Sin ningún motivo

Uno de los contrastes más claros que vemos los españoles al llegar a vivir a Irlanda es la diferencia de horarios. Y no me refiero a que aquí en la isla esmeralda sea una hora más temprano que en la península ibérica (que lo es, estamos en el mismo huso horario que las islas Canarias), sino a las horas del día a las que habitualmente hacemos ciertas cosas.

Por ejemplo: en Irlanda se suele comer y cenar mucho más temprano que en España, y también las tiendas normalmente cierran más pronto. Yo lo achaco a que en España, con eso del buen tiempo, hacemos mucha más vida en la calle y nos acostamos más tarde, mientras en Irlanda se «recogen» más pronto para su casa, sobre todo en invierno, que además los días son muy cortos y enseguida se hace de noche.

Esto es algo que conviene recordar cuando se viene a visitar Irlanda: que hasta las atracciones turísticas y los museos (¡y las cafeterías!) cierran muy pronto para lo que sería el estándar español, como mucho a las cinco o las seis de la tarde.

Menos una noche al año.

Culture Night. «La noche en blanco», que justo ha sido este viernes pasado.

Es la tarde-noche en que los museos y otros lugares de interés están abiertos hasta tarde, el acceso es gratis (aunque para algunos sitios hay que reservar), y se programan actividades culturales por todo el país.

A mí es una noche que me encanta, así que allá que me fui, al centro de Dublín, a pasear por las calles y cotillear lugares interesantes. Esta vez me dio por visitar el City Hall, donde además pude escuchar a un coro súper bonito, las estancias del Dublin Castle donde antiguamente vivía el virrey (no se me había ocurrido que en Irlanda hubiera habido un virrey), y un centro de budismo zen en Temple Bar, donde participé en una meditación zazen.

Y fue allí en el centro zen donde escuché la idea que ha inspirado el título de hoy. Un sacerdote budista nos explicó los principios básicos de esta rama del budismo, cuya práctica principal es la meditación, y recalcó mucho que su premisa es la de meditar sin ningún objetivo concreto: no hay nada que conseguir, nada a lo que aspirar, no se persigue la iluminación. Se medita simplemente porque sí, sin ningún motivo. Te sientas, y ya está.

Sin ningún motivo.

Framed picture on a wall, says "Embrace your journey" in black handwritten-like letters; the background is an old world map

Evidentemente, eso no es todo; no es más que el punto de partida. En realidad siempre hay un motivo. Para todo. El motivo, la motivación, es lo que nos mueve a hacer lo que hacemos. Pero creo que entiendo lo que quieren decir: este tipo de meditación se basa en permanecer en contacto con la realidad, en no bloquear nuestros sentidos (de hecho se medita con los ojos abiertos, cosa que me cortocircuitó un poco) y enfrentarnos con la realidad cara a cara, en lugar de intentar abstraernos y evadirnos de ella. Pero en el momento en el que nos ponemos un objetivo para la meditación y creamos una expectativa del resultado que queremos obtener, ya dejamos de estar en la realidad presente.

Ese planteamiento me pareció muy curioso, y también me hizo pensar en cómo la sociedad actual nos enseña que tenemos que ser productivos todo el rato, que todo lo que hacemos tiene que tener una razón de ser, un propósito, un beneficio tangible. ¿Alguna vez te has sentido culpable por estar «perdiendo el tiempo»? A mí me ha pasado muchísimo, y me sigue pasando. A algunos nos cuesta mucho frenar el ritmo, y lo de sentarnos a no hacer nada nos cuesta todavía más.

Pero cuando por fin lo conseguimos, empezamos a darnos cuenta de cosas.

Yo tengo que reconocer que la meditación es una de mis asignaturas pendientes, desde hace bastantes años. Y quién sabe, puede que esta vez, la curiosidad y la paradoja de no tener un motivo sean lo que finalmente me motiven 😀

¿Te animas a empezar conmigo, simplemente porque sí, sin ningún motivo?

Lo que nos mueve

El principio de curso y el principio de año son dos épocas muy típicas en las que aprovechamos para empezar nuevos proyectos, crear nuevas rutinas, aprender cosas nuevas… En definitiva, para empezar una nueva etapa de nuestra vida, de una manera u otra.

Es cuando nos ponemos en movimiento otra vez, después de un paréntesis vacacional.

Pero, ¿nos hemos planteado alguna vez qué es lo que nos mueve?

La palabra motivación viene del latín motivus, que significa «movimiento», y es la fuerza que nos empuja a ponernos en marcha para conseguir lo que queremos. Hay muchas teorías y explicaciones súper interesantes sobre la motivación, y ya os iré contando más cosas en artículos futuros, pero hoy me gustaría centrarme en una de las observaciones que hace la PNL (Programación Neurolingüística) sobre este tema.

Gran parte de la PNL se basa en identificar patrones de pensamiento y de lenguaje, y trabajar con ellos para obtener mejores resultados en nuestra vida. Concretamente, los llamados metaprogramas son patrones que indican nuestras preferencias naturales a la hora de motivarnos y de realizar tareas: por ejemplo, algunos de nosotros estamos más orientados a «ir hacia» aquello que queremos conseguir, mientras que otros nos enfocamos más en «alejarnos de» lo que queremos evitar (en inglés, «towards» versus «away from»).

Esto resulta muy útil a la hora de encontrar la manera idónea de motivarnos y motivar a los demás, tanto en el terreno personal como en el laboral: ¿Qué es lo que más me importa realmente cuando pienso en este objetivo o reto ante el que me encuetro? ¿Alcanzar un alto nivel de calidad y satisfacción del cliente, o asegurarme de que no haya problemas ni quejas? ¿Conseguir el éxito, o evitar el fracaso? ¿Conseguir el placer, o evitar el dolor? Los dos planteamientos son perfectamente válidos, y probablemente uno nos resonará mucho más que el otro, nos empujará más a la acción.

También, cuando trabajamos con un equipo o nos dirigimos a un grupo de personas, conviene incluir los dos enfoques, para asegurarnos de que el mensaje llega bien a todo el mundo: «Esta nueva app marcará un antes y un después para nuestro producto. Si seguimos adelante con la implementación, podremos multiplicar nuestras ventas y llegar a ser líderes de mercado; si no, nos quedaremos estancados y nos adelantará la competencia».

Otro ejemplo que se me ocurre de este doble argumento son algunas citas motivacionales, como por ejemplo ésta que tengo por casa, y que según internet se atribuye a Mark Twain:

Square greeting card with white print on a black background, says "Twenty years from now you will be more disappointed by the things you didn´t do than by the ones you did. So throw off the bowlines. Sail away from the safe harbor. Catch the trade winds in your sails. Explore. Dream. Discover." (Unknown)

Dentro de veinte años estarás más decepcionado por las cosas que no hiciste que por las que hiciste. Así que suelta amarras, navega lejos de la seguridad del puerto, aprovecha los vientos alisios. Explora. Sueña. Descubre.

¿Qué te parecen estos dos enfoques de la motivación? ¿Con cuál de los dos te identificas más?

Azul y verde

Un año más se acaba agosto y llega septiembre, y en muchos países del hemisferio norte es la época de la «vuelta al cole», para los niños y no tan niños.

En Irlanda normalmente los primeros días de septiembre (que aquí ya se consideran oficialmente otoño) suele hacer bastante buen tiempo, y este fin de semana se ha cumplido la tradición, así que hemos aprovechado las niñas y yo para estirar un poco más la sensación de verano antes de meternos de lleno en la rutina, y salir a ver «azul y verde», como diría mi amiga Bea 🙂

Esta foto la hemos sacado hoy en los Blessington Lakes, un embalse situado en el condado de Wicklow que proporciona agua a Dublín y alrededores. Hemos empezado el día dando una vuelta por el lago en kayak, luego hemos comido por allí con unos amigos (¡con churros de postre y todo!), y nos hemos dado un paseíto por la zona, charlando tranquilamente y disfrutando del paisaje.

Aire libre, ejercicio, comida rica, naturaleza y buena compañía. ¿Qué mas se puede pedir?

Esta idea de salir al «azul y verde» me encantó cuando la oí por primera vez; yo en general soy muy casera, seguramente demasiado, y muchas veces me da pereza salir de casa, pero sé que cuando salgo a pasear me siento muchísimo mejor: recargo pilas, física, mental y emocionalmente. Y si encima hace buen día y el sitio es bonito, pues mejor que mejor… Otro amigo nuestro, Juanjo, lo llamaba «hacer la fotosíntesis», y también me parece una expresión muy acertada. Es increíble todo lo que puede ayudar un simple paseo al aire libre a nuestro estado de ánimo.

Azul y verde. Verde y azul.

Cuando estaba pensando hoy en escribir este post, me vino a la cabeza una canción de U2, Beautiful Day, que dice «see the world in green and blue» (mira al mundo, verde y azul). Esa línea en concreto está inspirada en la frase que dijo el astronauta Neil Armstrong cuando miraba a la Tierra desde la Luna. Y la canción en general nos anima a encontrar alegría y disfrute en las cosas pequeñas de la vida, incluso cuando estemos pasando por una mala racha.

Y a ti, ¿qué te ayuda a recargar pilas? ¿Te gusta salir a ver azul y verde? ¿Cuál es tu paisaje favorito?

«It´s a beautiful day… Don´t let it get away». (Hace un día precioso… No dejes que se te escape).

Complicaciones

Al hilo de la metáfora de la que hablábamos la semana pasada, esa cuerda imaginaria con la que a veces nos enredamos a nosotros mismos, os traigo hoy un chiste gráfico del gran Quino, el creador de Mafalda, de quien ya os hablé en alguna otra ocasión.

Es una página del libro Gente en su sitio, publicado en 1980:

Y aquí está la transcripción de las doce viñetas, para quien no pueda ver la imagen:

1) Un hombre, con cara de agobio, está intentando desenredar una cuerda que tiene en las manos y que está hecha un lío, llena de nudos por todas partes. Dice en voz alta: «¿Por qué? ¿Por qué hay que vivir siempre con alguna maldita complicación?»

2) Enfadado, sigue tirando de la cuerda por un lado y por otro, intentando deshacer los nudos...

3) ... Para acabar con los mismos nudos de antes, y además con otro nuevo todavía más gordo.

4) Desanimado, deja caer los brazos y exclama: «¡Es inútil! ¡No la resolveré nunca!».

5) Luego le entra el enfado y se pone a agitar la cuerda con las manos, gritando: «¡No resolveré jamás esta maldita complicación».

6) «¡No resolv...» De pronto, se para en seco y mira la cuerda, atónito. ¡Resulta que ya están deshechos todos los nudos!

7) «¡Jah!...» Qué alegría, no se lo puede creer, ¡lo ha conseguido!

8) «¡Finalmente!» Piensa mientras sonríe con los ojos cerrados y la cabeza levantada hacia el cielo, con los brazos extendidos, disfrutando el momento.

9) Todavía sonriente, se queda mirando la cuerda...

10) ... La agita un poco con la mano, y su sonrisa va disminuyendo...

11) ... Hasta que se queda serio otra vez, mirando la cuerda extendida delante de él.

12) Y de pronto baja la cabeza y empieza a lamentarse otra vez, pensando: «¿Por qué? ¿Por qué ahora este aburrimiento?» 

¿Qué te parece? Paradojas de la vida, ¿verdad? O más bien, paradojas del ser humano. A veces parece que si no tenemos problemas y complicaciones, nos los buscamos, porque si no, no estamos a gusto. ¿Cuándo aprenderemos a disfrutar del momento sin complicarnos tanto la vida?

Y tú, ¿con qué te estás complicando la vida? ¿De qué manera podrías simplificar y disfrutar más del momento?

Lo que tenga que pasar

Hoy os traigo una cita que se cruzó en mi camino hace unos meses y que me gustó mucho; nos invita a soltar un poco el control y a confiar más en la vida, o al menos así es como yo la interpreto:

Que llegue quien tenga que llegar,
que se vaya quien se tenga que ir,
que duela lo que tenga que doler…
Que pase lo que tenga que pasar.

Mario Benedetti

Da un poco de vértigo, ¿verdad? Sobre todo si, como yo, tienes tendencia a querer controlar tu entorno y a intentar que las cosas salgan siempre como tú quieres.

Pero, ¿sabes qué? Que lo que tenga que pasar va a pasar igualmente, así que, ¿por qué no relajarnos, disfrutar de cada momento y confiar en que a la larga todo va a salir bien? Confiar en que ya tenemos (o podemos conseguir) todos los recursos que necesitamos para enfrentarnos a lo que sea que se nos ponga por delante.

Ojo, que no estoy diciendo que nos sentemos tranquilamente a esperar que la vida nos lo dé todo hecho, no se trata de eso… Se trata de tener claro hacia dónde queremos ir y lo que es importante para nosotros, pero sin forzarlo demasiado, estando abiertos a aprender por el camino, fluyendo y adaptándonos a medida que avanzamos, para así poder aprovechar lo que nos vaya llegando en lugar de frustrarnos porque no es lo que esperábamos.

También se trata de reconocer cuando algo o alguien ya no nos está haciendo bien, o simplemente no nos está ayudando a crecer, y tener la valentía de dejar de aferrarnos a ello, de soltarlo, para dejarles hueco libre a nuevas personas y experiencias.

Y sí, habrá momentos en los que la vida duela un poquito, eso es inevitable. Pero en realidad no es eso lo que peor llevamos; es el sufrimiento que le añadimos nosotros, y que como comento en este otro post, es completamente opcional…

Así que, ¿te atreves a soltar un poco el control, y que pase lo que tenga que pasar?

Gustar… O no gustar

Esta semana se han cumplido dos añitos desde que empezó la nueva andadura de BinaryWords 🙂

Si me preguntaran por qué escribo este blog, me llevaría un rato pensar la respuesta. Hay muchas razones, y una de ellas es que me encanta escribir: es un proceso creativo que me aporta muchísimo, me ayuda a expresarme y me hace sentirme realizada. Me ayuda a reflexionar sobre lo que voy aprendiendo y lo que me voy encontrando por la vida. En ese sentido, podríamos decir que escribo para mí.

Pero claro, lógicamente, también escribo para los demás, para vosotros, mis queridos lectores. Si no quisiera que me leyérais, no escribiría en un blog, escribiría en mi diario privado. Pero en lugar de eso, cada semana comparto aquí mis pensamientos, experiencias y conocimientos, con la esperanza de que os sean útiles, de que os inspiren, de que os hagan reflexionar.

De que os gusten.

Close up of a hand showing thumbs up. In the backgound we can see the arm and torso of a man in a suit and tie

¿Hasta qué punto nos importa si lo que publicamos gusta o no? Y dado que lo que publicamos en internet, redes sociales, etc. no deja de ser una extensión de nosotros mismos… ¿Hasta qué punto nos importa gustar o no?

¿Y qué estamos dispuestos a hacer, con tal de seguir gustando?

Este es un planteamiento muy interesante que me ha surgido esta semana. Y no es nada nuevo, ni mucho menos: precisamente surgió en una conversación sobre estoicismo, que es una corriente filosófica que se originó en Grecia y Roma unos trescientos años antes de Cristo.

Muchas veces nos pasamos el día haciendo cosas para agradar a los demás, para gustarles, para cumplir sus expectativas; en definitiva, para lograr la aceptación del grupo. Y evolutivamente, esto tiene su porqué: en las sociedades prehistóricas, quedarse sin la protección del clan podía ser el equivalente a una sentencia de muerte, por lo que los humanos desarrollamos estrategias para adaptarnos y conseguir la aprobación de nuestros congéneres.

Pero hoy en día, cuando muchos de nosotros tenemos la suerte de no tener que preocuparnos por sobrevivir, ya no es necesario renunciar a nuestros principios para poder formar parte de la manada. Una vez que nos hacemos adultos, podemos asumir la responsabiliidad de tomar nuestras propias decisiones, y hacer lo que creamos correcto en cada momento, aunque eso nos gane la desaprobación de ciertas personas.

No digo que sea fácil, sobre todo cuando los que no aprueban nuestro comportamiento son personas cercanas: pareja, familia, amigos… Puede ser que incluso sintamos cierta culpa al hacer lo que creemos correcto sabiendo que no es lo que ellos quieren; es normal sentir ese malestar, de hecho se llama culpa de crecimiento, y es el precio que pagamos por tomar nuestras propias decisiones. Aunque no podamos evitar completamente esa sensación, sí que podemos aprender a irnos sitiendo cada vez más cómodos con ella.

Podemos aprender a liberarnos de las opiniones de los demás desarrollando nuestra propia autoconfianza, y así adquirir el superpoder de no querer caer bien, de no querer gustar.

Porque, hasta que no te sientas cómodo con la desaprobación de los demás, no serás realmente un individuo libre.

A mí me queda mucho que trabajar en este aspecto… ¿Y tú, cómo lo llevas?

Aprender, reaprender, desaprender

¿Te gusta aprender cosas nuevas? ¿Y prefieres aprender tú por tu cuenta, o apuntarte a cursos donde te enseñen?

Yo no me considero una cursillista profesional, de esas personas que se apuntan a un curso tras otro en un ciclo infinito, pero sí que es verdad que me encanta aprender, y me encanta participar en cursos y talleres sobre distintos temas, sobre todo de desarrollo personal.

Por suerte, hay muchas empresas (entre ellas la mía) que invierten bastante en la formación de sus empleados, no sólo en lo relacionado directamente con su puesto de trabajo, sino también de forma más holística, en temas como la inteligencia emocional, la salud mental o la educación financiera, por poner algunos ejemplos.

Además, una de las cosas buenas que nos trajo la pandemia fue el que se abrieran posibiliidades de formación online que hace unos años simplemente no existían, o sólo existían en formato presencial. Gracias a esta transformación, la cantidad y variedad de cosas interesantes que podemos elegir aprender, tanto formal como informalmente, ha crecido de manera exponencial. Y poco a poco la opción presencial va volviendo a estar disponible, como en el seminario al que he asistido yo este fin de semana en Dublín (que por cierto, ha estado genial, ¡gracias Owen!).

Pero ahora bien, ¿cuánto provecho le estamos sacando en realidad a todos esos cursos a los que nos apuntamos? ¿A todos esos webinars, esas masterclasses, esos talleres? ¿Cuánto de lo que aprendemos estamos poniendo en práctica, y cuánto acaba cayendo en el olvido? Porque el conocer la teoría X, la técnica Y o la filosofía espiritual Z está muy bien, pero si no las aplicamos a nuestra vida, si no las bajamos a tierra y las practicamos, no vamos a notar ninguna diferencia, más allá de de haber pasado un buen rato (y seguramente de haber gastado cierta cantidad de tiempo y dinero).

Con esto no estoy diciendo que no nos enfoquemos en aprender cosas nuevas, estoy diciendo que las aprendamos de verdad, integrándolas, haciéndolas parte de nuestra vida. Y sabiendo que a veces, a lo largo del camino nos tocará reaprender cosas que ya se nos habían olvidado, o nos encontraremos con otras que creíamos verdades absolutas y luego resultaron no serlo, con lo que nos tocará desaprenderlas para luego aprender de nuevo. Es un proceso infinito, no se acaba nunca, pero puede resultar tremendamente enriquecedor.

Así que os animo a que, cada vez que participéis en un curso, taller, masterclass o lo que sea, busquéis al menos una acción concreta con la que practicar e integrar lo que habéis aprendido, os comprometáis a realizarla, y disfrutéis de los resultados.

Y de momento para reflexionar, aquí van tres preguntas:

  • ¿Qué es lo más útil/valioso/importante que has aprendido últimamente?
  • ¿Qué se te había olvidado ya, y has tenido que reaprender?
  • ¿Qué ha resultado no ser verdad, y has tenido que desaprender?

Números redondos

¡Y llegamos al post número 100 de BinaryWords! 🙂

Hand holding a 100 euro note

Qué bonito queda, ¿eh? Cien. Un número redondo. Ya llegamos a las tres cifras.

Aunque bueno, técnicamente, el primer post se podría considerar como un post cero, un hola mundo (qué mejor manera de empezar un blog de inspiración informática) con el que allá por 2013 estrenaba mi nueva y maravillosa web de WordPress, después de que la anterior encarnación de BinaryWords cayera en el olvido.

También en 2013, hace ya diez años (otro número redondo) fue cuando hice mi primer curso de programación neurolingüística, al que llegué más o menos por casualidad (o eso pensaría yo si creyera en las casualidades), y sin tener ni idea de que me estaba empezando a meter de lleno en el mundo del desarrollo personal.

Lo malo es que después de aquel año y de aquel post cero, la vida entre unas cosas y otras se fue interponiendo, y mis ganas de escribir volvieron a caer en el olvido… Hasta que en 2021 se despertaron otra vez, con más fuerza que nunca, y entonces ya sí que sí: retomé la escritura con mucha ilusión, esta vez en formato bilingüe, y me propuse compartir temas un poquito más profundos, que ayudaran a la reflexión y a la transformación personal. De ahí surgió mi primer post de verdad: esta es tu vida, y todos los que le siguieron después.

Así que, técnicamente, si no contamos el hola mundo, éste es el post número 99 del blog, que ya no es un número tan redondo… Pero bueno, y al fin y al cabo, ¿qué más da? A veces nos dejamos llevar demasiado por los números, sobre todo en estos tiempos en los que tenemos métricas para todo. Por una vez, centrémonos en el contenido.

Y hablando de contenido, ¿cuál es tu post favorito hasta la fecha? Puedes verlos todos en la página de archivo; me encantaría que me dijeras cuál es el que más te ha gustado y por qué, y de qué otros temas te gustaría que escribiera. Y una vez más, ¡gracias por leerme!

Tiempo para reflexionar

Feliz Pascua de Resurrección a todos los que la celebréis 🙂

El otro día un mensajito de una gran amiga (¡gracias Ara!) me recordó cómo solía pasar yo la Semana Santa en mis años mozos: de convivencia en el convernto de El Palancar.

"El Palancar" convent (Extremadura, Spain) seen from a group of rocks high on a hillside

La Pascua del Palancar era un encuentro para jóvenes organizado por los frailes franciscanos de la provincia Bética, y duraba desde el Jueves Santo hasta el Domingo de Resurrección. Tenía una temática religiosa, por supuesto, como casi todo lo espiritual en aquella época, pero no se quedaba sólo en eso: era una oportunidad maravillosa para desconectar del ruido y las prisas del día a día (y eso que aún no había teléfonos móviles), y entrar en conexión con la Vida, con la Naturaleza, con nuestros compañeros de viaje, y en definitiva con nosotros mismos.

Ahora que lo pienso, estos fueron seguramente mis primeros pasos por el camino del autodescubrimiento y el desarrollo personal.

Durante los tres días y medio que duraba la convivencia, la mayoría de las actividades las hacíamos acompañados, o bien todos juntos o en grupos pequeños. Pero había una, la del sábado por la tarde, que era diferente: la llamaban el desierto, y era un hueco de un par de horas donde que nos animaban a buscarnos un lugar tranquilo para la contemplación y la reflexión personal. Os podéis imaginar el reto que suponía eso para algunos de los adolescentes, ¡dos horas solo, sin hablar con nadie!

Yo recuerdo que siempre me subía por los canchos colina arriba, hasta un lugar parecido al que veis en la foto; desde allí se veía el convento abajo a lo lejos, rodeado del paisaje típico de Extremadura en primavera. Llevaba conmigo un cuaderno, un boli, y una hojita que nos daban con preguntas para guiar la reflexión. Pero aparte de eso, nada.

Silencio. Naturaleza. Tiempo y espacio para que fuera saliendo todo lo que llevaba dentro.

Me encantaba esa sensación.

Y allí en aquel rinconcito del mundo se me pasaban las dos horas, respirando, pensando, escribiendo… Hasta que luego empezaba a oír a lo lejos las voces de mis compañeros, tal vez los acordes de una guitarra, y me daba cuenta de que ya iba siendo hora de volver a bajar al mundo. Me sentía como San Pedro en el pasaje de la Biblia de la transfiguración de Jesús, cuando le dice: Señor, ¡qué bien se está aquí! Construyamos una tienda. Y Jesús le explica que no pueden quedarse allí de contemplación en lo alto de la montaña, que tienen que volver a bajar y continuar con su misión en la tierra.

A veces este mundo en que vivimos nos absorbe de tal manera que perdemos el contacto con lo que más nos importa. Pero si de vez en cuando nos tomamos un respiro para subir a la montaña, volveremos a escuchar a nuestra voz interior, y con su guía volveremos a recuperar el rumbo. Yo hace ya muchos años que no paso por El Palancar, y mi montaña ahora a veces tiene forma de playa, pero la idea es la misma: un poco de tiempo, soledad y silencio, y la respuesta aparece.

Y tú, ¿cuándo escuchaste por última vez a tu voz interior? ¿Y qué es lo que te diría hoy, si te pararas a escucharla?

Padres y madres

Hoy se ha celebrado en España el día del padre, como siempre coincidiendo con la festividad de San José. Curiosamente, y por pura casualidad, en Irlanda lo que se ha celebrado es el día de la madre, por ser el cuarto domingo de cuaresma.

Las fechas cambian de unos países a otros, pero la intención es la misma: homenajear de manera especial a nuestros padres y madres, al menos una vez al año. Agradecerles todo lo que han hecho por nosotros, todo lo que nos han dado, empezando por el regalo de la vida.

A little child's hand grabbing an adult's hand

Es curioso ver cómo va evolucionando la relación con nuestros padres a lo largo de los años, vamos pasando por distintas etapas… Os copio aquí una versión de las muchas que hay por ahí de cómo ve un hijo a su padre a distintas edades:

  • A los 4 años: Mi papá es todopoderoso.
  • A los 7 años: Mi papá sabe un montón de cosas.
  • A los 8 años: Resulta que Papá no lo sabe todo…
  • A los 12 años: Claro, cómo no, otra cosa más que no sabe Papá.
  • A los 14 años: ¿Papá? Éstá chapado a la antigua, no tiene remedio.
  • A los 21 años: Nada, ese hombre se ha quedado anticuado, ¿qué te esperabas?
  • A los 25 años: Bueno, algo sí que sabe, pero no mucho.
  • A los 30 años: Igual vendría bien preguntar la opinión de Papá.
  • A los 35 años: Un poco de paciencia, antes de hacer nada vamos a ver qué aconseja Papá.
  • A los 50 años: Me pregunto que pensaría Papá de este asunto. Era muy listo.
  • A los 60 años: ¡Mi padre era un sabio!
  • A los 65 años: Daría lo que fuera por poder hablar de este tema con Papá. Le echo mucho de menos.

¿Qué os parece? ¿Estáis de acuerdo? Y con las madres podríamos decir lo mismo. Si queréis pruebas, no tenéis más que preguntar a vuestros hijos qué opinan de vosotros, sobre todo si son adolescentes 🙂

Por cierto, ya que estamos con el tema de honrar a nuestros mayores, aprovechemos hoy también para recordar a los padres de nuestros padres, y a los padres de sus padres… En definitiva, recordar de dónde venimos, y celebrar que gracias a todos nuestros antepasados estamos nosotros aquí, por mucho que haya partes de nuestra historia familiar que a lo mejor no nos entusiasmen. Todos lo hicieron lo mejor que pudieron con el conocimiento y los recursos que tenían.

Desde aquí, quiero desearles mucha salud y felicidad a todos los padres y madres, abuelos y abuelas. Y ojalá no esperemos a que nos falten para darnos cuenta de todo lo que podemos aprender de ellos.