Uno de los contrastes más claros que vemos los españoles al llegar a vivir a Irlanda es la diferencia de horarios. Y no me refiero a que aquí en la isla esmeralda sea una hora más temprano que en la península ibérica (que lo es, estamos en el mismo huso horario que las islas Canarias), sino a las horas del día a las que habitualmente hacemos ciertas cosas.
Por ejemplo: en Irlanda se suele comer y cenar mucho más temprano que en España, y también las tiendas normalmente cierran más pronto. Yo lo achaco a que en España, con eso del buen tiempo, hacemos mucha más vida en la calle y nos acostamos más tarde, mientras en Irlanda se «recogen» más pronto para su casa, sobre todo en invierno, que además los días son muy cortos y enseguida se hace de noche.
Esto es algo que conviene recordar cuando se viene a visitar Irlanda: que hasta las atracciones turísticas y los museos (¡y las cafeterías!) cierran muy pronto para lo que sería el estándar español, como mucho a las cinco o las seis de la tarde.
Menos una noche al año.
Culture Night. «La noche en blanco», que justo ha sido este viernes pasado.
Es la tarde-noche en que los museos y otros lugares de interés están abiertos hasta tarde, el acceso es gratis (aunque para algunos sitios hay que reservar), y se programan actividades culturales por todo el país.
A mí es una noche que me encanta, así que allá que me fui, al centro de Dublín, a pasear por las calles y cotillear lugares interesantes. Esta vez me dio por visitar el City Hall, donde además pude escuchar a un coro súper bonito, las estancias del Dublin Castle donde antiguamente vivía el virrey (no se me había ocurrido que en Irlanda hubiera habido un virrey), y un centro de budismo zen en Temple Bar, donde participé en una meditación zazen.
Y fue allí en el centro zen donde escuché la idea que ha inspirado el título de hoy. Un sacerdote budista nos explicó los principios básicos de esta rama del budismo, cuya práctica principal es la meditación, y recalcó mucho que su premisa es la de meditar sin ningún objetivo concreto: no hay nada que conseguir, nada a lo que aspirar, no se persigue la iluminación. Se medita simplemente porque sí, sin ningún motivo. Te sientas, y ya está.
Sin ningún motivo.

Evidentemente, eso no es todo; no es más que el punto de partida. En realidad siempre hay un motivo. Para todo. El motivo, la motivación, es lo que nos mueve a hacer lo que hacemos. Pero creo que entiendo lo que quieren decir: este tipo de meditación se basa en permanecer en contacto con la realidad, en no bloquear nuestros sentidos (de hecho se medita con los ojos abiertos, cosa que me cortocircuitó un poco) y enfrentarnos con la realidad cara a cara, en lugar de intentar abstraernos y evadirnos de ella. Pero en el momento en el que nos ponemos un objetivo para la meditación y creamos una expectativa del resultado que queremos obtener, ya dejamos de estar en la realidad presente.
Ese planteamiento me pareció muy curioso, y también me hizo pensar en cómo la sociedad actual nos enseña que tenemos que ser productivos todo el rato, que todo lo que hacemos tiene que tener una razón de ser, un propósito, un beneficio tangible. ¿Alguna vez te has sentido culpable por estar «perdiendo el tiempo»? A mí me ha pasado muchísimo, y me sigue pasando. A algunos nos cuesta mucho frenar el ritmo, y lo de sentarnos a no hacer nada nos cuesta todavía más.
Pero cuando por fin lo conseguimos, empezamos a darnos cuenta de cosas.
Yo tengo que reconocer que la meditación es una de mis asignaturas pendientes, desde hace bastantes años. Y quién sabe, puede que esta vez, la curiosidad y la paradoja de no tener un motivo sean lo que finalmente me motiven 😀
¿Te animas a empezar conmigo, simplemente porque sí, sin ningún motivo?