Hoy os invito a reflexionar sobre esta cita de James Thurber:
No miremos hacia atrás con ira, ni hacia adelante con miedo, sino alrededor dándonos cuenta
Qué gran desafío: dejar de obsesionarnos con lo que ya pasó, o con lo que aún está por venir. Desconectar el piloto automático, pararnos por un momento, y de verdad observar, darnos cuenta, estar presentes en el aquí y ahora.
Ahora mismo, en este preciso momento, ¿qué es lo que está pasando a mi alrededor? ¿Y qué es lo que está pasando dentro de mí? ¿Qué estoy pensando? ¿Qué estoy sintiendo? ¿Cómo lo estoy viviendo? ¿Y qué significa para mí todo esto?
Ése es el primer paso para la transformación: el darse cuenta.
Siguiendo con el recorrido turístico por mi casa, os enseño aquí otra frase de las que decoran las paredes, en este caso del cuarto de mis hijas, regalo de su prima Isabel:
“No te estoy diciendo que será fácil, te estoy diciendo que valdrá la pena.”
Esta frase me encanta por dos razones: por un lado, me parece que es una verdad como un templo para muchas situaciones, y por otro, creo que utiliza las palabras de una forma muy inteligente. Porque aunque en teoría nos está diciendo que lo que sea no va a ser fácil, como a nuestro cerebro le cuesta bastante procesar el “no”, en el fondo lo que nos está diciendo es que sí que va a ser fácil… o al menos, no tan difícil.
Y es que las palabras que elegimos a la hora de hablar (y de pensar) importan, y mucho. No es lo mismo decir que algo es difícil que decir que no es fácil; en cierto modo la segunda expresión “pesa menos”, y a nuestro cerebro le resulta más fácil digerirla… De hecho, el utilizar la palabra “no” de esta manera es un truquito de la PNL del que os hablaré con más calma en otra ocasión.
Y para ti, ¿qué es eso que puede que no sea fácil, pero que seguro que valdrá la pena? Tú decides 🙂
Hoy quiero proponeros un hábito muy sencillo pero a la vez muy potente, y que seguramente habréis visto recomendado en otros muchos sitios: el dedicar unos momentos cada día al agradecimiento.
Puede hacerse de muchas maneras: por la mañana o por la noche, por escrito, en voz alta o simplemente pensándolo… pero la idea es siempre la misma: pararnos un momento a apreciar lo que ya tenemos, lo que la vida nos regala cada día, y así sentirnos afortunados y abundantes.
Yo empecé a ponerlo en práctica con mis hijas hace unos años, cuando oí que para los niños era muy beneficioso pensar cada noche en tres cosas por las que dar gracias, y así acabar el día contentos, recordando cosas agradables. Convertimos el “dar gracias” en parte de la rutina de irnos a la cama, y a día de hoy la seguimos manteniendo.
En cierto modo me recuerda a cuando yo de pequeña rezaba antes de irme a dormir. Alguna vez repetía alguna oración de memoria, pero normalmente era más bien un ratito de “hablar con Dios”: le contaba cómo me había ido el día, le daba las gracias por algunas cosas, le pedía otras… Y ahora recordándolo, me doy cuenta de que ese ejercicio de reflexión al final del día me ayudaba mucho y me hacía sentir bien, independientemente de quién estuviera “al otro lado” en esa conversación silenciosa que transcurría dentro de mi cabeza.
Así que ahora soy una gran fan de las rutinas al principio y al final del día, incluyendo por supuesto los agradecimientos. Y desde hace unos meses, incluyendo también un ratito de escribir a mano, que es un proceso muy interesanate y muy distinto del de sólo pensar las palabras, pero eso ya os lo cuento otro día 🙂
Lo que sí quería contaros hoy es que esta semana hemos hecho un experimento las niñas y yo, añadiendo una cosa más a la rutina de la noche: además de tres cosas por las que damos gracias cada una, hemos empezado a mencionar una cosa por la que nos sentimos orgullosas ese día. Puede ser grande o pequeña, eso da igual, lo importante es sentir otra vez por un momento esa alegría, ese subidón de autoestima, y que eso nos anime a seguir enfrentándonos a nuevos retos.
Es verdad que unos días ha costado más que otros el encontrar algo que decir en este apartado, y que todavía no nos sale natural, pero espero que poco a poco se vaya asentando esta nueva costumbre. Y es que, qué mejor manera de acabar el día que apreciando lo que tenemos a nuestro alrededor, y a nosotros mismos.
La primera semana del mes de noviembre aquí en Irlanda podríamos denominarla de “adaptación a la oscuridad”, o al menos así es como yo la siento… Irlanda está situada bastante al norte del hemisferio norte, y la diferencia en horas de luz entre los meses de verano y los de invierno, sin llegar a ser tan radical como en los países nórdicos, se nota bastante. Curiosamente, Dublín se encuentra en una latitud muy parecida a la de Moscú, aunque por suerte tiene un clima mucho más suave.
Así que estamos en esa época del año en la que se te pasa la mañana volando, y cuando te quieres dar cuenta, ya se ha ido el sol. Y a las seis de la tarde ya parecen las once de la noche, y entran ganas de meterse en la camita…
A mí esto me afecta bastante al estado de ánimo: me suelo encontrar más cansada, más perezosa, más desmotivada, y no tengo ganas de salir de casa… pero precisamente porque no salgo de casa, no recargo pilas, y me acabo encontrando más cansada, más perezosa y más desmotivada. Es la pescadilla que se muerde la cola.
Lo bueno es que ya conociéndome y sabiéndolo de otros años, voy encontrando trucos para irlo llevando mejor. Como por ejemplo, buscar (o inventarme) razones para salir de casa al menos una vez al día, a ser posible durante las horas de luz. Es mi manera de moverme un poco, cambiar de aires, y de paso hacer “la fotosíntesis”, como diría mi amigo Juanjo 🙂
Pero aunque sea verdad que los niveles de energía tiendan a bajar durante los meses de invierno, y que instintivamente el cuerpo se prepare para hibernar, porque al fin y al cabo todo en la vida es un ciclo, puede que haya más factores que contribuyan a nuestro cansancio diario, sobre todo si se ha convertido en algo habitual. Os dejo con esta reflexión de Alexander Den Heijer con la que me crucé hace unos días:
A menudo te sientes cansado, no porque hayas hecho demasiadas cosas, si no porque has hecho demasiado poco de lo que hace brotar una luz en tu interior.