31 de octubre, víspera de Todos los Santos. Halloween.

Yo tengo que reconocer que no es una de mis épocas favoritas del año. En parte es porque con el cambio de hora empieza a hacerse de noche muy pronto, además de que ya va empeorando el tiempo y empezando el frío…
Pero sobre todo, es que no me gustan las cosas de miedo. Nada de nada.
Estoy escribiendo estas líneas entre tandas de niños que llaman a la puerta haciendo “trick or treat”, y esa parte no me importa, hasta me hace ilusión. Me disfrazo de algo sencillito que no dé nada de miedo (este año ha tocado toga y corbata de Harry Potter, otras veces es vestido y gorro de bruja), y disfruto repartiendo golosinas a los niños del barrio.
Lo que llevo peor son los disfraces que sí que dan miedo, las películas de terror, etc. Por suerte ahora es más fácil elegir, y yo me quedo con la versión infantil de Halloween, para todos los públicos 🙂
Pero la verdad es que si uno piensa en los tiempos de nuestros antepasados, sin electricidad ni calefacción ni otras comodidades a las que ya nos hemos acostumbrado, y en una noche como ésta de oscuridad, frío, viento y lluvia, se entiende que ellos creyeran que había espíritus y fantasmas rondando por este mundo… Y que quisieran combatirlos de la manera que mejor sabían: con luz.
Me imagino que por eso mismo los fuegos artificiales y las hogueras son bastante típicos aquí en Irlanda por estas fechas, y me recuerdan mucho a la noche de San Juan… Rituales antiguos que han ido derivando en otros más modernos, pero que en el fondo mantienen esa fascinación por lo sobrenatural y desconocido.
Mucho más colorida es la fiesta del Dia de los Muertos en México, que me encanta no sólo por su estética, sino también por la manera tan bonita y tan alegre que tienen los mexicanos de recordar y de honrar a sus antepasados, reconociéndolos como parte de la familia. Así de esa manera parece que el mundo de los muertos está un poquito más cerca del de los vivos, y en lugar de verlo como una cuestión de “nosotros contra ellos”, nos anima a aceptar la muerte como parte del ciclo de la vida, y a comprenderla en lugar de tenerle miedo.
Aceptar y comprender. Tal vez ahí esté la clave para muchos de nuestros miedos.
Aceptar el reto de mirarlos cara a cara, de escuchar lo que nos quieren decir.
En palabras de Marie Curie:
En la vida no hay nada que temer, sólo hay que comprender. Ahora es el momento de comprender más, para temer menos.