Peces y árboles

Aquí os traigo una frasecita para reflexionar; es la cita de la que os hablé la semana pasada:

Todos somos genios.
Pero si juzgas a un pez por su habilidad para trepar a los árboles,
vivirá toda su vida creyéndose estúpido.

Close up of a clown fish over a blurry water background

¿Qué se te pasa por la cabeza cuando lees esta frase? ¿Estás de acuerdo? ¿Te sientes identificado?

Todos tenemos ciertas cosas que se nos dan muy bien de forma natural, y otras que no tanto. ¿Pero qué valor les damos a esos talentos o habilidades naturales? ¿Los apreciamos? ¿Los trabajamos para sacarles provecho, o los menospreciamos por no creer que tengan mérito o que vayan a ser útiles?

Como ya sabemos, tradicionalmente la educación se ha centrado casi exclusivamente en un único tipo de inteligencia, la que se podía medir con el coeficiente intelectual. Pero por suerte, ya se va reconociendo cada vez más que la inteligencia no es una, sino muchas, y han ido surgiendo distintas clasificaciones, como por ejemplo las inteligencias múltiples de Howard Gardner:

  • Inteligencia lingüística: la capacidad para dominar el lenguaje (oral, escrito, no verbal) y comunicarnos con los demás.
  • Inteligencia lógico-matemática: la capacidad para el razonamiento lógico y la resolución de problemas matemáticos.
  • Inteligencia visual-espacial: la capacidad para observar el mundo y los objetos desde diferentes perspectivas.
  • Inteligencia musical: la capacidad para discernir sonidos, ritmos y tonos musicales, y para componer e interpretar música.
  • Inteligencia corporal-kinestésica: la capacidad para coordinar nuestros movimientos corporales y utilizar herramientas.
  • Inteligencia intrapersonal: la capacidad para comprender y gestionar nuestros estados internos, emociones y foco de atención.
  • Inteligencia interpersonal: la capacidad para captar e interpretar lo que nos transmiten otras personas y empatizar con ellas.
  • Inteligencia naturalista: la capacidad para relacionarnos con el entorno natural – las especies animales y vegetales, el clima, la geografía y los fenómenos de la naturaleza.

Esta lista es un ejemplo de los muchos talentos y habilidades que tenemos las personas, cada uno en nuestra combinación única e irrepetible, desde la que podemos aportar cosas diferentes al mundo. El problema viene cuando nos empeñamos en medir a todo el mundo por el mismo rasero, sobre todo si nos guiamos sólo por lo que la sociedad decide que son los talentos «que cuentan».

Y a ti, ¿qué se te da muy bien, y qué no tanto? ¿Alguna vez has juzgado a alguien (o a ti mismo) siguiendo un criterio equivocado? ¿Cuál era el talento, la habilidad, la inteligencia que sí que estaba ahí y que en aquel momento no veías, o no valorabas? ¿Y cómo puedes hacer para darle su valor y potenciarla?

¿Verdadero o falso?

El otro día me pasó una cosa muy curiosa: estaba en un curso de formación, y pusieron una transparencia con una cita de Einstein que me pareció súper chula, así que decidí publicarla en Instagram. Escribí un post con la cita en inglés, y otro con la traducción al español. Hasta ahí, todo bien.

Dos minutos después, recibí un mensaje de Instagram diciendo que había publicado información falsa (según sus «chequeos independientes»), que le habían añadido una nota a mi post avisando de que contenía datos que no eran veraces, y que mi cuenta corría el riesgo de que la inhabilitaran para uso comercial.

Y todo porque al parecer la cita no era de Einstein…

Paper card pinned to a cork board, with two handwritten checkboxes: TRUE and FALSE

Me quedé un poco en shock, la verdad, Me apresuré a rehacer el post, incluyendo la cita pero sin decir de quién era. Y una vez más, Instagram me notificó que habían añadido una nota a mi post, porque se parecía mucho a otro que ya habían etiquetado como falso. Al menos esta vez pude ver una opción para solicitar que lo revisaran manualmente, y lo solicité, a ver si me contestan.

El caso es que tengo sentimientos encontrados con este tema: por un lado, me alegro de que haya ciertos controles de veracidad, aunque por otro, me pregunto hasta qué punto serán efectivos más allá de comprobar la autoría de ciertos textos (y por cierto, todo esto pasó con el post en inglés, la versión en español se publicó sin problemas). Pero sobre todo, ¡me fastidió mucho que me acusaran de mentir! ¿Mentir yo? ¡Si todo había sido una confusión!

Claro, que luego pensándolo más tranquilamente, me he acordado de otra cosa que me contaron en ese mismo curso: que en cuestiones de moral, como por ejemplo a la hora de mentir, cuando alguien hace algo malo tendemos a pensar que es porque es mala persona, mientras que cuando somos nosotros los que hacemos algo malo, creemos que está justificado por las circunstancias.

Vamos, que nosotros estamos en posesión de la verdad, y todos los demás se equivocan.

Se nos olvida que en este mundo hay muy pocas verdades absolutas, si es que hay alguna. Creemos que conocemos objetivamente los hechos, pero lo que hacemos realmente es interpretarlos a nuestra manera, filtrando las percepciones que nos llegan desde los sentidos según nuestras propias creencias y suposiciones.

Y aquí es donde nos conviene recordar las palabras de Ramón de Campoamor, que menos mal que las he comprobado con Google antes de meter la pata otra vez, porque yo estaba convencida de que eran de Calderón de la Barca 🙂

Y es que en el mundo traidor
nada hay verdad ni mentira:
todo es según el color
del cristal con que se mira.

Ramón de Campoamor

Todo esto de que no haya verdad ni mentira nos puede parecer un poco frustrante, porque a nuestro cerebro le gustan más las respuestas categóricas: bueno o malo, correcto o incorrecto, blanco o negro. Pero en realidad nos da una libertad enorme, nos da toda una paleta de colores para elegir. Tanto los grandes sabios de antaño como los psicólogos modernos nos explican que, en la inmensa mayoría de los casos, nuestros problemas no se deben a las cosas que nos pasan, sino a cómo las interpretamos; la mayor causa de nuestro sufrimiento son las historias que nos contamos a nosotros mismos sobre lo que nos pasa. ¿Y si nos contáramos una historia diferente?

Ésa es la buena noticia, que una vez que nos damos cuenta de que a menudo la verdad se reduce a puntos de vista, y de que no es LA verdad sino MI verdad lo que yo estoy viendo, se abre enormemente nuestro mapa de posibilidades, y podemos darnos permiso para reinterpretar esas situaciones de una manera que nos ayude en lugar de hacernos sufrir.

Así que, la próxima vez que te encuentres ante una situación que te enfade, te frustre o te entristezca, te animo a preguntarte qué otras versiones de «la verdad» puede haber aparte de la tuya. ¿Qué es lo que estás dando por hecho? ¿Qué otras perspectivas no estás viendo? ¿Qué significado le estás dando a esa situación que realmente no tiene, o podría no tener? ¿Y qué otro significado le podrías dar?

Por cierto, la cita en cuestión se merece un post aparte; la tenéis en Instagram, y es verdad que la publiqué sin comprobar si era o no de Einstein (lección aprendida).

Espejo retrovisor

Hoy me han preguntado por las diferencias entre hacer un proceso de coaching e ir al psicólogo, y me ha parecido un tema interesante para comentar aquí. En las profesiones dedicadas a la ayuda y el acompañamiento a veces se confunden o se difuminan los términos, y me gustaría explicaros la diferencia fundamental que yo veo, basándome en mi experiencia y en lo que he leído y oído de los expertos, sin meterme demasiado en detalle ni pretender tener la verdad absoluta (que yo no soy psicóloga).

Por lo que tengo entendido, la psicología clínica (o psicoterapia) se centra mucho en analizar cosas que ocurrieron en el pasado, sobre todo cuando hay traumas o trastornos, para sanar las heridas que se produjeron en un determinado momento. En contraste, el coaching trabaja con la parte sana de la persona (y la inmensa mayoría de nosotros estamos sanos, simplemente andamos un poco confundidos por la vida).

El coaching se centra mucho en el presente y en el futuro: dónde está la persona en este momento, adónde quiere llegar, y cómo puede ir progresando para acercarse a su objetivo. Sólo miramos hacia el pasado de vez en cuando, y cuando lo hacemos, es para rescatar recursos que la persona ya tiene y que le han funcionado en otras ocasiones, para ver cómo puede aplicarlos a este nuevo reto al que se enfrenta ahora.

A mí esto me lo explicaron usando la metáfora de un coche, donde tenemos el parabrisas, que es muy grande y nos permite ver todo lo que tenemos delante, y donde también están los retrovisores, que son mucho más pequeños. Podemos mirar un poco hacia atrás cuando nos haga falta, pero lo más importante es mirar hacia adelante, y avanzar.

Close up of a car rearview mirror with an empty street in the background, during the day. The mirror reflects the side of the car, and a person inside taking a picture with a camera

Pero eso no significa que el coaching se quede en un nivel superficial; todo lo contrario. A lo largo del camino, siempre que la persona se haga responsable de su proceso y esté dispuesta a profundizar, irá descubriendo muchas cosas sobre sí misma, y sobre lo que de verdad le está impidiendo avanzar en la dirección que quiere, o a la velocidad que le gustaría. Todo esto no surge de la noche a la mañana, requiere un proceso: primero darse cuenta de lo que le está pasando, y luego hacer el trabajo necesario para cambiar esa situación, sabiendo que el camino también tendrá sus altibajos, y que lo más valioso en realidad no es llegar rápido a la meta, sino aprender y evolucionar por el camino.

Dicho todo esto, quiero compartir con vosotros un ejercicio de coaching que yo utilizo mucho, y que sí que mira al pasado, de la manera que ya os he explicado. Se basa en que muchas veces, cuando nos enfrentamos a un nuevo reto, nos falta confianza en que vayamos a poder conseguirlo, y nos olvidamos de que ya hemos conseguido otras muchísimas cosas en la vida. Nos entra amnesia de logros. Así que el ejercicio consiste precisamente en recordarlos, en hacer un listado de logros:

  • Coge papel y lápiz, y dedica tres minutos a escribir todo lo que se te ocurra que hayas conseguido en la vida. Cuantas más cosas mejor, da igual que sean grandes o pequeñas: desde aprender a caminar o a conducir hasta dar a luz a un hijo, conseguir un trabajo, cambiarte de casa o hacer una buena tortilla de patatas (que es algo que yo admiro profundamente porque no se me da nada bien 🙂 ).
  • Una vez acabado el tiempo, dedica otros tres minutos a escribir las capacidades, habilidades y talentos que tienes y que te han permitido conseguir todos esos logros.
  • Luego repasa en voz alta tu lista de logros, junto con la de capacidades, habilidades y talentos, y date cuenta de todo lo que puedes conseguir cuando te lo propones.

Este ejercicio también funciona muy bien en parejas, con una persona que apunte mientras la otra va listando logros en voz alta. Lo de limitar el tiempo ayuda a sacar muchas ideas rápidamente, en vez de ponernos a buscar grandes logros y pensar demasiado. No buscamos perfección ni excelencia: buscamos cantidad, situaciones variadas que ya hemos superado, objetivos que ya hemos conseguido, y de los que podemos sentirnos orgullosos 🙂

Y tú, ¿de qué te sientes orgulloso cuando miras por el retrovisor de tu vida?

Éxito

¿Qué se te pasa por la cabeza al oír la palabra «éxito»?

Yo, hasta hace relativamente poco, siempre tuve la sensación de que el éxito era algo que me quedaba como muy grande, y que era para otras personas, no para mí. Yo hacía cosas normales, no extraordinarias, y por lo tanto, no se me ocurría nada que yo hubiera conseguido y que pudiera considerarse un éxito.

Photo taken at dawn - dark silhouette of a person standing on top of a rock, with their arms extended in victory, against the blue and pink sky

Recuerdo que no me gustaba nada la típica pregunta en inglés de «what does success look like?», porque nunca era capaz de contestarla. Torpemente traducida al español, sería algo así como: «¿Qué pinta / qué aspecto tiene el exito?». Y yo no tenía ni idea.

Ahora, después de los años y con más conocimientos de crecimiento personal, al menos ya entiendo de qué va la pregunta. Se trata de visualizar el resultado.

Es un concepto que se utiliza mucho en coaching: el primer paso siempre es definir una meta, un objetivo, algo que quieres conseguir. Pero, ¿cómo vas a saber que lo has conseguido? ¿Cuál será esa nueva situación que tanto deseas? ¿Qué verás, que oirás, que sentirás cuando llegue ese momento? Cuantos más detalles, mejor.

Esto es importante por dos razones: por un lado, porque cuanto mejor definamos ese estado deseado, más fácil nos resultará llegar a él (o al menos acercarnos), puesto que le estaremos dando a nuestro cerebro instrucciones claras de lo que estamos buscando. Y por otro, porque cada uno tenemos nuestros valores, nuestras prioridades y nuestra forma de ver la vida, y todos ellos influyen muchísimo (o deberían influir) en el tipo de resultados que queremos obtener, y en cómo valoramos esos resultados.

Así que, para cada situación concreta en la que estemos trabajando, viene muy bien plantearnos qué es lo que queremos conseguir realmente, teniendo en cuenta que a lo mejor hay que escarbar un poquito para llegar a la verdad: ¿qué me va a aportar el conseguir este objetivo? ¿Hasta dónde tengo que llegar para considerar que he tenido éxito? Y esa medida, ¿de dónde viene? ¿Quién la pone? ¿Estoy haciendo algo que de verdad es importante para mí, o estoy tratando de cumplir expectativas?

Lo cual me lleva a la cita de hoy, que una vez más suena mucho mejor en inglés que en español, pero que aquí he traducido un poco libremente y espero que se entienda:


El éxito no tiene que ver con cómo tu vida se ve desde fuera, sino con cómo la sientes tú desde dentro.

Michelle Obama

Y para ti, ¿qué significa tener éxito, en este momento concreto de tu vida?

Tomar la iniciativa

¿Qué tal se te da tomar la iniciativa, sobre todo en cuanto a grandes decisiones en la vida? ¿Eres de los que «hacen que pasen cosas», o más bien dejas que las cosas te pasen a ti?

Wooden scrabble-like pieces forming the phrase "MAKE STUFF HAPPEN"

Todo esto viene a que en las últimas semanas he tenido unas cuantas conversaciones sobre grandes decisiones, concretamente el decidir mudarse de país. Por un lado, unos amigos que conocí al poco de llegar a Irlanda están preparandose para volver a España, y el hablar con ellos me hizo pensar en mi propio futuro, y plantearme dónde quiero vivir a corto, medio y largo plazo. Y por otro lado, esta semana le he dado la bienvenida a un amigo de la familia que se acaba de mudar en sentido contrario, de España a Irlanda. Su ilusión y sus ganas de vivir nuevas experiencias me han hecho recordar mis primeros años aquí, el cambio tan grande que me supuso venir, y cómo poco a poco me fui forjando una nueva vida con el paso de los años.

Contestando a mi propia pregunta: yo siempre me he considerado una persona con relativamente poca iniciativa; muchos de los grandes cambios en mi vida han sido o bien decisiones compartidas con un empujoncito por parte de otros (como el venirme a vivir y trabajar a Irlanda), o decisiones que otros han tomado por mí (como mi separación y divorcio). Pero ahora, mirando hacia atrás, me doy cuenta de que también he tomado grandes decisiones por mí misma. La determinación de seguir con mi vida en Irlanda cuando se me rompieron los esquemas y todo se tambaleó a mi alrededor fue seguramente mi primera gran decisión en solitario, la primera vez que tomé de verdad la iniciativa.

La primera de muchas.

A veces la vida nos da un empujoncito para que sepamos que ya es hora de tomar las riendas. El truco es estar atentos, aprender a acoger lo que la vida nos trae, y confiar en que es lo que necesitamos para seguir creciendo.

Y al hilo de esta idea, aquí os dejo un par de citas más otra de propina. La primera nos llega de la mano de la sabiduría estoica:

El destino guía a quien lo acepta y arrastra a quien lo rechaza.

Séneca

A mí en tiempos me explicaron esta frase con la metáfora de un perro que está atado a un carro en movimiento. El perro tiene dos opciones: mantener el ritmo trotando alegremente al lado del carro, o resistirse y tratar de frenar o de ir por otro lado, y acabar haciéndose daño cuando el carro lo arrastre igualmente.

La segunda es un bonito juego de palabras:

Hay un momento para dejar que pasen cosas, y un momento para hacer que pasen cosas.

Hugh Prather

Al leer esto, lo que me viene a la mente es: ¿y cómo sé yo si es momento de una cosa o de la otra? Se me ocurre que es cuestión de plantearnos cuál es nuestra estrategia habitual, y si nos funciona o no nos funciona en según qué situaciones. ¿Qué es lo que más nos cuesta, hacer o dejar de hacer? ¿Nos vendría bien ajustar?

Y la tercera, del mismo autor, cierra el ciclo:

Justo cuando creo que ya he aprendido a vivir, la vida cambia.

Hugh Prather