(Este artículo es continuación de los de las semanas anteriores, episodios 0, 1, 2, 34, 5, 6 y 7, y la semana que viene se publicará el último episodio)
Y llegamos a la octava y última clave de «reprograma tu vida», gracias por leer hasta aquí 🙂
Como hemos ido viendo a lo largo de estas últimas semanas, se pueden encontrar muchas similitudes entre el funcionamiento de nuestra mente y el de un teléfono móvil, o un ordenador.
Esta metáfora del móvil nos puede ser muy útil, tanto para entender y asimilar ciertos conceptos que nos llegan de diferentes disciplinas (neurociencia, mindfulness, programación neurolingüística…), como para aplicarlos de forma práctica a nuestra vida diaria, modificando nuestros hábitos de manera que nos ayuden a cumplir nuestros objetivos: tener más energía vital, ser más eficientes, mejorar nuestra comunicación, y en definitiva, comprendernos mejor a nosotros mismos y a los demás.
Pero también quiero aprovechar para recordarte que esto no es más que una metáfora, una comparación, y que sólo puede llegar hasta cierto punto, porque los móviles y los ordenadores no son personas, sólo son máquinas. Muy complejas y sofisticadas, eso sí, muy inteligentes a su manera, pero máquinas al fin y al cabo.
Y las personas no somos máquinas, somos mucho más. Tú eres mucho más.
Las personas tenemos la capacidad de vivir, de crear, de sentir. De conectar con otros seres humanos, con la naturaleza, con la sabiduría profunda del Universo. De reír, de llorar, de compartir, de imaginar y de aprender, de disfrutar del momento presente y de visualizar el futuro que queremos.
Hay ciertas preguntas que una máquina nunca será capaz de responder… Te invito a reflexionar sobre algunas de ellas, para así encontrar tus propias respuestas:
¿Qué es lo que más te ilusiona y te motiva en la vida?
¿Qué es lo más importante para ti, lo que más valoras?
¿Cuál quieres que sea tu contribución, tu aportación a este mundo?
¿Cuál es ese sueño que te encantaría poder hacer realidad?
(Este artículo es continuación de los de las semanas anteriores, episodios 0, 1, 2, 34, 5 y 6, y en las próximas semanas se irán publicando más episodios)
A lo largo del día, el móvil nos avisa de un montón de cosas, mostrándonos mensajitos en forma de notificaciones. Algunas podemos elegir si queremos verlas o no, como los avisos de mensajes de correo electrónico o de redes sociales, pero otras son inevitables porque tienen que ver con el propio dispositivo, como los avisos de que ya queda poca batería, de si hay o no hay conexión de Wi-Fi, o cada cierto número de meses, de que el sistema operativo necesita actualizarse.
El cuerpo humano también lleva incorporado un sistema muy efectivo y sofisticado de notificaciones: son las emociones.
Las emociones se producen en respuesta a un estímulo, que puede ser real, imaginado o recordado.
Tienen un componente fisiológico: nuestro cuerpo se activa de una manera determinada, que es diferente para cada emoción.
Y también tienen un componente cognitivo: el cerebro interpreta esas señales del cuerpo para darle un sentido a lo que estemos experimentando.
Algunas emociones son aprendidas o tienen componentes culturales, pero hay varias que han sido reconocidas como universales: todos los seres humanos las compartimos y todos somos capaces de reconocer la expresiones faciales que las caracterizan.
Cada emoción llega para avisarnos de algo, para darnos un mensaje sobre lo que nos está pasando en un momento en concreto, y si sabemos escucharla, nos puede dar una información muy útil.
Las emociones pueden llegar a ser muy intensas, pero su duración es cortita, de aproximadamente un minuto y medio. El problema es cuando nos quedamos «enganchados» en esa emoción, dándole vueltas y más vueltas, porque lo que hacemos entonces es seguir generándola una y otra vez con nuestro pensamiento repetitivo. Es así como generamos un estado de ánimo determinado, que es menos intenso que la emoción pero más duradero, sin un principio y un final tan definidos.
¿Y qué podemos hacer para no quedarnos enganchados? Pues acoger esa emoción en el momento en el que aparezca, permitirnos sentirla. Dejar que nos atraviese, estando atentos, y sin tratar de evitarla ni huir de ella. Eso nos va a permitir reconocerla, ponerle nombre, y escuchar el mensaje que nos viene a traer. Porque una vez entregado el mensaje, la emoción ya ha cumplido con su misión, ya se puede marchar. Y nosotros podemos dejar que se marche, y utilizar la información que nos ha dado para tomar una decisión y actuar en consecuencia.
Alegría
¿De qué me avisa? – De algo agradable y placentero, de haber alcanzado una meta.
¿Para qué? – ¡Para disfrutarlo!
Además… – Mi cara sonriente muestra cordialidad, transmite a los demás: «no soy una amenaza para ti».
Sorpresa
¿De qué me avisa? – De algo nuevo, repentino e inesperado.
¿Para qué? – Para centrar la atención.
Además… – Los ojos se me abren mucho para poder fijarme bien, e investigar eso nuevo que acaba de aparecer.
Miedo
¿De qué me avisa? – De un peligro que amenaza mi seguridad.
¿Para qué? – Para evitar o mitigar el daño.
Además… – Mis sentidos se agudizan, y mi organismo se prepara para protegerse del peligro.
Ira
¿De qué me avisa? – De un obstáculo que se interpone, o de que se ha transgredido un límite que es importante para mí.
¿Para qué? – Para apartar el obstáculo o defender mis límites.
Además… – Me preparo para atacar.
Tristeza
¿De qué me avisa? – De la pérdida de algo valioso, o de una necesidad no cubierta.
¿Para qué? – Para buscar ayuda, o tomarme un tiempo para recuperarme.
Además… – Mi dolor emocional puede ir acompañado de dolor físico.
Asco
¿De qué me avisa? – De una sustancia o situación potencialmente nociva.
¿Para qué? – Para evitar contaminarme.
Además… – La sensación de repugnancia hace que evite aquello que no es bueno para mí.
¿Cuáles de estas notificaciones recibes más a menudo? ¿Y qué sueles hacer cuando las notas? Si te ha parecido interesante este tema, aquí tienes otro artículo que escribí hace tiempo sobre las emociones.
(Este artículo es continuación de los de las semanas anteriores, episodios 0, 1, 2, 34 y 5, y en las próximas semanas se irán publicando más episodios)
Una ventaja enorme de los teléfonos móviles es que podemos utilizarlos para infinidad de cosas, siempre que nos instalemos la aplicación correspondiente. Ya suelen venir de fábrica con las aplicaciones básicas instaladas, y para añadir más, basta con hacer una búsqueda en la «app store», encontrar lo que necesitamos y pulsar un botón para instalar, a menudo gratis o por un precio simbólico.
Incluso durante los ratos en que parece estar en reposo, el móvil siempre está «haciendo algo» mientras está encendido. Como mínimo, se mantiene alerta por si le llega una llamada o un mensaje, y luego además puede estar ejecutando aplicaciones «en segundo plano», como por ejemplo para contar tus pasos, registrar tu localización en el mapa, o por supuesto ponerte música de fondo si te apetece.
De manera parecida, nuestra mente también está siempre «haciendo algo», siempre está pensando. Y si no le damos conscientemente algo en lo que pensar, ya se lo busca ella, muchas veces de formas que no nos ayudan en absoluto.
Así pues, ¿qué «apps» nos podríamos «instalar» nosotros en la mente, para que nos ayudaran en lugar de perjudicarnos? Aquí van un par de sugerencias.
Pensamiento positivo y agradecimiento
El cerebro inconscientemente se dedica a buscar más de aquello a lo que le prestamos atención. Así que, si nos centramos en apreciar y agradecer las cosas positivas que ya hay en nuestra vida, el cerebro nos irá encontrando más, y así cada vez percibiremos más cosas que nos gusten, y nos iremos sintiendo cada vez mejor.
Uso sistemático de la negación
Lo mismo también funciona en dirección contraria, es decir, si nos centramos en las cosas negativas, iremos encontrando cada vez más. Pero, ¿y si hubiera un truco para que incluso las cosas que no nos gustan tanto se las pudiéramos presentar al cerebro de una manera más positiva? La programación neurolingüística nos dice que sí lo hay.
Por ejemplo, si un día en concreto yo me encuentro muy cansado, puedo elegir decir «estoy agotado». La palabra «agotado» tiene cierto efecto sobre mi mente, e incluso mi cuerpo, de manera que me siento cansado sólo de pensarlo. Pero si en cambio digo, «no tengo mucha energía», el significado es muy parecido, pero el efecto que tienen en mí las palabras es completamente distinto. Incluso puede ser que sienta un poquitín más de energía al expresarlo así, en lugar de cansarme todavía más, y eso me puede ayudar a sobrellevar el día hasta que finalmente pueda irme a casa y descansar.
(Este artículo es continuación de los de las semanas anteriores, episodios 0, 1, 2, 3 y 4, y en las próximas semanas se irán publicando más episodios)
¿Alguna vez has visto el código fuente de un programa informático, o de una aplicación de móvil? Existen muchos lenguajes de programación diferentes, que son básicamente formas de darle instrucciones a la máquina de manera que las pueda entender. Cada programa o aplicación es una lista de instrucciones paso por paso, enseñándole al dispositivo lo que tiene que hacer para realizar una tarea determinada. Y muchos de esos pasos tienen que ver con procesar la información que le llega del exterior (tanto de internet como del usuario, a través de los botones, el teclado, el micrófono…), almacenar esa información en su memoria, y representarla a través de la pantalla, los altavoces, etc.
En el caso de los humanos, esas instrucciones están en nuestro cerebro, en forma de filtros con los que procesamos la percepción de la realidad que nos llega del exterior a través de los sentidos. Nuestra mente consciente no es capaz de asimilar el torrente continuo de información que le llega, que son millones y millones de datos por segundo, y por eso el cerebro construye esos filtros, con los que selecciona la información más relevante y la simplifica, de forma que tenga sentido para nosotros y nos permita funcionar y desenvolvernos en este mundo.
Esos filtros son esenciales para nuestra supervivencia, y en general son tremendamente útiles, pero muchas veces también pueden jugar en nuestra contra, si no somos conscientes de ellos. Porque nuestra mente funciona a base de patrones, y con el fin de simplificar esa información que le llega de los sentidos, construye patrones quegeneralizan, distorsionan y omiten parte de nuestra percepción de la realidad.
¿Y cómo lo hace? A través del lenguaje. El «lenguaje de programación» que utilizamos los humanos es literalmente el lenguaje, la palabra. Es lo que usamos para comunicarnos unos con otros, para transmitir ideas, pero también internamente para pensar y dar sentido a los conceptos en nuestra mente.
La programación neurolingüística identifica esos patrones de generalización, distorsión y omisión de la información a través de lo que llama el metamodelo del lenguaje, y explica cómo los patrones crean ambigüedades que entorpecen nuestra capacidad para comprender las situaciones, limitando nuestras opciones a la hora de enfrentarnos a ellas.
Estos patrones del metamodelo están muy presentes en nuestro día a día; si prestamos un poco de atención a nuestro diálogo interno y externo, veremos que los usamos con mucha frecuencia. Y normalmente no pasa nada porque haya un poco de ambigüedad en el lenguaje, es nuestra forma natural de comunicarnos, y sería agotador tener que ser exactos y precisos en todo momento. Pero hay ocasiones en las que sí nos merece la pena ser más precisos, y es cuando estamos dándole vueltas a algo, intentando solucionar un problema, o tratando de superar un reto.
Por poner un ejemplo extremo: si yo pienso y digo que «mi vida es un desastre», esa una frase tan abstracta que se me hace todo un mundo, y siento que no puedo hacer nada frente a ese problema, no sé ni por dónde empezar a arreglarlo. En cambio, si pienso y digo que «me siento triste porque acabo de tener una discusión con mi pareja», eso ya es mucho más concreto, más tangible, y expresa claramente cuál es el problema, con lo que me resulta mucho más fácil buscar maneras de solucionarlo.
A continuación vamos a ver unos cuantos ejemplos de generalizaciones, distorsiones y omisiones, cómo identificarlas a grandes rasgos, y lo que podemos hacer cuando nos las encontremos. La idea siempre es intentar deshacer la ambigüedad todo lo posible, «rellenando los huecos» con palabras explícitas en lugar de dejar espacio para la interpretación, y que así la situación quede definida con mayor claridad.
Generalizaciones
Síntoma – Palabras absolutas: todo, nada, siempre, nunca…
¿Qué hacer? – Cuestionar si esa regla general es válida en todos los casos.
Ejemplos:
Tengo que seguir en este trabajo.
Es imposible hacerse rico rápidamente.
Todos están en mi contra.
No puedo cambiar.
Siempre llego la última.
Nunca me salgo con la mía.
De este grupo, las más fáciles de pillar son los «siempres» y los «nuncas», y si no, que se lo pregunten a mis hijas 🙂
Distorsiones
Síntoma – Sacar conclusiones dando algo por hecho.
¿Qué hacer? – Sacar a la luz lo que se está presuponiendo.
Ejemplos:
Tu padre no me comprende.
No me llamaste ayer, no me quieres nada…
La voz de esa mujer me da dolor de cabeza.
¿Qué vas a limpiar primero, el baño o la cocina?
Esta última fórmula sí que puede venir bien utilizarla a propósito, por ejemplo para dar opciones a los niños pero dentro de los parámetros que nosotros pongamos (¿qué fruta vas a comer, manzana o plátano?), o incluso para motivarnos a nosotros mismos – ¡aquí no hay opción de no limpiar!
Omisiones
Síntoma – Falta información, o se usan palabras muy abstractas.
¿Qué hacer? – Especificar lo que falte, concretar lo abstracto.
Ejemplos:
Esto no tiene solución.
Me molesta su actitud.
Hay que beber dos litros de agua al día.
La gente critica mucho.
Lo puedes hacer mejor.
Tengo un problema.
Aquí se trata de ir tirando del hilo para que vaya saliendo lo que se quedó sin decir: ¿Qué exactamente? ¿Eso quién lo dice? ¿Mejor que qué?
¿Qué te parecen todos estos patrones, te quedan más o menos claros? Intenta «pillarte» utilizándolos esta semana, y te sorprenderás de cuántas veces aparecen…
(Este artículo es continuación de los de las semanas anteriores, episodios 0, 1, 2 y 3, y en las próximas semanas se irán publicando más episodios)
¿Alguna vez te paras a contar las aplicaciones que tienes abiertas en el móvil, funcionando todas a la vez? Los móviles, como todos los ordenadores, están diseñados para poder ejecutar un montón de programas en paralelo; algunos son muy fáciles de identificar, como las aplicaciones que tenemos instaladas y que vamos usando, y luego hay otros, como los procesos del sistema operativo, que normalmente ni siquiera notamos que están ahí, pero que son imprescindibles.
Las personas funcionamos de manera parecida: nuestra mente consciente realiza una serie de tareas voluntarias, las que nosotros decidimos hacer, que podríamos comparar con las aplicaciones. Pero además, al mismo tiempo, nuestro inconsciente está efectuando otras muchas tareas de manera automática y completamente involuntaria, sin que intervenga para nada nuestro pensamiento: recibe y procesa constantemente la información que le llega tanto del exterior como de los órganos del cuerpo, y regula todas nuestras funciones corporales para adaptarse al entorno y a cada situación.
Pero también hay una gran diferencia en nuestra forma de funcionar, y es que el cerebro humano sólo es capaz de centrar su atención consciente en una cosa cada vez, Podemos crearnos la ilusión de estar haciendo varias tareas al mismo tiempo, es el famoso multi-tasking, pero en realidad lo que pasa en esos casos es que estamos cambiando de contexto muy deprisa, muchas veces, y con cada cambio nos cuesta un esfuerzo volver a concentrarnos otra vez en la tarea, con lo cual al final nos distraemos más, rendimos menos, y acabamos agotando a nuestro cerebro.
Multitarea = atención parcial discontinua
Así que, de la misma manera que, cuando el móvil nos empieza a ir muy lento porque está sobrecargado con tantas aplicaciones, cerramos unas cuantas y enseguida empieza a funcionar mejor, cuanto más podamos «cerrar otras aplicaciones» en nuestra mente y centrarnos solamente en la tarea que tenemos delante, más eficientes y productivos podremos ser, y menos cansancio mental acumularemos.
De hecho, en esto se basan todas las técnicas y ejercicios de mindfulness: en aprender a centrarnos en el aquí y ahora, en el momento presente, y a dirigir nuestra atención de forma consciente.
Esto nos trae además otra ventaja adicional, algo que nos hace mucha falta en estos tiempos, y es la capacidad de concentrarnos más profundamente en una tarea, cosa que no es posible con el multi-tasking, Una vez que recuperamos esa capacidad de concentrarnos, como cuando de pequeños nos poníamos a jugar y se nos pasaban las horas, es mucho más fácil que surja la creatividad, y que las ideas fluyan libremente.