Las Navidades ya están a la vuelta de la esquina, y no sé a vosotros, pero a mí este año me está costando meterme en el espíritu navideño. En una época en la que lo que se suele hacer son planes, la incertidumbre pesa todavía más que de costumbre… Y digo que de costumbre porque me atrevería a decir que, de dos años para acá, todos nos hemos adaptado a cierto nivel continuo de no saber qué va a pasar. Y sabemos que en un momento u otro van a seguir apareciendo situaciones inciertas.

Pero claro, como a nuestro cerebro no le gusta nada la incertidumbre, si lo dejamos en piloto automático gasta mucha energía manteniéndose alerta y poniéndose en lo peor, de modo que acabamos estresándonos inútilmente hasta acabar agotados. Y eso es insostenible a largo plazo.
¿La solución? Aprender a estar cómodo con la incomodidad de no tener certeza absoluta, de no saber cómo van a salir las cosas, de no tenerlo todo controlado.
Y para eso, ¿qué es lo que ayuda mucho? Confiar.
Confiar en que todo va a salir de la mejor manera posible, de la manera que tiene que salir, aunque no sea la que nosotros queramos ni entendamos ahora mismo el porqué. Cuando nos atrevemos a soltar y a confiar en la vida, la historia cambia. La incertidumbre puede que siga ahí, pero el miedo desaparece.
Os copio unas palabras de Brené Brown sobre este tema, que ella relaciona con la vulnerabilidad:
Me pasé muchos años tratando de ser más rápida y más lista que la vulnerabilidad haciendo que las cosas fueran seguras y definitivas, blancas y negras, buenas y malas. Mi incapacidad para acoger la incomodidad de ser vulnerable limitó la plenitud de esas experiencias tan importantes que se forjan en la incertidumbre: el amor, la pertenencia, la confianza, la alegría y la creatividad, por nombrar unas pocas.
Felices fiestas. Que la incertidumbre no te impida vivirlas plenamente, tal vez este año de una manera nueva y diferente.
Quizá ese es mi gran problema, el no saber gestionar la incertidumbre. Crecí con un padre que adoraba la seguridad, he hecho las cosas como debía, he tenido cuidado que todo esté bien, lo he revisado todo, no puede pasar lo malo. Y puede que el odio a la incertidumbre sea inculcado o innato, no lo se. El intentar controlarla me condiciona. Cambié de trabajo, pasé a ser funcionario por el temor al mañana, cada cosa que decido tengo que comprobar que va a funcionar de principio a fin y si no es así, no la comienzo, y puedo volverme loco intentando comprender cosas de las que no entiendo nada porque no confío en la opinión de los demás si no se sostiene empíricamente con algo que yo comprendo.
Es agotador.
Y sí, es cierto, cuando he confiado en que las cosas simplemente saldrían bien, pues sí, me ha ido mejor, y las cosas salieron bien. Y sobre todo, he sido más feliz. Pero es taaan difícil…
Gracias por tu comentario José Manuel, mucho ánimo que la respuesta ya la tienes, ahora es cuestión de ponerla en práctica 😉 Besos