Una de las lecturas que recuerdo con más cariño de cuando yo era pequeña son los libros de Mafalda, una recopilación de tiras cómicas de los años sesenta y setenta creadas por Quino, el genial humorista gráfico argentino.
No recuerdo qué edad tenía yo cuando empecé a leerlos; sí recuerdo que me llamaban la atención las palabras y expresiones propias del español argentino, y que había algunos chistes que no los llegaba a entender, pero me daba igual, me gustaban mucho de todas maneras. Los releí tantas veces que muchos de los chistes me los llegué a aprender de memoria, y con los años por fin los fui entendiendo… El humor de Quino me parece muy, muy inteligente, y muchos de los temas que tocaba en las tiras de Mafalda y en sus otros libros de humor gráfico son tan relevantes ahora como lo eran entonces.
Hoy os traigo esta tira para ilustrar un tema que me surgió el otro día:

Aquí está la transcripción para los que no veáis bien la imagen: es una conversación entre Mafalda (que es una niña de unos seis años) y su amiga Susanita:
- Susanita: ¿Por qué demonios los adultos se la pasan haciendo y diciendo cosas que uno no entiende? - Mafalda: Es muy sencillo, Susanita. Cuando llegás al cine y resulta que ya están dando la película, ¿la entiendes? - Susanita: No. - Mafalda: Bueno, con los adultos ocurre lo mismo, ¿Cómo vamos a entenderlos? ¡Si cuando nosotros llegamos, ellos ya estaban todos empezados!
¿Qué os parece esta reflexión? Más allá del chiste de que los niños no nos entiendan a los adultos, la verdad es que a veces los adultos tampoco nos entendemos entre nosotros. ¿Os ha pasado alguna vez el llegar a una clase, o a una reunión de trabajo, y no enteraros de nada, como si hubiérais llegado a mitad de la película?
El problema es que muchas veces falta cierta información de base que se da por supuesto que todo el mundo la sabe: falta definir el contexto. Esto que parece tan obvio en realidad no lo es tanto, y causa más problemas de comunicación de lo que parece. Volviendo al ejemplo de la reunión de trabajo, a lo mejor ha habido antes una conversación por email en la que no estaban todos los participantes incluidos, y en la reunión se pasa directamente a discutir detalles de una solución, sin confirmar antes que todos saben cuál es exactamente el problema. En una clase, por ejemplo, puede que el profesor se ponga a enseñar un tema completamente nuevo y distinto a todo lo anterior, pasando directamente a los detalles, sin pararse a explicar primero de qué se trata, por qué es importante y cómo encaja con el resto de lo aprendido hasta ahora. Tanto la reunión como la clase serán mucho más productivas si se hace una inversión inicial en explicar el contexto.
Y de la misma manera, las personas también tenemos un contexto: cada uno tenemos una historia, una familia, una cultura, unos valores, unas circunstancias personales, unos pensamientos, unas emociones, etc., etc., etc. Cuanto más entendamos el contexto de una persona, mejor la comprenderemos, y menos la juzgaremos. Por eso creo que, en nuestra vida diaria, a todos nos vendría bien aclarar un poquito el contexto de nuestras conversaciones, y así conseguir entendernos mucho mejor.
Pero cuidado con no pasaros dando explicaciones, que tampoco es necesario explicarlo todo, sólo lo esencial. No os vayan a decir como me decía mi madre a mí cuando me empezaba a enrollar: ¡empieza por el final! 😀