Hace poco leí en algún sitio (perdón pero ya no recuerdo dónde) que para tener relaciones sanas es necesario tener de vez en cuando conversaciones incómodas. Esto se aplica a todo tipo de relaciones.
Tiene sentido, ¿verdad? Los desacuerdos y el conflicto son inherentes al ser humano, y es nuestra forma de gestionarlos lo que marca la diferencia.
Pero, ¿qué pasa cuando te da tanto miedo el conflicto que intentas evitarlo a toda costa?
Hola, me llamo Bea, y soy una conflict avoider.

Me he pasado muchos años caminando por la vida de puntillas para no molestar a nadie, para no generar conflicto. Muchos años haciendo como si ciertos problemas no existieran, con la esperanza de que se solucionaran solos.
Y te puedes imaginar lo que pasa, ¿verdad? Que NO se solucionan solos, aunque a veces parezca que sí. Para solucionar de verdad un problema hay que sacarlo a la luz, hay que hablarlo, porque si no, el malestar se queda ahí, creciendo bajo la superficie, hasta el día en que irremediablemente vuelve a salir.
¿Y qué podemos hacer entonces? Se me ocurren tres cosas:
- Aceptar el conflicto como algo natural: cada uno tenemos nuestras necesidades, nuestras opiniones y nuestra manera de hacer las cosas, que en algunos momentos chocan con las de los demás.
- No tomárnoslo personalmente: una cosas que ayuda mucho es centrarse en el problema en sí, no en lo que interpretamos que “nos está haciendo” la otra persona.
- Encontrar una buena manera de comunicarnos, para poder transmitir al otro nuestras necesidades y deseos, y escuchar los suyos, de una manera respetuosa y no violenta.
Cuando mis hijas eran pequeñas, a menudo les ponía una canción de Miliki que decía: “hablando se entienden las personas, y todo funcionará mejor…” A día de hoy, todavía de vez en cuando se la canto a ellas, y a mí misma, como recordatorio de que ninguno somos adivinos, y de que las cosas hay que hablarlas.
Y tú, ¿también evitas el conflicto? ¿Qué conversación incómoda has estado intentando evitar?