga Stephanie, que es de Rumanía, y nos dimos cuenta de que algunas cosas son muuuuuy diferentes, empezando porque las fechas de la Pascua católica y la ortodoxa se calculan de manera distinta, la primera siguiendo el calendario gregoriano, y la segunda, el juliano.

Pero incluso entre países mayoritariamente cristianos no ortodoxos (católicos, anglicanos y otros grupos protestantes), las tradiciones también varían bastante, y me da la impresión de que esas variaciones están más basadas en cuestiones de geografía e historia que en la variedad concreta del cristianismo que se practique.

Por ejemplo, recuerdo que, cuando me mudé a Irlanda, me llamó muchísimo la atención que aquí no hubiera procesiones, a pesar de ser un país tradicionalmente católico como España. Por curiosidad, le acabo de preguntar a Google qué otros países tienen procesiones aparte de España, y han aparecido Italia (que quizá sea de donde las importamos nosotros, al igual que los belenes de Navidad), Israel (donde seguramente tuvieron lugar las procesiones originales, en los Santos Lugares), y varios países de Latinoamérica (adonde las exportamos nosotros, los españoles).

En otros lugares del mundo, como en el resto de Europa y en los países anglosajones, los huevos de Pascua son lo más característico, y aquí en Irlanda, también. Aunque más que pintar huevos de verdad con colores llamativos, como se hace en Rumanía y en otros muchos sitios, los irlandeses se dedican a comer huevos de chocolate, después de haberse privado de dulces y de otros caprichos durante la cuaresma.

Lo cual me lleva a otra pregunta que le he tenido que hacer hoy a Google: ¿por qué huevos precisamente? Pues resulta que los huevos siempre fueron un símbolo de fertilidad y de nueva vida, desde los tiempos de los antiguos griegos y los egipcios, y de ahí pasaron a ser un símbolo de la primavera. Luego, con la llegada del cristianismo, los huevos pasaron a simbolizar la resurrección de Cristo, y como la Iglesia prohibía comer huevos durante la Semana Santa, la gente empezó a decorarlos para que así fuera una celebración todavía mayor el disfrutarlos el Domingo de Resurrección.

Otro dato que me parece interesante es el origen de las palabras que utilizamos para nombrar esta fiesta. En español la llmamos Pascua, haciendo referencia a la Pascua judía, «el paso del Señor», que conmemora la liberación del pueblo hebreo de su esclavitud en Egipto. La última cena de Jesús con sus discípulos, el Jueves Santo, era una celebración de la Pascua judía, y así la palabra se traspasó también a nuestra Pascua de Resurrección, a través del latín y el griego.

En cambio, en inglés, la palabra Easter tiene un origen completamente distinto: la cristianización de la fiesta pagana de la primavera, dedicada a la diosa Eostre. Eostre era una diosa venerada por los anglosajones, y al llegar los misioneros cristianos a las Islas Británicas a principios de la Edad Media, pensaron que sería más fácil evangelizar aquellas tierras si aprovechaban las celebraciones religiosas de sus habitantes, dándoles un nuevo sentido cristiano.

Como veis, unas fiestas van dando lugar a otras, pero en el fondo, todas ellas (incluso la Pascua judía) eran y siguen siendo celebraciones de la primavera. Y no son las únicas: hace más o menos una semana se celebraba la fiesta hindú de Holi, el festival del color, el amor y la primavera, una explosión de alegría y color.

Group of four curved bowls forming a circle, full of coloured powder: blue, pink, yellow and red, on a grey surface sprinkled with some of the coloured powder

Y así comprobamos una vez más que, en esta vida, hay temas universales que las distintas culturas y naciones expresan de diferentes maneras: si en otoño, cuando los días se acortan, las tradiciones nos hablan de espíritus, de fantasmas y del triunfo de la luz sobre la oscuridad, ahora en primavera, cuando los días por fin vuelven a alargarse, celebramos la vuelta a la vida y el triunfo del bien sobre el mal.

Y tú, ¿qué tradiciones sigues en esta época del año? ¿Cómo celebras la llegada de la primavera?

Un descansito

Una vez más, llega el domingo y me siento a escribir el artículo de la semana, repasando mentalmente los últimos siete días. La verdad es que de lunes a viernes tuve un montón de ajetreo, entre viajes, oficina, tareas varias y algún que otro virus que que se pasó por nuestra casa, así que estaba deseando que llegaran el sábado y el domingo para poder «vaguear».

Woman dressed in shorts and spaghetti strap top resting happily on a green and blue hammock, against a sunny garden backdrop

Pero claro, como suele pasar, durante el fin de semana también había cosas que hacer, empezando por llevar a mi hija mayor al aeropuerto a las seis de la mañana el sábado…

Normalmente, habría aprovechado el levantarme temprano para seguir haciendo cosas «productivas» todo el día, pero como sé que así muchas veces acabo igual de cansada (o más) los fines de semana que los días de diario, esta vez decidí intencionadamente tomarme ratos para descansar y relajarme a lo largo del día. Y me acordé una vez más de aquella pregunta que me hizo mi amiga Marilyn hará un par de años, al poco de conocernos:

Oye, y tú, ¿cuándo paras?

Recuerdo que me sorprendí muchísimo, porque no era para nada consciente de ese comportamiento mío. Pero aquella pregunta me abrió los ojos; a partir de entonces empecé a observarme y descubrí que tenía toda la razón: a menudo no paraba en todo el día. ¿Cómo no iba a acabar cansada? En mi cabeza siempre había una larga lista de cosas por hacer, incluso aunque la redujera a lo que yo consideraba lo mínimo imprescindible.

Una vez que ya somos conscientes de un determinado comportamiento, si queremos, tenemos el poder de cambiarlo, por ejemplo si es algo que a la larga nos perjudica, como trabajar demasiado y no descansar lo suficiente.

¿Y cómo lo cambiamos? Pues escarbando un poquito para ver qué creencias se esconden tras ese comportamiento, siguiendo la pista de nuestro propio lenguaje, de la forma en la que nos hablamos a nosotros mismos.

En el ejemplo concreto que os contaba, la pista está en la palabra «vaguear». Inconscientemente, mi mente piensa: si yo vagueo, es porque soy una persona vaga y perezosa. ¡Pero yo no quiero ser una vaga! Quiero ser una persona productiva, útil para la sociedad. Así que mentalmente me machaco y me digo: «haz algo útil», y eso es lo que hago, cosas «útiles» y «productivas», una detrás de otra, un día detrás de otro, hasta que ya no puedo más.

¿Y eso me ayuda? Pues no, para nada, porque aunque a corto plazo sí que vaya consiguiendo cosas, a largo plazo no es sostenible. En algún momento hay que descansar, desconectar y disfrutar de la vida un poquito, o si no, las consecuencias pueden ser muy graves. Y aquí es donde me toca cambiar el chip y darme cuenta de que el descanso no es pereza, es autocuidado, y que el autocuidado es absolutamente imprescindible para llevar una buena vida.

Es más, sólo cuando nos cuidamos (a través de la dieta, el ejercicio, el descanso, la conexión con nosotros mismos y con los demás…) tenemos la energía suficiente para seguir adelante y ayudar a otros, con lo cual mi objetivo inicial de ser una persona productiva y útil a la sociedad se acaba cumpliendo mucho mejor de manera indirecta, y además disfrutando por el camino.

Y a ti, ¿qué tal se te da el tomarte de vez en cuando un merecido descanso? Espero que en estos días de Semana Santa encuentres hueco para cuidarte y desconectar, sea de la forma que sea.

Pirueteando

¿Qué actividad te encantaba practicar cuando eras pequeñ@?

Esta fue la pregunta que utilicé para romper el hielo con los chavales en una charla que di hace un par de meses en un instituto (puedes leer más sobre el contenido de la charla aquí y aquí).

Uno por uno me fueron contando sus actividades: deportes de todo tipo, instrumentos musicales… Algunos habían seguido manteniendo esos hobbies, y otros ya los habían dejado.

Yo también contesté a la pregunta, enseñándoles esta foto (perdón, que está un poco borrosa):

Old photograph of two girls in a ballet class, holding on to the barre

Aquí estamos mi amiga Araceli y yo, con diez añitos, en nuestra clase de ballet. Qué buenos recuerdos…

Mis padres me apuntaron a ballet en la escuela de danza Sbelta, en Cáceres, cerquita de mi casa, cuando tenía cuatro años, y allí estuve aprendiendo danza clásica y contemporánea ¡durante otros quince! Hasta cumplir los diecinueve. Los deportes nunca se me dieron bien, pero en cambio, bailar me encantaba, y el baile se convirtió en una parte muy importante de mi vida durante los años de mi infancia y adolescencia.

Recuerdo aquella época con muchísimo cariño e ilusión: ir a «la escuela» por las tardes, estar en clase con mis amig@s, prepararnos los exámenes de la Royal Academy of Dance (venía una examinadora inglesa y todo), ensayar, ensayar y ensayar para las actuaciones… Y sobre todo, actuar.

Vencer los nervios, aparcar la falta de confianza, y salir al escenario. Mostrarme al mundo.

Hace dos años tuve la suerte de volver a coincidir con Cristina, mi antigua profesora, y de volver a recorrer brevemente los pasillos de la escuela. Me di cuenta de lo mucho que había aprendido gracias al baile, independientemente de que lo dejara al llegar a cierta edad y nunca llegara a dedicarme «en serio» a ello:

  • Apreciación por la música y las artes escénicas.
  • Disciplina y constancia para seguir en la brecha, incluso en los días en que no me apetecía nada.
  • Paciencia y tolerancia a la frustraciön cuando las cosas no me salían bien a la primera (o a veces ni a la segunda, ni a la tercera…).
  • Capacidad para recuperarme rápidamente de un resbalón o una metedura de pata (= dejar de machacarme por el error, y tirar para adelante).
  • Camaradería y compañerismo – no es que fuera exactamente un deporte de equipo, pero el ensayar y el actuar juntos creaba un vínculo parecido.

Y por supuesto, me ayudó a perder un poco el miedo a exponerme y ganar «tablas», que es un término que la RAE define como «experiencia y soltura en actuaciones en público o en el desarrollo de una actividad».

Todo esto viene a ilustrar la idea que yo les quería transmitir a los chicos y chicas de aquel instituto: que a través de los hobbies, aficiones y actividades extraescolares también se aprende mucho, a menudo cosas distintas de las que se aprenden en el colegio, y que la mayoría de esas habilidades y enseñanzas son transferibles a otros ámbitos personales y profesionales. Lo cual quiere decir que, incluso al principio del todo de nuestra trayectoria laboral, lo más seguro es que no partamos totalmente de cero, sino que ya tengamos unos cuantos recursos en la mochila.

Esa es la parte «útil», o «práctica», de tener un hobby; luego están los beneficios menos tangibles, como la ilusión que nos hace y la satisfacción que nos da el practicar esa actividad. A mí concretamente, que soy muy de pensar (¿o sobrepensar?) y más bien sedentaria por naturaleza, me viene fenomenal entrar en contacto con mi cuerpo y expresarme a través del movimiento. Y justamente por eso ¡me he apuntado a una clase de ballet para adultos! Empecé el jueves, y dejando aparte el susto inicial de comprobar que ahora mismo no tengo ni equilibrio ni fuerza ni resistencia, estoy encantada 🙂

Pensando en todo esto me he acordado del musical de Billy Elliot (que me encantó, os lo recomiendo), donde le preguntan al protagonista qué es lo que siente cuando está bailando. Os dejo aquí los vídeos con la letra de la canción.

El original en inglés:

Una traducción al español (que cambia algunas cosas, pero mantiene la idea general):

Y ahora, repitiendo la pregunta: ¿Qué actividad te encantaba practicar cuando eras pequeñ@? ¿Cómo te sentías? ¿Y qué fue lo que aprendiste?

Hasta esos días

Estamos a mediados de enero, e igual ya empiezan a flaquear esos propósitos de año nuevo…

No sé si será por las fechas en las que estamos o simplemente por casualidad, pero el otro día Google me puso esta cita por delante:

Haz algo hoy que tu yo del futuro te vaya a agradecer.

Sean Patrick Flanery
View from the inside of a round tunnel, with a cloudy sky visible through the opening in the centre of the image

Qué idea tan sencilla, y tan interesante.

Me parece una frase estupenda para motivarnos en «esos días» que todos tenemos de vez en cuando… Esos días en que parece que las cosas nos salen torcidas y que no damos pie con bolo. O esos otros en los que no tenemos ganas de nada, como si de repente se nos hubieran acabado las pilas. Días en los que estamos bajos de ánimos, nerviosos o de mal humor, a menudo sin ni siquiera saber por qué.

Pues sí, hasta esos días que parece que se van a echar a perder se pueden rescatar gracias a esta pregunta: ¿qué es lo que puedo hacer hoy que mi yo de mañana me vaya a agradecer?

Y dependiendo del día y de la situación, la respuesta puede ser muy diferente; puede que en un momento dado ese «algo» sea darte un empujoncito a ti mismo (¡o una patada!) y ponerte en marcha con una tarea o un proyecto, y a lo mejor en otro momento es todo lo contrario, bajar un poco el ritmo y descansar, disfrutar de un ratito tranquilo. O puede que la clave sea relacionarte más (o menos) con ciertas personas de tus círculos sociales y familiares.

Sea lo que sea, no importa, el caso es salir por un momento del piloto automático, sobre todo si nos tiene dando vueltas en bucle, y decidir conscientemente nuestro siguiente paso, poniéndole intención. Este acto tan simple puede parecer insignificante, pero no lo es, ni muchísimo menos.

Lo cual me recuerda a otra cita que tengo puesta en la pizarra de mi cocina, en inglés, y que traduzco aquí de manera un poco libre para que se entienda bien el mensaje:

Compórtate como si tus actos marcaran la diferencia, como si lo que hicieras importara de verdad. Porque sí que importa.

William James

¿Y tú, qué eliges hacer hoy que marque la diferencia, que tu yo de mañana te vaya a agradecer?

Reeducación

Bueno, pues ya se acabaron las vacaciones de Navidad, espero que hayáis tenido unas buenas Fiestas. Ahora toca volver a la rutina del día a día en este mes de enero.

Photo of a calendar showing the month of January, with a pair of glasses on top of the page

¿Qué tal llevas tú la vuelta de vacaciones? Yo tengo que reconocer que se me hace un poco cuesta arriba, sobre todo si, como en esta ocasión, ha habido viaje a España de por medio. Los viajes nos alteran muchísimo el ritmo; eso es algo que se nota enseguida en los niños, y que en los adultos puede que no se note tanto, pero eso no significa que no nos afecte. A la vuelta viene muy bien darse un periodo de adaptación.

Y aquí es donde entra en juego la palabra que da título a este post: reeducación. Me explico.

Mis hijas han nacido las tres en Irlanda, y siendo de familia española por los dos lados, les ha tocado viajar por vacaciones toda su vida, desde que eran bebés, ¡son unas auténticas expertas!. Exceptuando los dos años de la pandemia, todos los veranos menos uno hemos viajado a España varias semanas durante las vacaciones escolares, y muchas Navidades hemos ido también, normalmente repartiéndonos entre Cáceres y León. Ahora que son más mayores ya es todo mucho más fácil (Irene tiene 17 años, Alicia, 14, y Eva, 9), pero sobre todo cuando eran pequeñitas, se descontrolaban mucho de rutinas, horarios, comidas, etc. Y es que no podía ser de otra manera: por un lado, no estaban en su casa, estaban en sitios distinto haciendo cosas distintas, con normas distintas (o con muchas menos normas), y por otro, tenían un montón de atención extra, mimos y regalos por parte de abuelos, tíos, primos… Total, que a medida que avanzaban los días, aumentaba el descontrol, e inevitablemente empezaban a portarse cada vez peor.

Luego, al volver a Dublín, a casa, empezábamos lo que su padre y yo bautizamos como «el periodo de reeducación»: unos días para volver a establecer las normas y que las niñas se adaptaran de nuevo a la rutina, lo que a menudo les costaba unas cuantas rabietas y unos cuantos ratos en «el rincón de pensar».

Como decía, las cosas han mejorado mucho ahora que las niñas son más mayores, y ya no hace falta ni de lejos tanta reeducación como hace años. Pero todavía sigue haciendo falta un periodo de adaptación, y lo malo es que a veces se me olvida y me tropiezo de bruces con él, como me ha pasado este fin de semana… Me he dado cuenta de que no sólo Eva necesitaba un poco de reeducación; la necesitaba yo también.

Reeducación para pasar del ambiente navideño a la sobriedad y disciplina del mes de enero. De la tranquilidad de los ratos en familia, los paseos por la parte antigua y las buenas comidas a mesa puesta al ajetreo diario del trabajo, organizar la casa, preparar comidas, y tratar de sacar tiempo para hacer ejercicio, socializarme un poco y avanzar en mis proyectos. Del modo «vacaciones» al modo «ponerme las pilas».

Sólo de pensarlo me entra ya el agobio, y mucha pereza. Sé por experiencia que no llegaré ni por asomo a todo lo que dice mi cabeza que tengo que hacer. Así que me propongo tener paciencia conmigo misma y priorizar lo más importante, incluyendo cuidarme yo, porque si yo no me cuido, no voy a tener energía para hacer ninguna de las otras cosas.

Y a ti, ¿te hace falta reeducación? ¿Qué te puede ayudar en esta transición? ¿Cómo puedes hacer que te resulte más fácil?

Adiós 2023, bienvenido 2024

Escribo estas líneas en el último día de 2023, y para cuando las leas, seguramente ya será 2024, ¡Feliz año nuevo!

Close up of four golden number candles for 2024, still unlit. In the background, another candle with number 3 can be seen unfocused, back in the corner

En estas fechas solemos hacer balance del año que acaba, y es buen momento para ponernos metas (que no propósitos) para el año que empieza.

¿Qué tal te fue en 2023?

¿Y cómo quieres que sea 2024?

Hay muchas formas de hacer esta revisión anual; hoy te propongo algunas de las muchas fórmulas que se utilizan en las retrospectivas de la metodología Scrum, muy popular en el desarrollo de software, donde periódicamente todo el equipo hace un alto en el camino para ver cómo van las cosas y cómo seguir mejorando:

  • Start, stop, continue (empezar, parar, continuar): esta es una de las más típicas. Puedes escribir tres columnas con las cosas que quieres empezar a hacer (nuevos hábitos, metas, etc.), las que quieres dejar de hacer (cosas que no te han ido bien y de las que te quieres liberar) y cosas que te han ido bien y quieres continuar haciendo.
  • «Si fuera…»: aquí se trata de encontrar una metáfora que refleje el periodo de tiempo que estás revisando. Si el 2023 fuera una película (o un libro, una serie, un juego, un lugar, un meme…), ¿cuál sería, y por qué? ¿Y cuál te gustaría que fuera el 2024?
  • Six thinking hats (seis sombreros para pensar): esta es una de mis favoritas, un poco más larga y detallada que las otras dos. La idea es revisar lo que ha pasado desde seis perspectivas diferentes, como si fuéramos seis personas distintas, cada una con el sombrero de un color. Habrá formas de pensar que te salgan más naturales y otras que te cuesten más, pero lo bueno es que al final saldrás con una visión mucho más rica y más completa de los acontecimientos. Los seis sombreros son:
    • Azul: representa el proceso y la organización, es el punto de partida. Aquí puedes concretar los detalles de lo que vas a revisar, en qué te vas a enfocar, cuánto tiempo le vas a dedicar, etc.
    • Blanco: representa los hechos, los datos, los números… ¿Qué ha ocurrido durante estos últimos doce meses? Escríbelo de la forma más objetiva posible, sin entrar en juicios ni ponerle emoción.
    • Amarillo: representa lo positivo, ¿Qué cosas buenas te han pasado durante el año? ¿Qué te ha hecho ilusión? ¿Por qué das gracias?
    • Negro: representa lo negativo. ¿Qué cosas no te han ido bien? ¿Qué te ha resultado duro a lo largo del año? ¿Qué dificultades te has encontrado?
    • Rojo: representa las emociones. ¿Cómo te has sentido en este tiempo? ¿Qué alegrías, tristezas, sorpresas, enfados y disgustos the has llevado? ¿Qué encuentros y desencuentros has tenido?
    • Verde: representa la creatividad, las nuevas ideas, las posibilidades… ¿Qué quieres cambiar para este año que empieza? ¿Y de qué manera se te ocurre que lo puedes hacer?

Todas estas opciones se pueden modificar, o puedes inventarte tu propia versión, cuanto más creativa, mejor. Lo importante es crear ese espacio para reflexionar y planificar. Y para que sea efectivo de verdad, debe quedar por escrito, así que anímate a sacar papel y lápiz, bolis, post-its, rotuladores de colores, ¡y todo lo que se te ocurra! Así será más divertido.

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Regalitos

¿Qué tal se te da eso de elegir regalos?

Yo considero que regalar es todo un arte, un arte que a mí personalmente se me da fatal… De hecho, es una de las razones por las que más me estreso al llegar a estas fechas (junto con el tema de hacer las maletas para viajar, pero eso ya os lo contaré otro día).

Group of present-like boxes of different sizes on a wooden table or floor, tied with a ribbon each, seen from above

Por cierto, os pido perdón por llegar tarde con estas reflexiones, que las Navidades ya están a la vuelta de la esquina, y seguro que si la vais a celebrar ya tendréis todos los regalos solucionados… En realidad, esto que voy a decir sirve para todo el año, así que espero que os resulte útil de todas formas.

A veces nos complicamos demasiado la vida buscando el regalo perfecto para cada persona, o regalamos simplemente por regalar, por inercia, por costumbre o por compromiso. Porque es «lo que hay que hacer», porque siempre se ha hecho así. Con esta mentalidad, ¿qué es lo que nos puede pasar? Pues que acabemos por un lado con un agujero en la cuenta bancaria, y por otro, con un montón (o como diría mi madre, una pila y tres montones) de cosas que no necesitamos.

¿Y si simplificáramos un poco?

El minimalismo es algo que siempre me ha llamado la atención, y aunque no me considero minimalista del todo (mi mentalidad de «por si acaso» juega un poco en mi contra), sí que hay algunos de sus principios que suelo tener bastante en mente, empezando por el de menos cosas, menos estrés (less stuff, less stress).

Joshua Becker nos describe en su web Becoming Minimalist una manera distinta de establecer prioridades, a la hora de elegir regalos y también como normas de vida en general:

Podemos valorar…

  • Las cosas que necesitamos, por encima de las que queremos.
  • La calidad, por encima de la cantidad.
  • Las experiencias, por encima de las posesiones.

Esta propuesta nos lleva a una forma de vivir mucho más sostenible, y también nos ayuda a volver a la intención original de los regalos: crear un momento de ilusión y alegría, un momento de felicidad compartida con esa otra persona tan querida. Y si podemos hacerlo de una manera más enriquecedora, más económica y hasta más ecológica, ¿qué más se puede pedir?

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¿Y tú? ¿Qué estrategias usas a la hora de regalar (o no regalar)?

Amistades improbables

Esta semana me han recomendado una película. Todavía no la he llegado a ver, pero por lo que me han explicado, es la típica historia de dos personas que en principio no parecen tener nada en común, y que vienen de mundos bastante diferentes, pero que acaban desarrollando una amistad muy especial.

The hands of two people bumping fists sideways

La verdad es que a mí siempre me han parecido súper interesantes ese tipo de historias, las de amistades poco probables pero muy enriquecedoras.

Por ejemplo, me he acordado de una serie de adolescentes de los años noventa que me encantaba, precisamente por las interacciones más o menos aleatorias que iban teniendo los personajes, y por cómo sin darse cuenta (o a veces dándose cuenta pero a regañadientes) acababan haciéndose amigos. Se titulaba «My so-called life» (traducida al español como «Es mi vida»), y aunque sólo duró una temporada, nos dejó unas cuantas escenas que para mí son obras maestras.

En esta foto salen (a baja resolución, sorry) unos cuantos de los personajes:

Image from TV show "My so-called life" where a group of friends spending time together in a room

Recuerdo especialmente una conversación entre los dos chicos de la foto, Brian Krakow (el rubio) y Rickie Vasquez (el moreno), en la que se pasan un buen rato supuestamente hablando el uno con el otro, pero cada uno está dándole vueltas al tema que le preocupa; es como si en realidad estuvieran hablando por turnos consigo mismos (¿cuántas veces en la vida hacemos nosotros eso también?), y al principio parece que van totalmente cada uno por su lado, pero al final sí que te das cuenta de que de alguna manera se han estado apoyando y escuchando mutuamente… A veces, el simple hecho de que alguien te haga compañía y te escuche es lo que marca la diferencia.

Y a veces, es sorprendente todo lo que puedes llegar a tener en común con alguien aparentemente muy distinto a ti, y todo lo que puedes llegar a aprender precisamente de vuestras diferencias. En mi caso concreto, varias de esas primeras «amistades improbables» llegaron a mi vida por casualidad, y me aportaron tanto y me abrieron tanto la mente que creo que a partir de cierto momento empecé a buscarlas yo, aunque fuera inconscientemente.

¿Y qué nos aporta el tener amistades variadas, de distintos entornos, distintas formas de ser y hasta distintas edades? Pues teniendo en cuenta que las personas muchas veces aprendemos por contraste, el conocer otras perspectivas y otras formas de entender la vida nos ayuda mucho a ampliar nuestro pequeño mundo, y a darnos cuenta de que la manera en que hacemos las cosas no es la única posible ni mucho menos, sino que es una opción más entre otras muchas igualmente válidas. Esto nos da más flexibilidad y recursos a la hora de enfrentarnos con los retos del día a día, y en definitiva, nos ayuda a llevar una vida más plena.

En realidad, todo vuelve a lo mismo: cuanto más aprendemos sobre los demás y sobre nosotros mismos, más comprendemos, menos juzgamos, y más libres somos.

Todo esto sin olvidar lo maravilloso que ya es de por sí el tener amigos con los que compartir (¡Gracias!) 🙂

Como ya comenté hace un par de años en otro post, «friendship comes in all shapes and sizes» (hay amistades de todas las formas y tamaños).