(Este artículo es continuación de los de las semanas anteriores, episodios 0, 1, 2, 3 y 4, y en las próximas semanas se irán publicando más episodios)
¿Alguna vez has visto el código fuente de un programa informático, o de una aplicación de móvil? Existen muchos lenguajes de programación diferentes, que son básicamente formas de darle instrucciones a la máquina de manera que las pueda entender. Cada programa o aplicación es una lista de instrucciones paso por paso, enseñándole al dispositivo lo que tiene que hacer para realizar una tarea determinada. Y muchos de esos pasos tienen que ver con procesar la información que le llega del exterior (tanto de internet como del usuario, a través de los botones, el teclado, el micrófono…), almacenar esa información en su memoria, y representarla a través de la pantalla, los altavoces, etc.

En el caso de los humanos, esas instrucciones están en nuestro cerebro, en forma de filtros con los que procesamos la percepción de la realidad que nos llega del exterior a través de los sentidos. Nuestra mente consciente no es capaz de asimilar el torrente continuo de información que le llega, que son millones y millones de datos por segundo, y por eso el cerebro construye esos filtros, con los que selecciona la información más relevante y la simplifica, de forma que tenga sentido para nosotros y nos permita funcionar y desenvolvernos en este mundo.
Esos filtros son esenciales para nuestra supervivencia, y en general son tremendamente útiles, pero muchas veces también pueden jugar en nuestra contra, si no somos conscientes de ellos. Porque nuestra mente funciona a base de patrones, y con el fin de simplificar esa información que le llega de los sentidos, construye patrones quegeneralizan, distorsionan y omiten parte de nuestra percepción de la realidad.
¿Y cómo lo hace? A través del lenguaje. El «lenguaje de programación» que utilizamos los humanos es literalmente el lenguaje, la palabra. Es lo que usamos para comunicarnos unos con otros, para transmitir ideas, pero también internamente para pensar y dar sentido a los conceptos en nuestra mente.
La programación neurolingüística identifica esos patrones de generalización, distorsión y omisión de la información a través de lo que llama el metamodelo del lenguaje, y explica cómo los patrones crean ambigüedades que entorpecen nuestra capacidad para comprender las situaciones, limitando nuestras opciones a la hora de enfrentarnos a ellas.
Estos patrones del metamodelo están muy presentes en nuestro día a día; si prestamos un poco de atención a nuestro diálogo interno y externo, veremos que los usamos con mucha frecuencia. Y normalmente no pasa nada porque haya un poco de ambigüedad en el lenguaje, es nuestra forma natural de comunicarnos, y sería agotador tener que ser exactos y precisos en todo momento. Pero hay ocasiones en las que sí nos merece la pena ser más precisos, y es cuando estamos dándole vueltas a algo, intentando solucionar un problema, o tratando de superar un reto.
Por poner un ejemplo extremo: si yo pienso y digo que «mi vida es un desastre», esa una frase tan abstracta que se me hace todo un mundo, y siento que no puedo hacer nada frente a ese problema, no sé ni por dónde empezar a arreglarlo. En cambio, si pienso y digo que «me siento triste porque acabo de tener una discusión con mi pareja», eso ya es mucho más concreto, más tangible, y expresa claramente cuál es el problema, con lo que me resulta mucho más fácil buscar maneras de solucionarlo.
A continuación vamos a ver unos cuantos ejemplos de generalizaciones, distorsiones y omisiones, cómo identificarlas a grandes rasgos, y lo que podemos hacer cuando nos las encontremos. La idea siempre es intentar deshacer la ambigüedad todo lo posible, «rellenando los huecos» con palabras explícitas en lugar de dejar espacio para la interpretación, y que así la situación quede definida con mayor claridad.
Generalizaciones
- Síntoma – Palabras absolutas: todo, nada, siempre, nunca…
- ¿Qué hacer? – Cuestionar si esa regla general es válida en todos los casos.
- Ejemplos:
- Tengo que seguir en este trabajo.
- Es imposible hacerse rico rápidamente.
- Todos están en mi contra.
- No puedo cambiar.
- Siempre llego la última.
- Nunca me salgo con la mía.
De este grupo, las más fáciles de pillar son los «siempres» y los «nuncas», y si no, que se lo pregunten a mis hijas 🙂
Distorsiones
- Síntoma – Sacar conclusiones dando algo por hecho.
- ¿Qué hacer? – Sacar a la luz lo que se está presuponiendo.
- Ejemplos:
- Tu padre no me comprende.
- No me llamaste ayer, no me quieres nada…
- La voz de esa mujer me da dolor de cabeza.
- ¿Qué vas a limpiar primero, el baño o la cocina?
Esta última fórmula sí que puede venir bien utilizarla a propósito, por ejemplo para dar opciones a los niños pero dentro de los parámetros que nosotros pongamos (¿qué fruta vas a comer, manzana o plátano?), o incluso para motivarnos a nosotros mismos – ¡aquí no hay opción de no limpiar!
Omisiones
- Síntoma – Falta información, o se usan palabras muy abstractas.
- ¿Qué hacer? – Especificar lo que falte, concretar lo abstracto.
- Ejemplos:
- Esto no tiene solución.
- Me molesta su actitud.
- Hay que beber dos litros de agua al día.
- La gente critica mucho.
- Lo puedes hacer mejor.
- Tengo un problema.
Aquí se trata de ir tirando del hilo para que vaya saliendo lo que se quedó sin decir: ¿Qué exactamente? ¿Eso quién lo dice? ¿Mejor que qué?
¿Qué te parecen todos estos patrones, te quedan más o menos claros? Intenta «pillarte» utilizándolos esta semana, y te sorprenderás de cuántas veces aparecen…