Renunciando a la culpa

Hoy Facebook me ha recordado un post que escribí hace exactamente trece años, citando una frase con la que en aquel momento me identificaba muchísimo:

Dios me puso en este mundo para conseguir un cierto número de cosas – ahora mismo voy con tanto retraso que no me voy a morir nunca.

Bill Watterson

¿Te suena esta sensación? La sensación de no estar haciendo todo lo que deberías hacer, de no estar consiguiendo todo lo que deberías conseguir, de ir demasiado despacio y no ser capaz de ponerte al dïa…

Se me ocurren un montón de cosas que podría decir sobre este tema (y seguramente las diré, en otros artículos más adelante), pero por lo pronto, y aprovechando la época del año en la que estamos, hoy me voy a centrar en lo que en mi caso descubrí como la consecuencia (¿o quizá la causa?) de esa sensación:

La culpa.

Me sentía culpable por todo.

Hiciera lo que hiciera, me sentía culpable por no hacerlo lo suficientemente bien, o por ser poco productiva y malgastar mi tiempo. Si estaba trabajando, me sentía mal por pasar poco tiempo con mis hijas; si estaba jugando con mis hijas, me sentía mal por no estar haciendo algo “más útil”, como limpiar o cocinar… Y así, la lista seguía hasta el infinito, espero que se entienda la idea.

Pero por suerte unos años después, no sé exactamene cuándo, llegó un momento en que algo hizo click en mi cabeza, y me di cuenta de que la culpa no me llevaba a nada productivo, sino más bien todo lo contrario. Fue entonces cuando me propuse conscientemente dejar de alimentarla.

White page with the words "not guilty" written on it, next to a judge's hammer seen from above

Tanto España como Irlanda son países de tradición muy católica, y el concepto de culpa está muy enraizado en el catolicismo (sospecho que en otras religiones también, en mayor o menor medida, pero el catolicismo es la religión con la que me crié, y la que conozco de primera mano). Ahora estamos a punto de empezar la Cuaresma, y en Irlanda es típico elegir algo a lo que renunciar durante estos cuarenta días; por ejemplo, hay mucha gente que renuncia a los dulces. Supongo que de ahí viene luego la costumbre de atiborrarse de chocolate por Pascua de Resurrección, tendríais que ver el tamaño de los “Easter eggs” 🙂

Recuerdo que al poco de mudarme a Irlanda me sorprendía cuando me preguntaban: “¿y tú a qué vas a renunciar esta Cuaresma?” Como en España eso no es costumbre, no se me ocurría qué contestar… Hasta que un año se me encendió la bombillita y apareció en mi cabeza la respuesta: ¡A la culpa! Renuncio a sentirme culpable inútilmente.

Y tú, ¿a qué decides renunciar?

Perspectiva

¿Te ha pasado alguna vez que, cuando estabas dándole vueltas a un problema o dificultad que se te hacía un mundo, de pronto apareció otra cosa que te cambió totalmente la perspectiva, y te diste cuenta de que no era para tanto?

A veces me acuerdo del principio de la guía del autoestopista galáctico, que es un libro de humor absurdo que leí hace muchos años (gracias Hernán por prestármelo) y del que ya no recuerdo mucho, salvo un par de detalles que me parecieron toques de genialidad y sabiduría friki 🙂

El caso es que el protagonista llega un día a a su casa para descubrir que están a punto de derribarla para construir una autopista. Supuestamente habían puesto un cartel de aviso unas semanas antes, pero él no lo había visto, y lógicamente, se pone muy nervioso; empieza a gritar a los obreros de la construcción y a intentar impedir por todos los medios que destruyan su casa… Pero resulta que todo eso acaba dando igual, porque luego se entera de que todo el planeta Tierra está a punto de ser destruido para construir una mega autoestopista intergaláctica (¡y también había un cartel de aviso que nadie había leído!).

¿Cuántas veces nos obsesionamos con alguna cosa concreta como si nos fuera la vida en ello, y no se nos ocurre dar un paso atrás para cambiar la mirada y ver la situación en su conjunto?

Close up of a glass ball on a wooden log, showing a rocky landscape that we can also see out of focus in the background

Otro buen ejemplo, y de la vida real, fue el principio de la pandemia: muchas de las preocupaciones que teníamos antes de marzo de 2020 de pronto desaparecieron, y nos dimos cuenta de que lo verdaderamente importante en ese momento era estar sanos y salvos, y todo lo demás ya eran lujos añadidos.

Y no digo que las preocupaciones de antes no fueran válidas, todo lo contrario: cada cosa que nos ocurre genera en nosotros ciertos pensamientos y emociones, acompañados a veces de síntomas físicos, que conviene procesar, dándoles su espacio y prestándoles atención, porque algo nos vienen a decir, nos vienen a traer un aviso, o quizá un aprendizaje.

Lo que digo es que la importancia de las cosas es relativa, y cuando no tenemos algo grande por lo que preocuparnos… A veces nuestra tendencia es a preocuparnos por algo pequeño como si fuera grande.

O a veces estamos tan metidos en la situación concreta que sea que nos cuesta verla con claridad, y como dice el dicho, “los árboles nos impiden ver el bosque”. Es entonces cuando mejor nos viene el buscar otra perspectiva, y hay muchas técnicas que nos pueden ayudar a conseguirlo, tanto en solitario como con ayuda de un amigo, o de un profesional.

Por ejemplo, cuando estemos atascados intentando tomar una decisión porque nos da miedo elegir mal, puede ser útil el recordarnos que, en esta vida, son realmente muy pocas las probabilidades de que una decisión nuestra provoque un daño irreversible e irreparable. La mayoría de las veces, tanto si sale “bien” como si sale “mal”, las consecuencias son perfectamente asumibles, así que podemos permitirnos decidir, actuar, y sobre todo aprender de los resultados.

Por cierto, lo de “bien” y “mal” lo pongo entre comillas porque como ya sabemos, todo es relativo… Salvo en la guía del autoestopista galáctico, donde consiguieron encontrar una respuesta concreta y definitiva a la Gran Pregunta de la Vida, el Universo y Todo lo demás 🙂

Haz lo que puedas

Ya llevamos una semanita de este año 2023; poco a poco vamos volviendo a la normalidad después de las fiestas… Y a lo mejor ya se nos va pasando ese entusiasmo con el que empezamos el año hace unos días.

Aquellos planes que tanta ilusión nos hacían, aquellos propósitos, puede que ahora se nos hagan un poco cuesta arriba. De hecho, en España existe una expresión que no sé si la hay en otros países: “la cuesta de enero”. Se refiere a las dificultades que a veces tenemos para afrontar este mes, a menudo económicas (por haber gastado mucho durante las Navidades), pero yo diría que también emocionales, al haber acabado ya la época de celebraciones y haber vuelto a la rutina, el frío y la monotonía del invierno.

Wooden steps ascending through a rocky field, under a grey cloudy sky

Por lo visto hay mucha gente que ahora en enero se pone a planear sus siguientes vacaciones, para tener algo con que ilusionarse, o como se dice en inglés, “something to look forward to”. Ayer pasé por delante de una agencia de viajes, ¡y había cola! Me quedé alucinada.

En fin, que esta época del año se nos puede hacer un poco durilla, especialmente si nos habíamos propuesto un objetivo o una meta que aún vemos muy lejos y no nos parece que estemos avanzando lo suficiente.

Yo soy la primera que estoy en esa situación: para este año me he propuesto unas cuantas cosas relacionadas con BinaryWords, y aquí ando, viendo como los días pasan mucho más rápido de lo que avanza mi proyecto… En mi opinión, como ya he dicho otras veces, la clave está en encontrar un ritmo sostenible, que en este caso para mí se traduce en un equilibrio entre tener paciencia conmigo misma y darme un poquito de caña. Descansar y cuidarme, por supuesto, y sacar ratos para hacer cosas que me gustan, pero también motivarme aunque no tenga ganas e irme poniendo tareas alcanzables cada día o cada semana, por que si no me es muy fácil quedarme en lo de siempre y no moverme.

A todo esto, con gran ilusión os comunico que por fin he puesto en marcha la lista de correo a través de Mailchimp. Os podéis suscribir aquí para recibir el post de la semana en vuestro correo electrónico, y estar al día de las novedades que vaya sacando. Si ya estáis suscritos no tenéis que hacer nada, yo os daré de alta en la lista nueva, y recibiréis los emails en un formato un poco más mono 🙂 Y si veis algún problema, por favor decídmelo para que lo arregle, que todavía estoy aprendiendo (y me falta investigar cómo hacer los emails bilingües sin tener que escribirlo todo dos veces…)

En fin, volviendo al tema, os animo a que tengáis paciencia con vuestras metas y objetivos para este año, especialmente en este mes de enero, y a que vayáis avanzando a un ritmo que os permita cuidaros por el camino pero que no os deje poneros excusas 😉

Y acabo con una de mis citas favoritas de todos los tiempos, que se puede aplicar a cualquier situación, incluida esta:

Haz lo que puedas, con lo que tienes, donde estás.

Theodore Roosevelt

Metáforas

Hoy escribo este post desde el aeropuerto de Dublín, a punto de cruzar el charco para pasar un par de días con mis compañeros de trabajo de Estados Unidos.

Cruzar el charco, curiosa expresión. Es una de las muchas metáforas que utilizamos cada día.

Close up of a red flower floating on the surface of a pond

Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua, una de las definiciones de metáfora es la “aplicación de una palabra o de una expresión a un objeto o a un concepto, al cual no denota literalmente, con el fin de sugerir una comparación (con otro objeto o concepto) y facilitar su comprensión”. Dicho así puede parecer un poco complicado, pero lo cierto es que nos pasamos el día utilizando metáforas, muchas veces sin darnos cuenta de que lo son, por ejemplo…

  • Me encontraba entre la espada y la pared
  • Salió pitando de allí
  • Me muero de hambre

Y tantas otras.

Las metáforas nos ayudan a explicar situaciones de la vida de una manera fácil de entender, y no sólo funcionan hacia afuera, cuando hablamos con los demás, sino también hacia adentro, en nuestro diálogo interno. A veces nos resulta más fácil conectar con una emoción cuando “le damos forma” a través de una metáfora, e incluso podemos hasta dibujarla, si eso ayuda 🙂

Y cuando nos enfrentamos a un problema o una situación difícil, el jugar con las metáforas nos puede ayudar mucho a cambiar la perspectiva y buscar alternativas. Por ejemplo, si una persona siente que cada vez que intenta hacer una cosa determinada se da de bruces contra una pared, puede que incluso visualice mentalmente esa pared cuando piense en eso que quiere intentar, y se quede bloqueada. Siguiendo con la metáfora, podríamos preguntar, ¿dónde está esa pared? ¿De qué está hecha? ¿Cómo es de alta? ¿Y qué hay detrás? ¿De qué manera podrías llegar hasta allí? Y tal vez así, explorando maneras de saltar o rodear la pared, o incluso de romperla, puede que la persona se de cuenta de cosas y encuentre soluciones que de otra manera no se le habrían ocurrido.

También es muy interesante plantearnos metáforas al reflexionar sobre algún aspecto de nuestra vida, o de nuestro trabajo. Esto es algo que se hace a menudo en las metodologías Agile, en las retrospectivas de equipo: “si nuestras dos últimas semanas hubieran sido una película, ¿qué película sería, y por qué?” Una vez que añadimos ese toque de creatividad y humor a la conversación, es soprendente todo lo que puede sair de ahí.

Así que esta semana te propongo dos cosas, si te apetece hacerlas: una es escuchar con especial atención para ver cuántas metáforas encuentras a tu alrededor, y la otra es encontrar tu propia metáfora: si hoy fueras un color, por ejemplo, ¿qué color serías?

Miedo

Ya estamos a mediados de octubre, y por todas partes se ven en las tiendas lo adornos y disfraces típicos de Halloween.

No puedo decir que sea mi fiesta favorita del año. Como ya dije el año pasado, no me gustan nada pero que nada las cosas de miedo.

Child hiding in a fort made of sofa cushions

Siempre me ha parecido curioso el que haya gente que disfrute viendo películas de terror y esas cosas; me imagino que en parte será porque el miedo que se pasa es “de mentiras”, es decir, que se sabe que es una historia inventada, no la realidad.

¿Pero que pasa cuando el miedo es “de verdad”? ¿Qué es el miedo, cómo aparece, y para qué sirve?

El miedo es una emoción de las reconocidas como universales, es decir, que todos los seres humanos la experimentamos desde que nacemos. También compartimos esta emoción con los animales, y como os podréis imaginar, tiene mucho que ver con nuestro instinto de supervivencia.

Todas las emociones son indicadores, alertas que nos manda el cerebro para que nos enteremos de que está pasando algo importante, y cada emoción en concreto nos viene a traer un mensaje distinto. En el caso del miedo, el mensaje es de que hay un peligro, una situación que puede amenazar nuestra seguridad; por eso nuestro cuerpo se queda quieto y agudiza los sentidos, porque así se prepara para afrontar el peligro.

Pero lo curioso de todo esto es que nuestro cerebro no distingue entre una amenaza real y una imaginaria, y además, cuando se encuentra ante una situación desconocida y le falta información, también le parece que puede haber peligro, y por si acaso, hace saltar la alarma. Es su manera de decirnos “más allá de aquí ya no te puedo proteger, porque no sé lo que hay”. Aparece de esta forma el miedo a lo desconocido, que tanto nos dificulta el salir de nuestra zona de confort.

Por supuesto, el miedo es una emoción tremendamente útil cuando hay un peligro real: gracias a que nos avisa podemos ponernos a salvo. Pero, ¿y cuando aparece por otras razones, por ejemplo ante una decisión importante de la que nos preocupan las consecuencias, o una situación de incertidumbre que se adentra en lo desconocido? Aquí van unas cuantas sugerencias:

  • Lo primero, perderle miedo al miedo en sí 🙂 No es más que un mensajero, una emoción que nos puede resultar un poco incómoda, pero que está aquí para ayudarnos.
  • Atreverse a indagar un poquito en ese miedo y descubrir la razón por la que ha aparecido. ¿De qué nos quiere proteger? ¿Cuál es el peligro en este caso? ¿Hasta que punto es realmente un peligro?
  • Utilizar esa información para tomar una decisión más consciente: ¿Qué se esconde detrás de ese miedo? ¿Qué es lo peor que puede pasar si sigues adelante? ¿Y lo mejor?

Un tema interesante el del miedo, ¿verdad? Para acabar quiero mencionar dos libros sobre este tema que me parecen muy chulos:

  • “Aunque tenga miedo, hágalo igual”, de Susan Jeffers – se basa en la idea de que nuestro miedo más profundo es a no poder afrontar lo que sea que nos pase en la vida, pero en realidad, las personas tenemos una capacidad tremenda para adaptarnos y superar todo tipo de situaciones. A base de practicar el seguir adelante a pesar del miedo, vamos ganando confianza y superando retos cada vez mayores.
  • “Yes, yes, hell no! The little book for making big decisions”, de Brian Whetten – éste tengo que confesar que todavía no me lo he leído, pero me encanta el planteamiento: ante una decisión importante, podemos preguntar primero a la razón, después a la intuición y por último al miedo, y si las dos primeras dicen que sí y el miedo dice que no… Entonces la respuesta es un sí 🙂