Tiempo para reflexionar

Feliz Pascua de Resurrección a todos los que la celebréis 🙂

El otro día un mensajito de una gran amiga (¡gracias Ara!) me recordó cómo solía pasar yo la Semana Santa en mis años mozos: de convivencia en el convernto de El Palancar.

"El Palancar" convent (Extremadura, Spain) seen from a group of rocks high on a hillside

La Pascua del Palancar era un encuentro para jóvenes organizado por los frailes franciscanos de la provincia Bética, y duraba desde el Jueves Santo hasta el Domingo de Resurrección. Tenía una temática religiosa, por supuesto, como casi todo lo espiritual en aquella época, pero no se quedaba sólo en eso: era una oportunidad maravillosa para desconectar del ruido y las prisas del día a día (y eso que aún no había teléfonos móviles), y entrar en conexión con la Vida, con la Naturaleza, con nuestros compañeros de viaje, y en definitiva con nosotros mismos.

Ahora que lo pienso, estos fueron seguramente mis primeros pasos por el camino del autodescubrimiento y el desarrollo personal.

Durante los tres días y medio que duraba la convivencia, la mayoría de las actividades las hacíamos acompañados, o bien todos juntos o en grupos pequeños. Pero había una, la del sábado por la tarde, que era diferente: la llamaban el desierto, y era un hueco de un par de horas donde que nos animaban a buscarnos un lugar tranquilo para la contemplación y la reflexión personal. Os podéis imaginar el reto que suponía eso para algunos de los adolescentes, ¡dos horas solo, sin hablar con nadie!

Yo recuerdo que siempre me subía por los canchos colina arriba, hasta un lugar parecido al que veis en la foto; desde allí se veía el convento abajo a lo lejos, rodeado del paisaje típico de Extremadura en primavera. Llevaba conmigo un cuaderno, un boli, y una hojita que nos daban con preguntas para guiar la reflexión. Pero aparte de eso, nada.

Silencio. Naturaleza. Tiempo y espacio para que fuera saliendo todo lo que llevaba dentro.

Me encantaba esa sensación.

Y allí en aquel rinconcito del mundo se me pasaban las dos horas, respirando, pensando, escribiendo… Hasta que luego empezaba a oír a lo lejos las voces de mis compañeros, tal vez los acordes de una guitarra, y me daba cuenta de que ya iba siendo hora de volver a bajar al mundo. Me sentía como San Pedro en el pasaje de la Biblia de la transfiguración de Jesús, cuando le dice: Señor, ¡qué bien se está aquí! Construyamos una tienda. Y Jesús le explica que no pueden quedarse allí de contemplación en lo alto de la montaña, que tienen que volver a bajar y continuar con su misión en la tierra.

A veces este mundo en que vivimos nos absorbe de tal manera que perdemos el contacto con lo que más nos importa. Pero si de vez en cuando nos tomamos un respiro para subir a la montaña, volveremos a escuchar a nuestra voz interior, y con su guía volveremos a recuperar el rumbo. Yo hace ya muchos años que no paso por El Palancar, y mi montaña ahora a veces tiene forma de playa, pero la idea es la misma: un poco de tiempo, soledad y silencio, y la respuesta aparece.

Y tú, ¿cuándo escuchaste por última vez a tu voz interior? ¿Y qué es lo que te diría hoy, si te pararas a escucharla?

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